18 de diciembre de 2007

El Loco


Ya todos se habían dado cuenta de que tarde o temprano algo iba a pasar entre ustedes, de que eran el uno para el otro, pero costó aceptar que era lo que los dos querían. En un principio la culpa te inundó, al punto de negar y ocultar lo que habías descubierto y de escupir negativas una y otra vez a la hora de ser interrogada sobre si te gustaba o no. Entonces lo inevitable se fue postergando, hasta casi quedar cancelado.

Pasaron meses. Pasaron otras personas, pasaron confesiones etílicas, pasaron idas y vueltas, pasó una amistad, pasaron cientos de horas hablando, pasaron montones de doble sentidos, de insinuaciones, de intentos fallidos y de canciones. Hasta que al fin y al cabo, nadie iba a beneficiarse de ese exceso de códigos, y por fin, después de meses, van a consumar ese amor platónico. Estará lloviendo, pero nadie va a hacer llover en tu desfile, ese desfile para el que hace tanto tiempo estás cosiendo lentejuelas.
Antes de que te des cuenta estás entrando en un telo, uno de esos lugares que solo viste en películas como El rey de los exhortos, con Susana y Alberto, donde todo es dorado y siempre suenan Las Primas.
Cuando se abre la puerta de esa escenografía de Hugo Sofovich comprendés que tu concepción de la palabra "bizarro" ha cambiado para siempre. Entonces mirás para arriba y ves el reflejo de Alberto y Susana mirando para abajo con picardía.


Pero un buen día, y sin previo aviso, ellos siempre se vuelven fríos. Un día tienen esa mirada extraña, y vos siempre, siempre, sabés que va a ser la última vez. Hay algo en ese beso, no podés señalarlo, pero lo sabés en ese mismo momento. Probablemente aún antes de que lo sepan ellos. Y cuando a la salida de la amueblada te acompaña a tomar el colectivo sin perder un solo segundo, la ves.

Mientras mirás por la ventanilla como cae la lluvia, te preguntás que hacés ahí tan temprano, y pensás en que tu desfile se aguó tal vez un poco.
A las nueve y media estás de vuelta a tiempo para cenar bife y ensalada con tu mamá, tu papá y tu hermanito. Te sentís sucia y con ganas de usar tu suciedad en algo más que compartir la mesa familiar de un día de semana.

De ese momento en adelante él adopta el comportamiento propio de un mono babuino, ya no es el galán Shakespeareano de otrora, ha descendido al plano terrenal y ahora es un chico cualquiera.
Añorás llena de nostalgia ese momento mágico en el que muestran un entusiasmo enternecedor, cuando parecen capaces de mover cielo y tierra para estar con vos, cuando olvidan su orgullo y se declaran una y otra y otra vez arriesgándose al rechazo, y no descansan hasta obtener lo que quieren. Pero ese es justamente el problema; una vez que lo consiguen, descansan hasta el letargo.
Tus amigas no se aburren de decirte que no deberías tenerle tanta paciencia a esta clase de chicos, que no todos los hombres son babuinos, u obran de formas tan misteriosas, o cambian de opinión tan fácil y con tan poca delicadeza, que te acostumbres al hecho de que no todos son así, de que esto no es la normalidad, o al menos, que no debería serlo.
Pero hasta ahora no tenés argumentos fuertes como para darles la razón.
Nadie dice nada, pero ya es un sobreentendido el hecho de que volvieron a ser mejores amigos con un posible régimen de visitas conyugales, y de que la única manera de darse cuenta si realmente son lo que creías, es irte a la cama con ellos. De otro modo lo disimulan muy bien.


