10 de noviembre de 2008

Sí, Felipe


Felipe entiende de videojuegos, tiene un par de ojotas de las cuales preferís simular no tener conocimiento, escucha a Leo Masliah, usa emoticones, y a menudo se refiere a vos como “boluda”. Tiene un celular con cámara, a veces tiene faltas de ortografía, es fanático de la ciencia ficción y le gustan las historietas. En su adolescencia Felipe fue dark, y entre los perros y los gatos, prefiere a los gatos. No tiene idea de quiénes son Os Mutantes, ni ninguna otra banda beat de culto para el caso. En el MSN usa su propia foto, y lo que es peor, cada tanto la cambia. Toma mate y no duró ni seis meses en la UBA. Felipe es un tanto oficialista y a veces se le escapan comentarios como que en el subte C son todos villeros. Es tan infantil que cree que sacarte algo y negarse a devolvértelo es gracioso, y cuando le ponés los puntos se vuelve tan chiquito que te hace sentir su madre. Una vez te vino a buscar en saco y corbata, usa remeras con frases de humor negro y es suficientemente tímido como para obligarte a avanzar. Felipe es todo esto, y aun así, es Felipe.

Adiós Amigos


Estás rodeada de gente que te reclama, que te llama, que aprecia tu presencia. Pero eso no te es suficiente para contentarte. Por alguna razón no tomás en serio a ninguna de esas personas, al menos no lo suficiente. No te importa si todos tus amigos demuestran entusiastas ganas de estar con vos, no te vas a considerar interesante hasta que él muestre las mismas ganas entusiastas. Los querés, y te divertís con ellos, pero no querés pensar que esa es tu única opción. No importa cuántos amigos te elijan, el único que puede validarte, es él. Perdiste el interés en esas llamadas para salir el sábado a la noche, perdiste el interés por juntarte con viejos amigos a comer empanadas del Noble Repulgue, por salir de compras toda la tarde y terminar entre bolsas tomando un té con masitas, por juntarte con tu amigo puto a ver programas de chimentos, porque por más que ellos tengan ganas de estar con vos, vos ya no querés estar con ellos. Y preferís no hacer nada y ahorrarte esa plata para cuando seas más feliz. No tiene sentido vestirte, salir, poner cara de circunstancia frente a todos, hacer la rutina cómica, llegar a tu casa de día sintiendo que todo es exactamente igual que cuando saliste, hablar con otros seres humanos cuando quisieras estar sola leyendo, o viendo una película de Jessica Tandy con una Coca Cola de tres litros al lado. Estar rodeada de gente es definitivamente un agravante y no un atenuante de la situación. Porque si te quedás sola en casa aspirándole el alma a ese pañuelo que todavía tiene su olor y deseando morir en esa nube de almizcle, no jodés a nadie, y nadie te jode a vos, pero si tu falta de entusiasmo y predisposición al diálogo es atestiguada por otros, el malestar se hace más concluyente, y la incomodidad más evidente, con lo cual lo único en lo que podés pensar es en la utópica salida que no hiciste, en cuánto más contenta estarías, en cuan mejor versión tuya serías. Hasta cortaste provisoriamente y por tiempo indefinido el consumo de alcohol y marihuana, porque la depresión del sistema nervioso que te generarían dejaría de ser recreacional para convertirse en épica. Dejás pasar los recitales a los que querés ir, las películas que querés ver, porque nadie, de todas las personas que pueden acompañarte lograrían hacer que la salida te valga la pena. De hecho la arruinarían, porque no hay nadie más que él a quien quieras ver ahí. Abandonaste a voluntad todo contacto con la noche, la gente y la diversión, para decidirte por una existencia momentáneamente taciturna donde la mejor parte del día es llegar a tu casa y estar sola. La sabiduría popular aconseja salir para despejar la mente, para olvidar y para renovar el panorama, pero no siempre uno está preparado para recibir tan altas dosis de realidad. Entonces acostarse temprano oliendo un pañuelo no suena en absoluto como la peor opción.