1 de diciembre de 2008

Hey Lloyd!, I’m ready to be heartbroken


Prólogo

No puedo articular mis pensamientos con respecto a Soda Stereo, puedo escribir o hablar de eso durante horas, de hecho he hablado del tema conmigo misma en reiteradas ocasiones, pero nunca logré entendernos.

Su música siempre me angustió, tal vez desde que escuché por primera vez “De música ligera” en Villa Gesell en 1990, cuando nos quedamos unos días en una casa heredada que compartía medianera con unos jóvenes de jean nevado. Soda Stereo me canta a gritos que tengo que ser feliz y yo todavía no puedo corresponderles. Me parece que no los estoy escuchando del modo correcto, que algo falta, que de algo me estoy olvidando, o que de algo me estoy acordando. Y entonces siento un vacío, y me entristezco sin razón aparente, hasta que por momentos los arpegios de Cerati son como hojas filosas que se me clavan sádicamente y siento el impulso de cambiar de canal, aunque los esté viendo en vivo. El problema no es que no me gustan, es todo lo contrario, me encantan, pero siento que los miro desde afuera.

Jamás entonces pude entender en qué era que me hacían pensar, ni por qué ellos y no otros, ¿por qué no angustiarme escuchando Otis Redding o The Cure, como el resto de los mortales? ¿Por qué con Final Caja Negra o con Texturas, que poco tienen de esos temas para lamentarse mientras se divisa el fondo de la botella. ¿Me harán acordar a Ciudad Universitaria, el mal de todos los males?, ¿a Palermo?, ¿a River?, ¿al resorte que me compré y perdí esa vez en Villa Gesell?, ¿a mi infancia?, ¿al 160? No, ninguna de esas cosas es tan traumática como para estar sacándola a colación cada vez que los escucho. No pude pensar en nada ni nadie que amerite semejante angustia frente a Soda Stereo.
Sin embargo ese sonido tiene algo que me revuelve el inconciente (un caldo de cultivo para cualquier infección, vale destacar) y en algo, desconocido, incomprensible y lejano me hace pensar.

Con el tiempo me resigné a aceptar que nunca voy a disfrutar de Soda Stereo en paz, como debería. Sus temas tienen todo para hacerme estallar de felicidad, y esa cualidad por alguna razón me resulta tremendamente melancólica.


Capítulo 1

…Es un chico que piensa en inglés
y una vieja nostalgia en gallego,
es el tiempo tirado en cafés
y es memoria en la Plaza Dorrego.
Es un pájaro y un vendedor
que rezongan con fe provinciana.
Y también es morirse de amor
un otoño en el Parque Lezama.

Vals municipal, María Elena Walsh



Para la tercera clase ya habías aceptado que la música te importaba un kinoto y que lo único que te interesaba era verlo a él. Todos los días agradecés al Señor (El Señor es el amigo que te obligó a retomar las clases) el haberte enviado a tocar su puerta.
Comportamientos que habían quedado sepultados bajo la era de la madurez vuelven para recordarte lo que era mirar a un hombre más acá del cerebro, y cada vez que se te adelanta y te da la espalda, esa espalda en la que podrías instalarte con todas tus pertenencias, no podés evitar morderte los labios y, rogando a Dios que no se de vuelta, gritar en voz imperceptible “¡Te amo!”. O cuando se te acerca mucho y respirás su olor, evitando caer inconsciente y deseando retener ese aroma para siempre. Y si se te pone atrás y te agarra el brazo para corregir tu desgraciada postura, perdés el hilo de lo que estabas haciendo y te quedás dura fingiendo lastimosamente que no podés seguir el ritmo, cuando en realidad lo que no podés es ser tocada por él y funcionar al mismo tiempo.
Y no es solo que todo él parezca haber sido cincelado por el mismísimo Miguel Ángel en un día inspirado; es gracioso, y se ríe de tus chistes, y tiene buen gusto, y se llevan muy bien, y es inteligente, y toca mucho mejor que la metalera. Claramente es Felipe, y parecen no poder pasar mucho tiempo alejados. Cuando llegás a su casa ninguno de los dos puede ocultar la sonrisa, y en tu cabeza ves dos cachorritos intentando en vano dejar la cola quieta. No estar juntos no cambia las cosas. Volvés de la clase y ya están chateando, y hablando de los Stones, y de Bukowski, y de Shell Beach

Ahora todo lo que hacen tiene una doble lectura, todo es la metáfora de algo que aún no pueden llevar a cabo. Entonces se te sienta al lado, e imponiendo autoridad de profesor te pide que repitas todo lo que él hace, y se ponen a tocar el mismo instrumento, al mismo tiempo, y sin ponerse de acuerdo, entre miradas y sonrisas, van acelerando el ritmo al unísono, con una sincronía perfecta, y nadie dice nada. Y se escucha ruido, ruido, ruido, y siguen, más rápido, más fuerte, ni una palabra, se ríen y siguen y siguen y siguen haciendo ruido, y nadie se rinde, a ver quién dura más, y lo mirás y te está mirando, y descubrís con pudor que estás transpirada y muerta de calor, y lo seguís, más rápido, hasta que en el paroxismo del bullicio, la velocidad y el cansancio alcanzan su límite, ya no pueden sostenerlo y juntos paran agotados. Será la carencia de la cosa real, pero te cuesta creer que lo que acaban de hacer no haya sido sexo.

No le decís nada y vas de sorpresa a verlo tocar a un festival hippie, o naturista, o buda o algo así.
Llegás caminando por Figueroa Alcorta escuchando Soda Stereo y fantaseando con mandarle algún mensaje ingenioso que solo a vos y a él les cause gracia, con que venga a hablarte después del show, con finalmente estar con él fuera del ambiente de la clase donde vos siempre vas a jugar de visitante, y sí, por más infantil que suene esperar que suceda en un festival diurno que incluye una clase gratuita de yoga, también fantaseás con que te bese.

Tirada en el piso, viendo una ronda de krishnas con polleras bailando alrededor de un grabador y escuchando “Pasos”, se te acerca una chica y te pregunta si puede sacarte una foto, así, con la ropa de medio otoño de tu abuela. Gracias Señor (esta vez al verdadero), esa era la señal que necesitaba.