A menudo te olvidás de sus comentarios desubicados, de su frialdad, de su enfermiza timidez, de su completa falta de tacto y sutileza, de la incertidumbre en la que te hace vivir y de su condición de mono babuino, y te tentás a verlo, a mandarle un mensaje de texto con declaraciones libidinosas excusándote en el hecho de haber estado pasada de alcohol en una fiesta salvaje, cuando en realidad te quedaste en tu casa limpiando la papelera de reciclaje. Pensás que verlo aunque sea para tener sexo va a darle un poco de diversión a tu gris rutina del yugo diario, pero con pesar debés reconocer que no va a ser tan divertido si no vas a esperar un beso después, o antes. O una salida, o un llamado. Tu crianza basada en la estúpida creencia de que el amor existe te permite aceptar una relación informal, pero juntarse a tener sexo una vez cada tres semanas y que después te saluden con un beso en la mejilla, no. Es mucho pedir. Antes de que te des cuenta te van a estar dando un apretón de manos y una sidra Rama Caída para Navidad. Es tentadora la invitación, pero necesitás más que una habitación de 58 pesos y un beso en la mejilla para pasarla bien. Un poco más, no mucho, lo mínimo al menos.
Aún guardando la indecible esperanza de que se reforme, de que todavía tiene salvación, desencantada te decidís a mantenerte fuerte en tu indiferencia. Hubieses deseado que él sea menos raro, y que ese amor prohibido que los unía secretamente desde un principio hubiera sido menos ruido y más nueces.

15 de diciembre de 2007

El Efecto Pigmalión

“Lo más hermoso y realmente genial de las mujeres es que saben que no saben. Y lo más errado y peligroso es que sabiendo que el hombre tampoco sabe, le dejan creer lo contrario”.
Enrique Symns


Si es verdad (y es verdad) que las mujeres les copiamos las afinidades a los hombres, con cada uno de ellos vamos absorbiendo más gustos, más intereses y más conocimientos sobre diversos temas (los temas que les interesan a ellos, claro). La razón por la cual nosotras nos amoldamos a sus gustos y ellos no a los nuestros, sea tal vez que a diferencia de ellos, nosotras confiamos ciega, sorda y locamente en su criterio.
A medida que cambiamos de chico, cambiamos de estilo y de afinidades, y a la larga nos vamos quedando con las cosas que una vez que ese chico ya no está, nos siguen interesando. Los conocimientos se van sumando uno a uno, y después de dos o tres chicos ya aprendiste unas cuantas cosas, que por supuesto usarás astutamente para enamorar al cuarto. Y así. Después de ocho o nueve intelectuales no hay razón por la cual no puedas aspirar a un Woody Allen o a un Norman Mailer.

Es así como te leíste todos los saldos de la generación beat que pudiste encontrar en la calle Corrientes, escuchaste y entendiste todos los discos que ellos alguna vez escucharon, o nombraron, o tocaron, o sobre el que posaron sus ojos. Buscaste en el diccionario todas las palabras rebuscadas que usan, y que exceden tu humilde y escueto vocabulario de chica de barrio. Mientras se te caían los mocos de tanto aburrimiento, viste cine western hasta que te empezó a gustar. Todo en un intento de ser digna de ellos, de diferenciarte de la Jésica Cirio cualquiera.
Pero no importa cuánto esfuerzo hagas, o cuántos discos de pasta abulten tu colección, siempre va a haber una razón por la cual no es suficiente. Cuando creés estar bien lejos de Jésica Cirio, el muy ingrato se atreve a juzgarte porque hay algo que no sabés, porque a pesar de que hay tantas otras cosas que sí sabés, no tenés idea de lo que es una anacruza. Parece entre indignado y decepcionado de que no sepas eso, de que no sepas todo, y se encarga de hacértelo notar usando sutiles y diplomáticas frases como “¡No puede ser que no sepas eso!”, “No puedo creerlo, ¿en serio me estás hablando?”, “Entre esto y que nunca escuchaste a Miles Davis…”, y la doblemente insultante “¿A tu edad no sabés eso?”.

