29 de agosto de 2006

El Mayo De Ringo



Recién empezaste en una nueva facultad, y te invitan al primer evento social del año, la oportunidad de conocer más a fondo a tus nuevos compañeritos. Si vas a estar viendo las mismas caras durante los próximos cuatro años, va a ser mejor que vayas haciendo buenas migas y que te busques un motivo para ir a estudiar todos los días, que por amor al arte no es.
Salís de tu casa con la mente abierta y predispuesta. Al menos vas a darle el beneficio de la charla a quien sea que se te cruce, lo bueno es que si te tienen que ver todos los días no te van a venir con baratijas del tipo “Qué lindos ojos que tenés”, “¿Venís siempre acá?” o “Te pareces a Marky Ramone”. Es el ambiente ideal para conocer a alguien creíble.
Entrás a la fiesta, y por supuesto hay tres gatos locos, porque claro, vos no estás en la pomada, y siempre llegás a la hora que dice en la tarjetita. Por el lado positivo, estás obligada a sociabilizar con los otros ancianos que también llegaron temprano, y que en definitiva, son la gente más interesante de la fiesta.

En una mesa al fondo, ves sentado a uno de tus compañeros, uno medio feúcho, pero que después de todo cumplía con el requisito de ser alguien interesante con quien charlar.
Te sentás al lado de él aferrándote a tu promesa de no ser selectiva, cerrada y prejuiciosa esta noche.
Empezás hablando del clima y de cómo aumentó el pescado, y terminás hablando de Fidel Castro, de rock sinfónico, de cine gore y de Ringo Starr. Hablás y seguís hablando hasta que el lugar ya está lleno de gente, pero nadie se acerca.

No será un galán, pero sabe de todo, y tiene tu gusto, y a medida que hablás no podes creer que estén tan de acuerdo. En general cuando los pibes te hablan vos solo asentís y te rascás el culo cuando no miran, pero a este realmente no podés dejar de escucharlo.
Tal vez el hecho de que sea tan simplón no te deja otra opción que prestarle atención. Pero no es eso. Se la ganó. Y en tu especuladora mente te alegra un poco saber que no es lindo, porque estás convencida de que sí o sí te va a dar bola. Te ganó.
Mientras habla pensás en esas películas en las que los protagonistas hablan durante horas, y hablan de todo, y no hay silencios, y cuando los hay no son incómodos, y que para cuando la charla termina ya saben que se tienen que ir juntos.

No notás a la multitud ni a la música de Erasure hasta que tu nuevo galán sugiere ir a sentarse a otra parte, sin tanta gente. ¿Qué? Esto es demasiado fácil, no puede ser, tiene que haber algún truco, los hilos tienen que estar por alguna parte. Y de hecho lo están.
Se sentó en un sillón separado de otro por una mesa. Y como en los libros de “Elige Tu Propia Aventura”, algunas decisiones estúpidas terminan teniendo grandes repercusiones. Ahora la responsabilidad cae en vos, te sentás de su lado y te incinerás, o te sentás enfrente y empieza una bonita amistad. Si te sentás al lado, tus intenciones van a ser obvias, vas a estar aceptando que querés algo con él, va a ser la conquista mas fácil y rápida de toda tu vida, no esperabas nada y te llevás todo. Pero como las decisiones no son tu fuerte, te sentás enfrente.

Al día siguiente te despierta tu estomago revuelto, no sabés si es porque el chico te gusta o porque la cerveza te cayó mal, pero no podés dejar de darle vueltas a la noche anterior. Todavía no sabés qué es lo que querés que pase, tampoco sabés si no te importa que sea feo, y pasás todo el domingo tratando de apurar la decisión porque estás segura de que cuando lo vuelvas a ver la definición va a ser inminente y no va a haber tiempo para dudar. Te rompés la cabeza, y después de considerar todos los escenarios posibles, te decidís. Te gusta.

Cuando termina la clase se acerca para saludarte, y toda tu vida pasa frente a tus ojos, no te arrepentís de haberte sentado al lado de él por más que fuese feo, y no dejás de alegrarte por haber llegado a la fiesta tan temprano.
Pero volvés al mundo real en tiempo récord cuando descubrís que la única razón por la cual te busca es porque te quedaste debiéndole 2 pesos. Y mientras sin despedirse se sube corriendo al 126, te vas con un problema que nunca buscaste, sin saber qué fue lo que quería de vos la otra noche, y qué hubiese pasado si te sentabas al otro lado de la mesa. Pero de una cosa estás segura, y es que a la próxima fiesta, llegás tarde.