Él está en el escenario y no podés dejar de mirarlo y de sonreír como una idiota, y jurás que entre temas se vuelve para tu lado e intenta cruzar miradas. Lo mirás todo el recital, conteniendo la sonrisa, pensando en lo lindo que es, en lo increíblemente lindo que es, y en que increíblemente parece estar dándote bola, e increíblemente va a terminar siendo tu novio. Hace tiempo que tu sonrisa no era tan genuina y autónoma como ahora mientras contemplás tu futuro.

Al final del show esperás a verlo con el estómago revuelto. Te ponés más perfume, te comés un paquete entero de caramelos de menta, y lista para un beso te parás como si estuvieras ahí de casualidad y ni esperaras encontrarte a tu príncipe Felipe.
Pero cuando sale de atrás del escenario hay algo raro en él, hacés tu esfuerzo más grande por creer que se trata de un nuevo corte de pelo, pero no podés sostener la negación mucho tiempo antes de reconocer que está acompañado por una ecuatoriana con un paraguas de juguete. Puede ser la hermana, o una amiga, o.
Allá quedan tus siempre predispuestas esperanzas cuando lo ves irse abrazado a la ecuatoriana, entre luces de colores, el clima de otoño, la noche que cae, una flor gigante y el tema de Soda Stereo que te correspondía a vos. Y mientras se aleja, tan alto, con esa espalda por la avenida Alcorta, asistís a los funerales de tu nuevo enamoramiento.

Ahora te gastás todas tus monedas en panes rellenos para lograr que tu estómago se sienta peor que tu cabeza y te ayude a olvidar la decepción a fuerza de rúcula y fiambre de procedencia dudosa. Quién pudiera ser uno de esos alegres krishnas.

Era evidente que era muy lindo para tus posibilidades, tendrías que tener mucha suerte para que un chico así se fije en una chica simplona como vos. Guardás en tu bolso de mimbre los recuerdos del futuro juntos y todas esas fantasías y alicientes para pasar el invierno. De vuelta a los gnomos y al estudio, de vuelta al profesor y la alumna, de vuelta a la escuela de rock.


Capítulo 2


Bajan del ascensor y te tenés que despedir. Él se queda quieto esperando que vos te acerques, así que te arrimás y lo besás en la boca. Hasta el miércoles. Y te vas.
Bajan del ascensor, te tenés que despedir. Él se queda quieto, le das un beso en la mejilla. Hasta el miércoles. Y te vas. Nunca te vas a animar.

Esa hora que pasás con él es la mejor de tu semana, es la que hace que te levantes de la cama en invierno, la que hace que salgas el fin de semana, y que te alegres cuando éste por fin termina. Sabés que lo viste acompañado de una ecuatoriana con un paraguas de juguete, pero ya llegaste a un punto sin retorno en el que ni siquiera te importa. No podés evitar seguir metiéndote más y más. Tal vez sería más fácil si él no contribuyera como lo hace. Pero tampoco puede evitarlo, y desembocan en horas eternas haciéndose compañía por Internet, en insostenibles miradas y roces durante la clase, y en una complicidad evidente que hace que cuando se encuentran en un recital, él olvide a sus amigos, se te pare al lado y te pregunte jocosamente si vas siempre ahí, y de repente en ese lugar no hay absolutamente nadie más que vos y él. Y se ríen de todo, y te gusta saber que se divierte con vos, y te gusta ver que te divertís con él, y te gustaría que todos los días fueran así, con él, riéndose como dos nenes para quienes no existe el resto del mundo.

Durante la semana es el chico con el que flirteás, una hora a la semana es tu profesor. Ciruela de día, banana de noche.
Por un instinto de autopreservación te dijiste una y mil veces que él no podía sentir algo por vos, que era físicamente imposible que él te encontrara atractiva, que de seguro estabas viendo lo que querías ver y que si percibías algo era tu propio deseo el que te causaba el delirio. Quisiste evitar así ilusionarte como solo vos lo sabés hacer, enamorarte hasta la médula, hacer planes de acá hasta el día de tu muerte, y después estrellarte la cabeza contra una pared de hormigón armado. Pero estaba ahí frente a tu enorme nariz, empezá a rendirte tributo a vos misma porque este pibe te está dando bola.
El tiempo vuela cuando uno se divierte, pero los meses de que cada clase sea una cita, y de irte a tu casa sin un beso comienzan a hacer mella en vos y a convertirse en un desgaste. Sí, él cada día te gusta más, pero no podés aguantar otro día de pagarle y de salir de su casa exactamente igual que como llegaste. No soportás la angustia que cae sobre vos en el momento en que ya te alejaste 50 metros de su puerta, sabiendo que es el momento de la semana que más falta para volver a verlo y acallando el ridículo impulso de volver corriendo para estar con él un rato más.
Es ahora, la fruta ya está madura, sus conversaciones, cómo hablaron todos los días de la semana, cómo busca cualquier excusa para tocarte, cómo se mandaron mensajes todo el sábado mientras veías a Los Álamos pensando en que tal vez la próxima vez que los vieras él estaría ahí con vos (y ahora en la distancia, jurarías que estuvo), todo eso te huele a que esta por fin va a ser tu última clase, y millones de terminales nerviosas en tu narizota no pueden estar equivocadas.
El miércoles llegás con la tarea sin hacer, obligándolo a que rediseñe el programa académico del día y que invente algo. La cabeza se te prende fuego de la cantidad de cosas que te imaginaste.
Al rato estás tirada en su cama, y él tirado en el piso, al lado tuyo. Pone “Un misil en mi placard” y ahí se quedan, mirándose muertos de incomodidad, hablando de bueyes perdidos, mientras a alguien de la cuadra se le ocurre hacer un show de fuegos artificiales. Y entre la pirotecnia que se cuela por la ventana y el plugged de Mtv te avivás de que es a él. A él te hace acordar Soda Stereo, a él te hizo acordar toda la vida, en ese lugar y en ese momento estabas pensando cada vez que los escuchabas, esa era tu nostalgia. Ahí mismo por primera vez Soda Stereo te hizo feliz.

El destino ya agotó todos sus recursos para verlos juntos. Cualquiera creería que la ironía de los fuegos artificiales sería señal suficiente, que nadie, por más cínico que sea podría resistirse a ese momento. Pero no, esa noche otra vez te fuiste a tu casa como llegaste.
Se te mezcla la belleza del contexto con la frustración de que no haya pasado nada y que él siga siendo tu profesor, y de tener que pagarle, y de tener que volver a pasar por esto una y otra vez, y de vivir pensando que puede ser hoy, pero que no lo sea, y de extrañarlo desquiciadamente, y de las ganas de meterte en la cama con él durante semanas. No, esa fue tu última clase.