De repente todo eso que admirabas se convierte en algo insoportable. Su inteligencia se convierte en soberbia, y su intelectualidad en esnobismo. No sabés si esas demostraciones las hace para impresionarte o para probarse a él mismo cuán capaz es. Probablemente sea la segunda opción. Y ahí entendés que la razón por la cual sigue juntándose con vos no es porque le interese lo que digas, o porque aprenda del intercambio, lo único que busca es poder desplegar sus conocimientos frente a alguien que pueda admirarlos y valorizarlos, frente a quien pueda sentirse el intelectual que quiere ser. Encontró el espejo que le devuelve la imagen que quiere ver, y cual Narciso embelesado no puede despegarse de esa imagen de él, no puede despegarse de vos.
Hasta que un día muerde la mano de quien le alimenta (el ego) cometiendo el pecado de dejar ver su sentimiento de superioridad, y con opiniones que probablemente plagió de manera textual de algún resumen de apuntes para estudiantes universitarios, quiere mostrarte de manera descarada cuanto más leído que vos es. Pero andá a lavarte el culo. Andá a hacerte el Susan Sontag a otro lado. Pocas chicas (incluidas su mamá y sus novias) deben haber tenido tantas palabras de admiración para con él, pocas deben haber hablado tantas veces en su favor, o haber estado dispuestas a defenderlo sin miramientos.
¿Acaso todas las chicas que se agarró (o que quiso agarrarse) sabían lo que era una anacruza? ¿Habían escuchado los mismo discos que él, y leído los mismos libros, y aprendido a amar los westerns? ¿Acaso a alguna de ellas le exigió algo de eso? La inteligencia y el talento son encantadores cuando uno no es consciente de ellos, y en el terrible caso de estar al tanto, lo más sensato es guardar el secreto. No vas a soportar la soberbia de alguien que dice que solo discute estos temas con gente que sepa lo que es una anacruza. Semejante esfuerzo y estás en la misma categoría de ignorante que la pobre Jésica Cirio. Con la única diferencia de que con vos está desilusionado por no saber lo que es esa bendita anacruza, y con ella está caliente, y poco le importa lo de la anacruza. Un punto para Jésica Cirio.

25 de octubre de 2007

La Fe


Después de haber logrado el autocontrol suficiente como para decidir no hablarle más, de negarte a saber nada de él, de plantarte frente a toda esa estructura y desafiarla ofreciendo tu indiferencia, la abstinencia te alcanzó.
Teniendo en cuenta que todos los sujetos con los que intentás inútilmente olvidarlo son cada vez menos considerables, su figura, en comparación, no deja de representar el arquetipo de la semi perfección. La prueba de que hay bien en el mundo. El argumento más fuerte a favor del idealismo y la esperanza. La razón por la cual todavía no desististe de los hombres.
Lamentablemente semejante admiración es unilateral, por lo cual se ha hecho de suma inutilidad el seguir fomentándola. Así, en el afán de no pensar más en él, lográs enamorarte de cualquier idiota en míseras milésimas de segundos. Y por un momento creés que estás frente a algo trascendental, y hasta llegás al punto de condecorar al idiota con no pocas horas de abatimiento y melancolía. Y cuando te das cuenta de que estás escuchando a Elton John por alguien a quien calificás de idita, decidís que es momento de poner las cosas en contexto.
Entonces cada vez que un chico te produce una desilusión o significa un problema, cuando descreés de todo, cuando te volvés una completa escéptica, el instinto es volver a casa, comprar la bolsa de chizitos más grande que puedas conseguir, y desbloquear a Mr Grey. Y todas las peripecias que estabas viviendo de repente adquieren otra perspectiva. Todos esos chicos que oficiaban de distracción se convierten en hormigas vistas desde tan lejos. Porque nadie es capaz de perpetrar la clase de dolor de la que él sería capaz. Afortunadamente, porque de esa manera nadie real va a poder romper tu corazón completamente, dado que siempre va a estar esperando a ser roto por alguien más.
Has elaborado una sofisticada estrategia: agarrarte a otros chicos para olvidarlo a él, pensar en él para no preocuparte por los demás chicos. Un clavo saca a otro clavo, y la pinza los saca a todos. A eso llamo yo un buen plan.
Y ya no importa si esa imagen idílica que se yergue sobre cada hombre que conocés es real o no. No importa si Jesucristo es real o no, lo que importa es que mantiene viva la fe. Y preferís aferrarte a un personaje bíblico antes que convertirte en una atea. Siempre que haya un señor gris en el mundo, la religión del amor contará con tu adhesión.
Mr Grey consiguió transformarse en tu remedio contra la desolación, contra el despecho, contra el descreimiento, contra la ansiedad y contra la vergüenza. Ahora solo te falta encontrar un remedio contra Mr Grey.

