19 de mayo de 2006
No Hay Ovejas Negras En El Arca De Noé
A veces, cuando pasás demasiados sábados a la noche en tu casa, o en su defecto en el cine, con una amiga, viendo cosas como Orgullo y Prejuicio, comenzás a preguntarte;
¿por qué es que las mujeres más idiotas están llenas de hombres? ¿Por qué a las mujeres con las que no se puede entablar una conversación sobre algo más que lo que están haciendo inmediatamente siempre hay alguien esperándolas a la salida del trabajo? ¿Cuándo te convertiste en el Cyrano de tu mejor amiga, explicándole quienes son los Smiths para que ella lo pueda incluir en su repertorio de chamuyos?
Dejás de hacerte preguntas porque no querés oír las respuestas, no querés enterarte de que esto es porque sos muy fea, o muy colérica, o porque años de admirar a Woody Allen convirtieron tu humor en algo inexplicable para los demás, o porque heredaste los pechos de papá.
Y antes de que te convenzas de que todo se debe a que no tenés la altura suficiente para resultar atractiva, tus amigos te dan la respuesta menos esperada. Todos están de acuerdo en que sos mayoritariamente normal, te ves bastante bien, Woody Allen es gracioso, y los pechos de papá no están tan mal. Es otra cosa, algo que a los seis años, cuando te golpeaban con cajas de Cepita, hubieras apreciado, pero ahora que sos adulta no creés con certeza que sea un beneficio, y es que los hombres, te tienen miedo.
No la clase de miedo que sienten cuando les comprás medias de traje en el primer mes o cuando les decís que querés tener tres hijos con ellos, y al primero nombrarlo en su honor, otro miedo. El miedo a estar con alguien demasiado parecido a ellos, que tenga sus gustos, y sus cualidades y que pueda tener el conocimiento y las bases suficientes como para poder juzgarlos, para poner en tela de juicio todo lo que una mujer que no cuente con las reglas del jugo de los hombres no podría descubrir. Alguien tan parecido a ellos que los obligue a competir de igual a igual, en vez de ya tener la carrera ganada de por vida. De sentirse en la obligación de esforzarse para impresionar, de hacer cosas en las que no se sienten seguros de salir airosos.
Prefieren salir con mujeres que podrían compararse con una galleta de arroz o una milanesa de soja, pero que los asegurarían en su posición de proveedor de cultura, humor y sabiduría.
Es un comportamiento facilista y narcisista juntarse con alguien que no tiene nada que vos no tengas, nada que pueda intimidarte, nada desconocido, nada que requiera tu esfuerzo, nada para aprender, nada que te haga querer superarte un poco, levantarte del sillón donde estas viendo El portal de las mascotas para leer algo, tratar de entender Velvet Goldmine en vez de comprar el balde grande de pochoclo de Hulk, exponer una opinión sobre los principios del comunismo en vez de decir “Con ese culo cagás bombones”. Pueden darse el lujo de ser Homero Simpson que nadie los va a juzgar, porque al lado tienen a Stimpy.
Aparentemente, ser hombre y estar al lado de una mujer de mucho carácter es todo un reto, ¿pero no es ahí donde está la gracia? ¿No es la idea tener a alguien que, o te gane, o compita con vos, en el mejor sentido, en un sentido estimulante? No querés a alguien a quien decirle lo que tiene que hacer, o cómo hacerlo. Querés a alguien que presente un reto, intelectualmente, físicamente.
Claro que cuando decidís dejar de ser parte del rebaño blanco para saltar el cerco y ser del otro bando, dejas atrás la seguridad y la comodidad, de ahora en más vas a pagar las consecuencias de haber querido diferenciarte. Si lo que querías era no ser como la mayoría de las mujeres, lo lograste, pero tenés que saber que la mayoría de las mujeres consiguen hombres con facilidad.
Si estás en este lugar, la única manera en la que podés estar con un hombre, es si encontrás a otro como vos, alguien que haya saltado el cerco, y que aburrido de comer pasto, quiera jugar carreras con una oveja negra. Y si se sienten intimidados por vos, es por que te consideran un rival digno, y eso, es tremendamente delicioso.
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