Entonces te dice que le gustás, que le encanta estar con vos, pero ahora está con una chica, y le costó controlar sus impulsos, y fue muy histérico de su parte, y te pide perdón, y no quiere que seas una aventura, no sos una chica para hacerle eso, y no quiere arruinar lo que tienen y perderte, y no necesita cobrarte, pero quiere que sigas yendo. Pero ahora ya cruzaron la línea, no podés ir más. No vas más.
Cortás el teléfono con un sabor agridulce; por un lado es lindo pensar que lo suyo es un amor prohibido, un amor destinado que se ve frustrado por la malvada del paraguas de juguete, pensar que le interesás lo suficiente como para no haber podido quedarse en el molde, más allá de la ecuatoriana, y más allá de que es tu profesor. Al menos sabés que le gustás, y que en este momento él también debe tener ganas de estar con vos. Por otro lado, la prefiere a ella. Prefiere a una ecuatoriana de 18 años, que lo engañó, que se acuesta con mujeres, con la cual ya ni siquiera se lleva bien, y cuya inteligencia reconoce saber nula al compararla con vos.
No quiere que seas una aventura, no sos una chica para hacerle eso. No sos una chica para hacerle nada... No sabés para qué te sirve ser la inocente de ojos grandes.
Y todos van a atinar a consolarte y decirte “Bueno, ya se te va a pasar, ya te vas a olvidar” pero la verdad es que no querés, no querés olvidarte, no querés tomarte un café para no tener sueño, querés dormir, querés sacarte las ganas, no querés esperar a que se te pasen.
Te dormís con la ropa puesta y la luz prendida escuchando Snow Patrol mientras pensás en cuánto mejor la pasarías si tuvieras 18 años y fueras ecuatoriana.


Capítulo 3


Te despertás después de 10 horas de malogrado sueño. Sentís como si te hubieran martillado la cabeza y tenés los ojos hinchados como los de un gatito recién nacido. Por primera vez dejás que la perra se suba a la cama porque realmente necesitás el abrazo de alguien. No podés creer lo que pasó ayer, no podés creer que le gustás, no podés creer que se terminaron tus clases, y no podés creer que no lo vayas a ver más, que a partir de ahora ya no tengas nada que esperar los miércoles.
Pasa el mediodía y todavía no podés decidirte a salir de la cama, entonces te ponés a leer, para distraerte un rato concentrándote en las desgracias ajenas, y así no tener que hablar o escuchar sonido alguno, porque no podés. Antes de que caiga la noche ya te leíste La insoportable levedad del ser, y en cuanto lo terminás empezás La lucha contra el miedo, la autobiografía de una escritora que se pasa el día entre sus sesiones de terapia y sus problemas para conseguir hombres.

El sábado a la noche ya no recordás cuanto hace que no te ponés ropa de calle. Tu plan es ver la película que te regalaron para tu reciente cumpleaños, para el que él te saludó. Después de estar inmersa 20 años en la Praga comunista y 5 años acompañando a una escritora neurótica parece que de todo eso hiciera una eternidad, pero no. No podés ni entrar a la habitación en la que ensayás, ni mirar ese pedazo de chatarra sin odiarlo.
Podría ser, pero no. Ese pensamiento, unido al de tu mala suerte y tu mal timing te carcomen la cabeza.
Te tirás a ver 9 Songs deglutiendo tu última porción de torta de cumpleaños. Pero pasar un sábado viendo a una pareja teniendo sexo explícito mientras van a ver bandas te hizo dar cuenta de la gran cocaine decision que tomaste. Comprendés que lo que te tiene así, hecha un pollo deshuesado, no es que no puedan estar juntos, es saber que nunca más va a ser miércoles con él al lado. No podés pasar más de una semana sin verlo, y no tenés interés en aprender nada nuevo si no es con él. No podés imaginarte con un profesor nuevo, un Manuel Wirtz con el que sólo vayas para aprender, y que sólo te reciba para cobrarte. Que te vean tocar mal es cómo que te vean desnuda, y te gustaba que fuera él el que estuviera ahí.
Estás haciéndosela demasiado fácil dando un paso al costado y abandonando la contienda para que siga viviendo esa mentira con la ecuatoriana. No podés desaparecer justo ahora que se reconocieron gustarse, ahora que ya no es un secreto y que cuando estén frente a frente vas a saber que él quiere, y él va a saber que vos querés. Eso sí es mal timing. No querés ser la única boluda que está sola en casa viendo pornografía. Pagarle y no poder besarlo era una mierda, pero definitivamente no era peor que esto.

El miércoles a las 7 de la tarde no hacés más que pensar en él, y esperar que él esté pensando en vos. Por más que 48 horas después de decirle que te ibas ya te habías arrepentido, esperás una semana antes de decírselo, para que vea lo que es no tenerte, para que tenga tiempo de desear que estuvieras ahí, para hacerte rogar un poco y disimular que si pudieras le estarías alrededor como una mosca. Creés que vas a darle la sorpresa cuando le avisás que volvés, y él te la da a vos cuando te dice sin vergüenza y sin rodeos que a las 7 no hizo otra cosa que quedarse mirando el portero eléctrico. Y de todas las imágenes que se te habían ocurrido, ninguna puede haber sido más tierna que esa.
La única persona más contenta que vos, es él. Después de una semana, volvés.


Capítulo 4


Volvés. Y después de un rato de incomodidad, todo es igual que antes pero más exagerado. Empiezan a llevar adelante un noviazgo platónico, pero vos por lo pronto no notás la diferencia. Te manda mensajes para contarte dónde está todos los viernes, sábados y domingos, para despertarte los días de semana a las 3 de la mañana, para preguntar como estás de la gripe, y para que te conectes porque tiene ganas de hablar con vos. No podés ver películas en la computadora que enseguida aparece su ventana.
Y vos encantada, hace un mes que estás viviendo en una nube de pedos, escuchando Soda Stereo todo el día sabiendo que mientras te estás tomando un gin tonic rodeada de parejas besuqueándose él está pensando en vos, que hasta cuando dormís está pensando en vos.
En medio de todo eso se ultima la ya precaria relación con la ecuatoriana. Chau piba, no te olvides el paraguas, gracias por venir. Lo dejás que haga su duelo tranquilo, si ya esperaste todo este tiempo no vas a arruinarla avanzando en medio de su depresión, no tenés ningún apuro.
Mientras tanto, lo que sea que hagas te hace feliz, ninguna salida es demasiado patética, ni siquiera la vieja y querida quedarse en casa de tu vecina tomando Coca Cola y viendo videos de Pimpinela en Youtube.
Ya llegaron al punto de que te quedes con él después de clase viendo películas en el sillón, y vos deseás que haya una escena de sexo, y rogás, cada vez que se da vuelta a ver si te reís, que se acerque un poco más y te toque un pecho fingiendo que busca el control remoto.