Una Teoría


Si uno pone atención en una conversación mixta común y corriente, sobre música, cine, literatura, historia o política, no tardará en notar que los comentarios mas entendidos, más analíticos y más eruditos, provienen de los participantes de género masculino. Las mujeres pueden saber muchas cosas, pueden de hecho tener visiones muy interesantes, pueden contar con una amplia cultura general, pero quienes retienen más cantidad de datos, y quienes siempre llevarán la delantera a la hora de discutir este tipo de temática, serán los hombres.
No hace falta más que hacer la simple prueba, o hacer una estadística casera entre las personas que conocemos: Aquellos de nuestros amigos que han leído cientos de libros, que recuerdan pasajes como si los hubiesen leído ayer, que escucharon más bandas musicales de las que su edad les permite, que pueden analizar una canción como si fueran George Martin aún nunca habiendo estudiado música, que siempre saben quien es Nikita Khrushchev, y que tocan 4 instrumentos, ¿cuántos de ellos son mujeres?, ¿hay acaso alguna?, ¿por qué de toda la gente que conocemos, los más eruditos siempre son hombres?. Las teorías más facilistas dirían que las mujeres son más tontas, que no les interesan esas cosas, que prefieren dedicar su tiempo a banalidades que se relacionen con su estética, o que prefieren retos intelectuales de menor índole. Y la primera reacción sería envidiar a los hombres, querer ser como ellos, tan cultos, tan ilustrados, subestimar las capacidades femeninas para convertirlos en dioses intelectuales.
Aún no contenta, ni identificada con esta respuesta, decido embarcarme en la búsqueda de una solución más científica y psicológica a esta evidente diferencia cultural.
Para poder comenzar a explicar esto, deberíamos remontarnos a la época de los homínidos, y comprender la condición de animal y todos los comportamientos instintivos que el humano sigue llevando a cuestas. Se entiende que si la idea era reproducirse a la máxima escala posible (venciendo así la selección natural), necesitábamos de muchas hembras, no tantos machos sin embargo, porque, como se da en cualquier establecimiento ganadero donde los criadores tienen muchas vacas y un solo semental para inseminarlas a todas, un solo hombre podría fecundar a muchas hembras, y esa es su tarea. Claro que para cumplir dichas funciones, especialmente diseñadas para mantener viva y creciente a la raza humana, es menester una construcción específica para cada una de las partes involucradas. La hembras entonces, deben estar constituidas de forma que se contenten con un solo macho (dado que no necesitan más que eso, y además, debe considerarse que serán ellas quienes durante los 9 meses de gestación, y los inmediatos años subsecuentes, deben poner plena atención a sus crías, o de otro modo éstas perecerían y la humanidad se vería rápidamente en peligro de extinción). Si las hembras acaso pusieran el énfasis en buscar más machos, o pasatiempos, estarían descuidando a sus crías. La promiscuidad femenina entonces, no tiene lugar en la teoría de la evolución.
Los machos, por otro lado, en el orden de cumplir su función, deben estar preparados para poder preñar a varias hembras a la vez, pues ellos no deben esperar 9 meses para poder volver a engendrar otro descendiente, y en lo que respecta a la naturaleza, posibilidad es igual a obligación, pues nada está librado al azar. De modo que sería muy contraproducente para la supervivencia del género humano que los hombres generaran lazos afectivos lo suficientemente fuertes con una hembra como para decidir no reproducirse con otras. Por lo tanto, el hombre debe estar diseñado para el desapego. Bien, ahora que entendemos que nuestro comportamiento responde a una condición genética y hormonal de la que por