Te la pasás el día soñando con el momento en que vayas de imprevisto a visitarlo al trabajo, pobre Cristo, a llevarle té de canela en un termo y una canasta llena de panecillos recién horneados. Y como para fantasear sos mandada a hacer, pasás por una vidriera con instrumentos musicales en miniatura, y antes de llegar al próximo semáforo ya imaginaste a tus hijos con alguno de esos, y al padre dándoles clase mientras vos mirás enternecida desde la laptop en la que escribís una columna para Luna Teen. Y pensás en la próxima navidad, en la que juntos vayan a adoptar una gatita para que le haga compañía a tu mejor amigo, y se la regalen en una caja con un moño que diga “Estela”.
Que no sea tu novio es sólo un tecnicismo, todavía disfrutás de ese placer retrasado, de seguir extendiendo el período de deseo, sabiendo que la tensión se corta con espátula y de seguir sumándole a esa espera que cuando se termine va a ser como Disney en el día de gracias.

Ese fin de semana planeabas quedarte en casa viendo “Sweet Charity, las aventuras de una chica que quería ser amada” pero decidís a último momento movilizarte a pesar del paro de colectivos e ir a una fiesta en la casa de Los Natas. Pura y exclusivamente porque es en la esquina de la casa de él, y no sabés bien para qué, pero querés estar ahí. Probablemente para tenerlo presente toda la noche y así realmente disfrutar de la salida. Y esta noche también se escriben, y están a 50 metros. Y salís al balcón y ahí está, en la esquina, de traje, corbata y sombrero, como un galán de los años 40. Mira para arriba, se saca el sombrero, te saluda, y es la imagen más hermosa que recordás haber visto. Es el día de hoy que mirás esa esquina y lo ves.
Nada hace aflorar tu animosidad ahora, ni la cumbia peruana ni las botellas de gaseosa cortadas al medio ni que te pisen las botas. Estás de tan buen humor y te gusta tanto esa fiesta que te ponés a hablar con cualquiera, y hasta tomás Fernet de un Tupper y bailás temas de Lía Crucet hasta que se hace de día. Incluso se te acerca un pibe y te da la mano para felicitarte por ser la chica más hermosa de la fiesta, ¿tendrá algo que ver que estas cosas siempre te pasan cuando estás cerca de él?
Los 30 pesos de taxi que pagaste para hacer esas 30 cuadras ida y vuelta valieron la pena, aunque si hubieran sido $300 también lo hubieran valido, solo por verlo a él como Humphrey Bogart saludándote desde abajo del balcón, como en Casablanca…“Siempre tendremos Constitución”.

Pero cuando el Fernet se diluye al día siguiente, algo empieza a hacerte ruido. ¿Por qué todavía no pasa nada?, ¿por qué no se animó a entrar a la fiesta, se volvió a la casa y se durmió vestido?, ¿por qué ven películas solos y con la luz apagada y lo único que te da es tarea y un libro de historietas? Empezás entonces a darte cuenta de que todo este tiempo estuviste siendo cómplice de la histeria. Al principio era tu profesor, después estaba con la ecuatoriana, después estaba deprimido y sin la ecuatoriana, y ahora está enfrente, y ya no hay nada que les impida cruzar la calle.
Sabés que cuando le decís basta no pasan dos días y ya te estás rematriculando, pero ahora llegaste a tu límite, soportaste estoicamente la presencia de la ecuatoriana esperando que llegue tu hora, pero no podés hacerlo de nuevo. No podés seguir yendo a su casa para entretenerlo, alterarle las hormonas, y encima, ¡pagarle! Darle plata es cada día más humillante, para vos claro, él por otro lado sigue siendo el más vivo de la cuadra.
Ese miércoles volvés a ir con la tarea sin hacer, pero por las dudas llevás los apuntes en caso de acobardarte a último momento y abortar la misión.
Cuando estás por cruzar la calle pensás que ya está, estás a 10 minutos del éxtasis o la desgracia, pero sea cual sea en 10 minutos tu vida va a ser otra. Pensás en no tocarle el timbre, en sólo correr en dirección opuesta a su casa y después mandarle una postal diciendo que no podés ir más y que no intente contactarte. Pero decidís ser el adulto.

Cuando te abre la puerta volvés a estar muda, como la primera vez que entraste ahí, en la que creíste que no ibas a sobrevivir. Y le vomitás que no, que no hiciste la tarea, y que no la vas a hacer más, que ya no pueden seguir así porque no es serio, que para vos es cada vez más ridículo pagarle, y que el que está propiciando todo eso es él, no vos, y que por una vez dijera algo, en vez de hacer que siempre seas vos la que diga las cosas. Entonces prefiere salir a dar una vuelta, para estar más tranquilos, o para ganar tiempo. Y cuando lo ves pellizcarle el brazo a su mamá camino a la puerta, ya sabés lo que va a pasar.
Se sientan en un banco de parque Lezama y te dice lo que ya sabés, que le gustás, que le interesás, que no puede evitar buscarte de las maneras boludas en las que lo hace y que desde la primera clase que siente que hay algo, pero que no sabe estar bien con una chica, que sus últimas relaciones terminaron mal, y que entonces prefiere no engancharse, y que le da miedo dar ese paso, y que nunca quiso meterse con vos para no arruinar todo, y al final ahora ya no tiene nada. La situación hubiera sido hermosa si hubiera sido diferente, el mismo lugar en el que lo viste por primera vez, en invierno, entre los árboles pelados, cayendo la noche y con los perros, y los viejos y las hojas dando vueltas, y él preguntándote en qué estás pensando, y hablando de cosas de las que nunca habían hablado, pegados para no sentir el frío, pero tenía toda la tristeza de esas conversaciones que uno sabe que van a ser la última, y que todo lo que alguna vez se le pasó por la cabeza no va a pasar. Aún en una situación como esa la estaban pasando bien juntos, ¿cómo no querer hacer eso todos los días?
Después de tantos meses, se dan un beso, lo acompañás a su casa y se despiden.



A partir de ahora se sucederán varias etapas, la primera de ellas es la tristeza.
Con otras no hay dudas y no hay vueltas, siempre es con vos. Te parece que sos incapaz de hacer que alguien esté seguro, que sos incapaz de suscitar la decisión suficiente. Estás podrida de estar siempre lista y terminar teniendo que superar todo, pensando que otra sí, pero vos no. Evidentemente con la ecuatoriana no tuvo esa disyuntiva, no tuvo tantas dudas, no hizo tantos planteos ni se asustó tanto. Será que al lado de ella, o ellas, siempre sos una opción mas dudosa, o directamente sos la persona menos oportuna del mundo, y siempre llegás o muy tarde, o muy temprano. Tal vez seas vos la que obra mal, que al verlos indecisos sacás la bandera blanca y enseguida te retirás, en vez de llegar a las últimas consecuencias por decidirlos. Pero ese en realidad no es tu trabajo.
Y no es que te enganches con hombres incapaces de estar con una mujer o de tener una relación, sólo son incapaces de tenerla con vos.

Le sigue la Indignación. Indignación por haber sido el juguete de un deportista de la histeria que debería haber sabido desde un principio qué quería y qué no. E indignación porque no entendés de donde sale esa soberbia masculina que los lleva a temer que una inevitablemente se vaya a enamorar de ellos y vaya a querer atraparlos para que vengan a comer fideos el domingo con la abuela y luego devorarlos despiadadamente como una mantis. Y esa tendencia es aún más inexplicable dada la naturaleza insegura que los caracteriza. No podés evitar llevar este drama a tu sesión de terapia, creyendo que tenés entre tus manos la pregunta fundamental de la humanidad, a lo que tu analista responde, muy tranquila y suelta de cuerpo, que no tiene miedo de que te enamores de él, tiene miedo de enamorarse de vos. Y que si elige a la ecuatoriana tilinga (lo de tilinga es una licencia creativa de la escritora) de 17 años es porque ella no presenta ese peligro, y que si te descartó, fue exactamente por los rasgos positivos que vio en vos. O sea que ahora podrían estar juntos, como en el recital, o en el parque, o como cuando se quedaban viendo películas, podrían estar haciendo mil cosas que no hacen (y NO, no te referís a casarse o a ir a comprar un juego de platos) porque él tiene miedo.
De nada te sirve saber que en su cabeza sos el modelo de la madre de sus hijos si en la vida real no se anima a tocarte.
Que alguien te guste, y a esa persona le gustes, y la pases bien con ella, y estés solo, y aún así tomar la decisión de no estar con ella, es algo que tu mentalidad femenina nunca va a comprender. Más miedo te da que sea un viernes a las 3 de la mañana y que estén los dos sentados frente a la computadora escuchando Soda Stereo sin nada mejor que hacer, cada uno en su casa.
Y finalmente el cinismo. No es sólo por esto, es el peso acumulado de uno y otro hombre, de una y otra relación que se va sumando, y ya no sabés cuanta paciencia más tenés antes de llenarte de cinismo y descreimiento, y de comenzar a desconfiar de todo y de todos. A veces te pudrís y pensás que deberías retirarte, ahorrarte la angustia y aceptar que no naciste para esto. Pero siempre entre engancharte y darte la cabeza contra la pared, o no engancharte y estar tranquila, preferís engancharte, porque te parece que guardarte y andar con cuidado sería no vivir, sería plastificar los sillones y preservarlos para el más allá. Será doloroso pasar por todas estas etapas, o quedarse días leyendo sin emitir palabra, y eventualmente tener que olvidar, pero todos esos viajes en subte escuchando los Ramones pensando en él y mirando con sorna a los pasajeros refunfuñantes, lo justifican. Haberlo visto del otro lado de la calle saludándote con el sombrero lo justifica. Haberle dado un beso lo justifica. Y como decía Macaulay Culkin en Mi Pobre Angelito; si uno cuida tanto sus patines, cuando los quiera usar van a quedarle chicos. Hey Lloyd, I’m ready to be heartbroken.

10 de noviembre de 2008

Sí, Felipe


Felipe entiende de videojuegos, tiene un par de ojotas de las cuales preferís simular no tener conocimiento, escucha a Leo Masliah, usa emoticones, y a menudo se refiere a vos como “boluda”. Tiene un celular con cámara, a veces tiene faltas de ortografía, es fanático de la ciencia ficción y le gustan las historietas. En su adolescencia Felipe fue dark, y entre los perros y los gatos, prefiere a los gatos. No tiene idea de quiénes son Os Mutantes, ni ninguna otra banda beat de culto para el caso. En el MSN usa su propia foto, y lo que es peor, cada tanto la cambia. Toma mate y no duró ni seis meses en la UBA. Felipe es un tanto oficialista y a veces se le escapan comentarios como que en el subte C son todos villeros. Es tan infantil que cree que sacarte algo y negarse a devolvértelo es gracioso, y cuando le ponés los puntos se vuelve tan chiquito que te hace sentir su madre. Una vez te vino a buscar en saco y corbata, usa remeras con frases de humor negro y es suficientemente tímido como para obligarte a avanzar. Felipe es todo esto, y aun así, es Felipe.