más evolucionados como sociedad que estemos, no podemos escapar, podemos continuar. Este instinto de reproducción tan inherente a cualquier ser vivo, será entonces, algunas veces a nuestro pesar, quien rija muchas de nuestras acciones, decisiones, y sistema de valores. Y es este último tal vez, el que más se relacione con las preguntas formuladas en un principio. Parece haber evidencia suficiente como para atrevernos a afirmar que la prioridad de la mujer, de forma casi exclusiva, es el hombre. Éste es el elemento más importante dentro del plano de su existencia, y cuando decimos hombre, nos referimos a todo lo que él conlleva; vínculo afectivo, compromiso emocional, amor, sexo, reproducción. La prioridad del hombre por otro lado, parece no centrarse tanto en la mujer, si no que se va más dividida, y por ende, debilitada. No es que la mujer no sea el elemento principal de su existencia, pero decididamente no es el único, y su relación con el sexo opuesto es notoriamente menos comprometida y más descontracturada que la femenina.
Traigamos esta teoría a la vida cotidiana. Mientras los hombres pueden dedicarse con todo su entusiasmo a leer un interesante libro, o a aprender a tocar un instrumento, la mujer tendrá también la posibilidad de elegir a qué dedicar tan preciadas horas. Y es acá cuando el sistema de valores femenino emerge, la mujer dedica la mayor cantidad de su tiempo a pensar en hombres, hablar de hombres y relacionarse con hombres. No es que no sean capaces de leer o de tocar un instrumento, es simplemente que su atención a temas que no se relacionen directamente con el género masculino, es más esquiva. A una mujer le cuesta mucho más concentrarse al momento de estudiar, o de ver una película, pues ella siempre está pensando en algo más. Mientras el hombre es capáz de poner la mente en blanco y enfocar su atención en la tarea que está llevando a cabo, la mujer siempre encuentra la distracción más fácil, por lo cual, sus logros intelectuales o de destreza son doblemente meritorios, pues ella ha hecho el doble de esfuerzo. Pongamos un ejemplo: Una mujer va sentada en el colectivo, enfrenta un viaje de más de una hora frente a una ventanilla empañada, ¿Qué hace entonces?, piensa en un hombre. ¿Qué haría un hombre?, se aburriría y sacaría un libro, o cualquier cosa para entretenerse. La mujer también podría leer, pero es más divertido pensar en un hombre.A todo esto entonces, ¿Por qué ellos tienen más hambre de culturización?, ¿por qué esa necesidad de poner entre sus prioridades la participación artística y cultural?, y tal vez acá volvamos al principio. El hombre busca de manera desesperada el sentido de la vida, la explicación de la existencia, la explica desde la ciencia, desde la historia, la justifica desde el arte. No es casual, si nos guiamos por esta línea de pensamiento, que quienes más experimentan con las drogas filosóficas que ayudan a expandir la conciencia y alcanzar nuevos niveles de percepción que lleven a comprender la propia existencia y a aceptar la propia transitoriedad, sean los hombres. Mientras tanto, la relación de la mujer con la cultura es más hedonista, no busca en ella una respuesta, la mujer entendió desde un principio cual es el verdadero significado de la vida, este para ella es el amor. En ese caso, los hombres que entiendan esto serán los que realmente alcancen nuevos niveles de percepción que lleven a comprender la propia existencia y a aceptar la propia transitoriedad.
Hemos llegado a la conclusión entonces, de que lo que sea que hagamos, ya sea comprar el Stick in Bulb, aquel que venden por la tele y que dan dos por el precio de uno, o coser las papas de las medias, todo lo hacemos por los hombres, pero acaso la razón que los lleva a ellos a comprar el Stick in Bulb... ¿será mas noble?