Adiós Amigos


Estás rodeada de gente que te reclama, que te llama, que aprecia tu presencia. Pero eso no te es suficiente para contentarte. Por alguna razón no tomás en serio a ninguna de esas personas, al menos no lo suficiente. No te importa si todos tus amigos demuestran entusiastas ganas de estar con vos, no te vas a considerar interesante hasta que él muestre las mismas ganas entusiastas. Los querés, y te divertís con ellos, pero no querés pensar que esa es tu única opción. No importa cuántos amigos te elijan, el único que puede validarte, es él. Perdiste el interés en esas llamadas para salir el sábado a la noche, perdiste el interés por juntarte con viejos amigos a comer empanadas del Noble Repulgue, por salir de compras toda la tarde y terminar entre bolsas tomando un té con masitas, por juntarte con tu amigo puto a ver programas de chimentos, porque por más que ellos tengan ganas de estar con vos, vos ya no querés estar con ellos. Y preferís no hacer nada y ahorrarte esa plata para cuando seas más feliz. No tiene sentido vestirte, salir, poner cara de circunstancia frente a todos, hacer la rutina cómica, llegar a tu casa de día sintiendo que todo es exactamente igual que cuando saliste, hablar con otros seres humanos cuando quisieras estar sola leyendo, o viendo una película de Jessica Tandy con una Coca Cola de tres litros al lado. Estar rodeada de gente es definitivamente un agravante y no un atenuante de la situación. Porque si te quedás sola en casa aspirándole el alma a ese pañuelo que todavía tiene su olor y deseando morir en esa nube de almizcle, no jodés a nadie, y nadie te jode a vos, pero si tu falta de entusiasmo y predisposición al diálogo es atestiguada por otros, el malestar se hace más concluyente, y la incomodidad más evidente, con lo cual lo único en lo que podés pensar es en la utópica salida que no hiciste, en cuánto más contenta estarías, en cuan mejor versión tuya serías. Hasta cortaste provisoriamente y por tiempo indefinido el consumo de alcohol y marihuana, porque la depresión del sistema nervioso que te generarían dejaría de ser recreacional para convertirse en épica. Dejás pasar los recitales a los que querés ir, las películas que querés ver, porque nadie, de todas las personas que pueden acompañarte lograrían hacer que la salida te valga la pena. De hecho la arruinarían, porque no hay nadie más que él a quien quieras ver ahí. Abandonaste a voluntad todo contacto con la noche, la gente y la diversión, para decidirte por una existencia momentáneamente taciturna donde la mejor parte del día es llegar a tu casa y estar sola. La sabiduría popular aconseja salir para despejar la mente, para olvidar y para renovar el panorama, pero no siempre uno está preparado para recibir tan altas dosis de realidad. Entonces acostarse temprano oliendo un pañuelo no suena en absoluto como la peor opción.

7 de mayo de 2008

Escuela de Rock


En la banda ya te dieron el ultimátum; o vas a tomar clases, o te olvidás de tu sueño de tocar en Wembley como soporte de las Spice Girls. Ya usaste la excusa de que tu antigua profesora te daba miedo, de que no querés meterte sola en la casa de un cuarentón desconocido parecido a Manuel Wirtz, de que no podés dejar solos a tus peces y de que querés ser autodidacta. Se terminó la joda, ya te encontraron un profesor nuevo con buenas referencias, de quien se puede ya casi descartar que sea un asesino. Empezás el lunes.
La negación te lleva a quedarte dormida. Salís corriendo sin lavarte la cara, te comés un poco de pasta de dientes y te sacudís los pelos de perro de la remera que usaste ayer. Manuel Wirtz no amerita una remera limpia.
Mientras tocás el timbre, te enferma pensar que tenés que bancarte una hora con un músico mediocre que de seguro tiene comportamientos inadecuados para su edad.
Pero te abre la puerta el chico más lindo que viste en mucho tiempo. Su belleza no tiene nombre, y te saluda con una voz tan amable como la que usaría San Gabriel si te recibiera en su casa para darte clases de música. Te quedás helada. Es Felipe.

Tu elocuencia desaparece por completo, estás muda, no se te ocurre nada que decir, y lo poco que lográs esbozar son monosílabos o sonidos guturales.
Cuando te explica vos le mirás las canas, y él te mira como si no entendieras nada. Lo mismo podría estar hablando sobre la migración de las marsopas, o te podría estar enseñando a tocar el triángulo que tampoco entenderías. Entonces sonríe resignado al ver que no le estás prestando la más mínima atención a lo que dice.
Tiene tu edad y te da clases en su cuarto, ¿a quién se le ocurrió que ibas a aprender algo? Aunque es menester reconocer que ahora estás más motivada que cuando estudiabas con una metalera de mal aliento. Te avergüenza que pueda pensar que no tenés talento o que sos medio lenta, así que estudiás hasta dormirte sobre las partituras en un intento de impresionarlo.

Por momentos te olvidás de que estás en una clase y te portás como si fuera una cita, escuchando con ojos ingenuos todo lo que tiene para decir, esforzándote para rematar sus comentarios con observaciones ingeniosas, sin éxito alguno. Te comieron la lengua los ratones. Lo único en lo que podés pensar es en que querés que te bese sobre esos libros de música.
Para empezar estás en una posición de desventaja, él te está enseñando, o sea que está explícito que vos tenés que aprender de él, él es el que sabe, vos sos la que no. Es la inferioridad en la que te sentís cuando te gusta un chico, amplificada. No hay manera de ganarle en esta. Sos su alumna.
Y es demasiado lindo para vos. Cuando saliste de casa te sentías la Kate Moss del arrabal, pero al lado de él parecés un troll con lepra.

Cada vez que vas rezás para que se largue el diluvio universal y así tener que quedarte. Para siempre. Que haga mucho frío, que sean las siete de la tarde pero ya sea de noche, que haya un alerta meteorológico, una tormenta eléctrica de esas de las que aunque llames a un taxi, te empaparías yendo hasta el cordón de la vereda. Que te diga entonces que te quedes, haga un té, y ponga Snow Patrol.
A veces no tenés sueño pero te vas a acostar temprano solo para pensar en eso un rato.
Si este pibe te llega a dar bola, te hacés un monumento a vos misma.
No tenés todos los factores a favor a decir verdad. Los une en este caso una relación profesional, y para hacer que la relación sea aun menos íntima, le pagás. Pasás una hora por semana con él, una hermosa hora, y al final tenés que abrir la billetera y sacar 25 pesos. Y si por desgracia no tenés cambio, él tiene que darte el vuelto. El romance te lo debo.
Es muy delirante pensar que en una situación así pueda pasar algo. Un profesor decente no se insinúa en una clase, y una alumna decente tampoco. Los roles que cumplen los obligan a olvidar que son dos personas de la misma edad, que hacen lo mismo con su tiempo libre, y que están encerradas en un cuarto.
Pero vas a aprender más que con esa aterradora y poco higiénica profesora, y vas a asegurarte de nunca, pero nunca, llevar un paraguas.

4 de mayo de 2008

La Granja


(Wild horses couldn´t drag me away)

Siempre supiste que ibas a terminar limpiando anos contranatura, cuidando de un viejo convaleciente y malhumorado cuando éste ya no tenga fuerzas ni atractivo para retozar con otras mujeres, y se dé cuenta de que la única que le iba a hacer acordar de tomar los remedios y de salir a comprarle la cinta para la máquina de escribir, sos vos. Cuando a lo único que su cuerpo y su libido en decadencia puedan aspirar es a una tarde leyendo los titulares del diario en voz alta, y se percate de que la mejor compañía que alguna vez pudo tener para leer titulares de diario en voz alta sos vos, y que todas esas jóvenes que su vitalidad supo ganarle, ya no están dispuestas a hacer el trabajo sucio de estar con él cuando hay que ponerle el papagayo.

Pero jamás se te hubiera cruzado por la cabeza que ibas a desarrollar un amor incondicional por un adicto, cuando de chica veías esas imágenes que te atormentaban desde la películas, donde el antihéroe posaba su nariz sobre un espejo al que nunca le encontrabas explicación y la línea blanca desaparecía en un segundo, y vos no te animabas ni a seguir mirando ni a decir en voz alta el nombre de ese demonio. Si había algo a lo que le tenías miedo era a Al Kassar, a los carapintadas y a la Cocaína.
Pero no todo es gratis, el tipo de chicos en los que te fijás no puede ser solo un dejo de virtudes, este era el precio que tenías que pagar.
No es ese estereotipo de adicto al que siempre te aferraste a lo largo de tu crianza conservadora; no le faltan dientes, no huele a vino, no tiene la ropa manchada con su propia orina, no ve círculos de colores flotando en el aire, no pierde el conocimiento, no se parece ni a Tony Montana ni a Charly García. Es el típico chico por el que te sentís atraída; inteligente, leído, gracioso, universitario, músico, educado y con gustos analógicos. Solo que se le dio por consumir una sustancia psicotrópica ilegal.
Y aceptás las reglas del juego, porque por más que no apruebes lo que hace, aun con esa terrible falla, sigue siendo más interesante que cualquier otro.

Te das cuenta de que nunca va a comprender cuánto te preocupás por él, que nunca se imaginaría las veces que lloraste al ver que no hay nada que vos puedas hacer para cambiar su modo de vida.
Y realizás un trabajo invisible, convirtiéndote en su madre, su psicóloga, su amigo, su esposa, su novia y su perro, haciendo todo, absolutamente todo por él, porque él no parece notarlo, y si lo hace, no lo considera algo extraordinario en lo absoluto, jamás te lo agradece, y jamás te lo devuelve. Parece creer que cualquiera haría lo mismo, que la adoración que tenés por él es lo mínimo que puede esperar. Entonces sentís que en teoría deberías mostrar más orgullo, pero lo que en teoría rebosa lógica, en la práctica te es inconcebible. Sabés que te estás saboteando, consagrándote a alguien que poca diferencia ve entre vos y un abrigo colgado de un montón de palos de escoba, pero esto está lejos de amedrentarte, y seguís adelante con el solo aliciente de que estás haciendo algo para él, y que por más de que no pueda darse cuenta, su vida es un poco más fácil gracias a vos.

Fantaseaste mil veces con el momento en el que lo confrontás y le decís todo eso de lo que o no se da cuenta o no le importa, el momento en el que ya no tenés más intención de resguardarte ni a vos ni a él, que perdiste el pudor, y que con cada palabra que pronunciás sentís más alivio. Ese momento que dudás que alguna vez llegue, pero que tenés elaborado en tu cabeza frase por frase, como el monólogo final de algún melodrama, tratando de hacerle entender a los gritos cuánto lo querés frente su expresión de desconcierto, porque a pesar de que al ojo ajeno es una causa perdida de la cual tenés que alejarte lo antes posible, y tal vez probar con un chico que usará sandalias pero que al menos no se droga, y de que hasta ahora nunca valoró cómo sos vos con él, si no tenés fe ciega en nada, es que entendiste mal todo, y vos tenés fe ciega en él.

Sería más fácil, y más saludable, y más tranquilizador para tu mamá si te inclinaras por el de las sandalias, pero te gustó el durazno, y a este durazno tenés que compartirlo con otra. Y más que saberlo seguidor de la diosa inca, te angustia pensar que está convencido de que no hay nada en la vida que sea suficiente para llenarlo, ni para mantenerlo entusiasmado, aun estando vos en ella. Y en cambio para vos él solo es suficiente, y nada que puedas meterte por la nariz le ganaría a eso.

1 de marzo de 2008

Los Idiotas


No hay nada más decepcionante en la vida de una mujer, que ver a un hombre en su medio ambiente, privado de la soledad que lo obliga a actuar como un individuo razonable e interesante.
De encontrarse en su ecosistema, la idiotez ajena le es irresistible e indefectiblemente más poderosa que la presencia femenina. En comunión con un grupo de dos o más hombres (preferiblemente de naturaleza inmadura, o meramente idiota, aunque de ningún modo esto es condición excluyente) abandonará cualquier rasgo del ser reflexivo, reservado, sensato, y distinguido del que supo hacer gala, aun frente a la mujer a la que intenta impresionar, porque en ese momento, la idiotez es más fuerte.

Cuando lo ves entre los suyos preferís hacerte a un lado, dejar que se lo queden y fingir que no estás atestiguando eso, porque si intentás ser parte de ellos, no sólo vas a hacer un papel lastimoso, si no que por más que te esfuerces, te van a ignorar. Es inútil dar pelea, es una batalla perdida.

A ellos siempre los saluda con más ganas, parece más contento de verlos. Y por eso secretamente los detestás. Porque ellos, sin sexo, sin pechos, y sin sacarse el bigote, logran su interés con más facilidad. Con vos nunca se ríe tan fuerte. Nunca lograste producirle una carcajada, o que se revuelque en el piso, o que largue Paso de los Toros por la nariz. ¿Será que ellos son más graciosos?, ¿será que se potencia, riendo como una hiena herida de cosas que normalmente no le causarían tanta gracia?, ¿o es que frente a su manada se siente más cómodo? No importa cuánto lo intentes, nada que puedas decir vos lo va a hacer llorar de risa como lo hacen sus amigos cuando juegan a cabecear una pelotita.

Tenés que soportar escucharlo hablar de que la hermana de un amigo tiene los pechos hechos pero que parecen naturales, que la otra se parte sola, que si tuvieran guita se la gastan toda en minas, fiesta y alcohol, que la madre quiere que tenga novia a ver si se rescata, pero (en sus palabras) "Ni en pedo". Se ríen de solo imaginar poder tomarse un trago, o fumarse un porro y se amenazan entre ellos con "ponerse cosas" en diversos huecos corporales. Tenés que verlo creerse Pomelo cuando le festeja a otro que estuvo de caravana 5 días seguidos, encerrado en la casa con las persianas bajas. Y cómo le pregunta si la que consigue es buena. Nena, nena, rock.
¿Se hacen los pistolas para no quedar como unos idiotas con los demás, o el verdadero personaje es el que hacen cuando están sin ellos?
Desearías no haber presenciado ese triste y poco glamoroso espectáculo.Ya no hay nada que separe a este Mr. Hyde del resto de los hombres, de lo costumbrista, de lo mundano, de la birra, Fútbol de Primera y la revista Hombre. Y ya no te es difícil imaginarlo yendo a comprar zapallo usando unas Havaianas genéricas de supermercado chino.