31 de julio de 2007

El Que Se Acuesta Con Niños (Inicio de la segunda temporada)


Pensar que hasta no hace tantos años los chicos de 5to año te parecían tan grandes, tan hombres, tan viejos y peludos, tan lejos del alcance de una chica inmadura y sin desarrollar. Y ahora te das cuenta de que los chicos en los que te fijás cada vez tienen más canas. Sin darte cuenta pertenecés a otra generación. Te sorprendés al descubrir que en tu entorno de eterna adolescencia sos cada vez más grande, y el resto cada vez más chicos. Hasta que ya no sabés dónde están los chicos con canas, y te encontrás rechazando a un menor de edad que cree que quiere estar con vos.
El nene, de todos modos, no se resigna a que no lo quieras, ni parece siquiera notar que le llevás cinco años, y sigue convencido de que sos el hallazgo dentro de su barrio cerrado de púberes que hablan y viven a coro. Es como esos perros chiquitos que no son conscientes de su tamaño y le ladran a los perros grandes, y eso es tan tierno. Estás tan acostumbrada a que chicos más grandes que vos confiesen tenerte miedo, que no podés más que admirar a alguien tan chico y tan atrevido. Pero no dejás de pensar que mientras vos ya estabas aprendiendo a escribir y jugabas a la mamá con Eduardito Fraiman, él todavía hacía meconio.

Y en pos de ganarte, no para de hacer méritos. Te sigue a todos lados, te abraza, te toca, te da inocentes besos en la cabeza, y cuando vos no estás le dice a todos qué linda que sos y cuánto le gustás, argumentos que, dichos en tu cara, carecerían de valor alguno, pero que cuando te son ocultos, ¡son tan reales!
Podés ser muy cínica y muy mayor de edad, pero después de semanas de insistencia, después de tanto decirte que te quiere y de tanto franeleo, se volvieron una olla de presión. No aguantás ni un día más, y aunque te cueste reconocértelo hasta a vos misma, lo extrañás durante su hora del almuerzo. Te saluda con un beso en el cuello, y le escuchás esa respiración fuerte, y apoyás la cabeza en el teclado porque no podés creer que ahora tengas que seguir trabajando.

Pero fue el exceso de The Cure en tu MP3 quien le valió el golpe de suerte, fue Robert Smith quien te hizo recapacitar y pensar que después de todo, los chicos más grandes que vos tampoco te trajeron tantas satisfacciones, y podrías darle una oportunidad, para que después tus amigas no te reprochen el tener el “no” fácil, y porque un clavo saca otro clavo, y así al menos un rato no pensás en ese que sí es mayor, pero que no habla bien de vos cuando no estás, ni te da besos en el cuello, ni te respira fuerte. Y tanto te molesta cuando alguien te gusta y no te da nada, ni un abrazo, ni un beso, ni una miserable palmada en la espalda, que al menos vas a librarte de la culpa de infligir esa clase de dolor, no querés ser así, querés hacer el bien. Y por más que por razones de orgullo nunca aceptes contradecirte, por primera vez en la historia decís que sí después de decir que no.

Si él fuera más grande te sentirías la nena que siempre sos, e intimidada esperarías sumisa a que él te bese, a que él te arrastre. Pero ahora te sentís como la Coca Sarli para los chicos de los años sesenta, como un regalo de cumpleaños, como una mamá mono a la que no se le viene con bananas de plástico.
Con Robert Smith y su buena mala influencia en la cabeza, le hacés honor a tu edad y a tu fama de mujer fálica, te llevás al cachorrito y te lo agarrás en un piso abandonado. Para cuando terminás con él no sabe qué hora es, ni en dónde está y tiró al piso todas sus cosas. Qué lindo es hacer feliz a la gente. Ahora va a poder ir y contárselo a todos sus amiguitos. Has hecho tu buena obra del día.