Procurando no amargarte, das vuelta la cara con toda tu madurez, abrís un libro y canturreás en tus adentros para no oír más esas blasfemias, esperando que se vayan los idiotas y que él vuelva a ser el de siempre.

25 de enero de 2008

Felipe


Felipe trabaja escribiendo y ya casi termina su carrera en la UBA. Te lleva 20 centímetros y dos años. Toca tres instrumentos, dos convencionales y alguno extraño, como el melotrón. Pasa todas sus horas de vigilia escuchando música. Ama a los Beatles, a Woody Allen y a Bukowski. Tiene barba, entiende el sarcasmo y nunca se toma las cosas en sentido literal. Jamás toma sol ni usa calzado abierto. Ve las nuevas temporadas del canal Retro como si fueran estrenos. Nunca se acostaría con una mujer como Jésica Cirio. No se compra ropa y no gasta tiempo ni dinero en su apariencia, pero se ve como un actor de reparto de Casi Famosos. De vez en cuando lleva a arreglar el Winco. Cada vez que le recomendás un disco, para el día siguiente ya lo escuchó. Nunca se olvida de las cosas que decís. No le molesta caminar ni usar el transporte público, y si no tiene compañía para ir a un recital, va solo. Siempre tiene las uñas cortas, aunque cómo y cuándo se ocupa de ellas es aún un agradable misterio.
Nunca comenta el atractivo de otras mujeres ni habla de su pasado amoroso. Odia el deporte y le aburren los juegos que precisan de un ganador y un perdedor para existir. No toma mate. Se vuelve loco cuando ve un cachorrito. Probó algunas drogas, pero ya se sacó las ganas. Habla inglés y lee uno o dos libros por semana. Tiene el ingenio de Groucho Marx y la sutileza de Oscar Wilde. Tiene un celular que salió 63 pesos y ninguna intención de cambiarlo. Nunca critica a nadie en voz alta. Cuando te acordás de su cara, siempre está sonriendo. Llora de la risa viendo a Bob Esponja. No ve películas de acción y se le rompe el corazón con las de Bill Murray. A veces se olvida de comer. Nunca hace comentarios de esos que no le importan a nadie, y a pesar de ser inusualmente inteligente, parece todavía no haberlo notado. Felipe nunca se quejaría de que un piquete lo hizo llegar tarde al trabajo ni se iría en enero a la costa. Se corta el pelo en una peluquería de viejos y siempre parece que recién se hubiera levantado. Cuando está enamorado escucha a los Beach Boys. Simpatiza con un club chico pero no sabe si la pelota es redonda o cuadrada. En la secundaria se sentaba al fondo de todo, no tenía muchos amigos y no se fue de viaje de egresados. Su cuerpo da fe de que nunca hizo ejercicio.
Cuando creés que ya sabés todo de él, te cuenta que sabe manejar. Si está con sus amigos sigue siendo el mismo, pero parece divertirse más cuando está con vos. Le encanta cantar canciones de Dean Martin cuando cree que nadie lo escucha. Es feminista y no le da vergüenza ponerse una pollera, ni usar una remera rosa, ni comerse un algodón de azúcar. A vos te parece hermoso, pero las otras chicas creen que es horrible. Es tímido para declararse, pero lo suficientemente valiente como para no obligarte a hacerlo vos. Podés decirle la verdad sin que se asuste. Como Austin Powers, no entiende que hace 40 años que terminaron los 60. Siempre se le ven los calzoncillos sobre el pantalón que le queda grande, y a pesar de verse tan desaliñado, siempre huele bien. Hace años que sabe qué nombre le pondría a su hijo. Cuando está de buen humor usa una remera de The Who llena de agujeros. Le divierte hablar con extraños, especialmente si están locos, y para tu cumpleaños jamás te regalaría un electrodoméstico.
Felipe sí existe, solo que Papá Noel se olvidó de traerlo. Este año.

17 de enero de 2008

Llamáme Cuando Llegues


“Ojalá estuviera muerto. Es un deseo terrible. Es un deseo adorable. Si estuviera muerto sería mío. Si estuviera muerto, nunca pensaría en las cosas como son ahora y como han sido en las últimas semanas. Sólo recordaría los buenos tiempos y todo sería hermoso. Ojalá estuviera muerto. Quiero que esté muerto, muerto, muerto”.
Dorothy Parker

Hay una ironía en la cercanía que percibís cuando estás obligada a estar lejos de alguien. Mientras él está corriendo desnudo por un viñedo en Bolivia, y vos yacés vestida, encallada en la arena de la Costa Atlántica, es solo tuyo, no tenés que compartirlo con nadie, sos dueña del pasado sin un presente que lo desmienta. Sos libre de creer que la única razón por la que no están juntos es que no pueden, que una fuerza mayor es la que temporalmente mantiene sus caminos apartados. Cuando él no está todo es posible, todas tus ilusiones están justificadas por el solo hecho de que él no se encuentra ahí para darlas por tierra. Nada te impide fantasear con que en la distancia añoran el momento de estar juntos otra vez y que mientras realizan las modestas tareas de la vida cotidiana, no hacen más que pensar en el otro con dulce melancolía. Y nadie puede despertarte de tu sueño, ni siquiera él. Tus días sin su presencia transcurren entonces con una tranquilidad inusitada, esa de la que disfrutabas cuando aún no te interesaban los hombres, esa que te permite no perder el apetito, ni el sueño, ni transpirar como un chancho en pleno junio. Sabés que está, pero no tenés que lidiar con ello. Tus vacaciones son una alegre y despreocupada canción de Los Shakers.
Por más que lo extrañás continuamente, te reconforta su ausencia. En lo que este ensueño dura no te produce angustia descubrir que no todo es perfecto, y no te produce ansiedad intentar que lo sea. Cosas insignificantes como que no te llame, o que no te conteste en el MSN, o que te salude sin entusiasmo ya no te generan una súbita depresión ni logran crispar tu calma, aquella de la que gozás sabiendo que al menos mientras él no está, lograron tener una relación perfecta.