Te vas escuchando a The Cure pensando que esa iba a ser su única vez, y que no podría haber sido mejor, lo que hiciste fue una obra de arte, y ya estaba terminada. Por mas desprejuiciada que la edad, el aburrimiento, y el afán de distraer tu mente de lo que realmente la ocupa te hayan vuelto, nada cambia el hecho de que no sepa quién es el Señor Televisor, de que nunca haya tocado un Austral, de que todavía duerma en las sábanas de los Picapiedras, de que le lleves cinco años.
Pero antes de que tu disco termine, ya te está diciendo que quiere volver a verte. Y vos no sabés dónde meterte, ¿qué hacés ahora? ¿Te ponés de novia con él? ¿Vas a sacarlo a la calle, donde todos puedan verlo?, ¿donde lo vean con vos? ¿Se lo vas a presentar a tus amigos? ¿Vas a ir al cine con él, vos a ver Los puentes de Madison y él a ver Caty la Oruga? Y él ni debe saber qué es Caty la Oruga, ¿van a ir a Coyote los sábados a la noche y tomar Fernet? ¿Van a ir a fiestas de egresados? ¿Vas a tener que reírte de los chistes de sus amigos?, ¿de los suyos? ¿Van a tener que ir a cenar juntos?, ¿él tratando de no tirarse comida encima y vos enseñándole cómo se llama a un mozo? No vas a poder usar más tu tapado de mujer grande, ni las botas. Y esa sensación rara a la que llamás vergüenza te inunda. Si el mundo fuera el piso abandonado de una oficina frente al río podrían ser felices, pero desafortunadamente no lo es.
Todas esas eran buenas razones, muy buenas, y realmente estabas decidida, pero está nevando, y te dan un beso, y no podría ser más lindo. Esto no le hace daño a nadie, y el lado bueno de que sea menor es que se esfuerza por impresionarte, creyendo que vos, solo porque acumulaste más sellos electorales en la parte de atrás de tu documento, viste más cosas. JA. Mientras todavía sea divertido pensás disfrutar de tener alguien que te abrace y te bese todos los días, bajo la nieve.
Y reincidís. En la escalera de emergencia, en el piso abandonado, en el baño de nenas. Reincidís todos los días, y lo mejor es que no sos vos la que está enganchada, no te importa si sigue, o si se termina, lo único que hacés es disfrutarlo, sobre todo si sabés que hay alguien que lo disfruta más que vos. Y en un parpadeo te convertiste al cristianismo.

¿Pero cómo te agradece tu recientemente adquirida religiosidad entonces? Tratando de levantarse a dos rubias texanas frente a tus redondos ojos, impunemente, para luego invitarlas a seguir la fiesta más tarde en su casa. ¿Qué?, What? ¿Che? ¿Qu'est-ce?, Was?, Wat?, Hva?!
Esto es más de lo que tu neo liberalidad puede soportar. Te importa un pito que vaya a Coyote y se lleve a todas las que pueda embolsar, pero lo mínimo que le pedís es la inteligencia de no hacerlo adelante tuyo.
No querés haberte convertido en el monstruo que siempre temiste, en la novia que nunca fuiste, pero tu ego no puede soportar el golpe de verse insultado ante tal falta de disimulo. Y esa sensación rara a la que llamás vergüenza vuelve a apoderarse de vos mientras todos te ven en la humillante situación de presenciar como el pendejo se hace el galancito picaflor en tu cara. Podés olvidarte de que lo pescaste hurgándose la nariz, podés olvidarte de la repugnante campera de oveja que usa, podés olvidarte de muchas cosas, pero no de esto, ni del hecho de que desde que llegaste no podías más que querer irte.

Entonces desatás al dragón, y ya no te preocupás por guardar las apariencias, ni por mantener la clandestinidad a la que venían adscribiendo, y te vas con él delante de todos.
Entre los cartoneros y un camión de basura, le hacés un planteo coherente, que a los ojos de un pendejo se interpreta como "Esta pirada me quiere cortar mis alas de macho cabrío”, aunque alas y macho cabrío no tengan mucho que ver. Entonces se enoja, se ofende, no entiende que esta escena no la hacés porque lo querés demasiado a él, ¡la hacés porque te querés demasiado a vos! Pero su mente imberbe nunca lo comprendería. Te acusa de no haber entendido que esto era algo informal, de que te portás como una pendeja haciendo una escena de celos, de estar demasiado apegada a él. ¡Oh, por Dios! Estás adentro del peor de los capítulos de La Dimensión Desconocida, ¡sos el personaje incrédulo de una película de David Lynch! Hasta hace unas horas el pibe estaba loco por vos, y ahora sos vos la que da la imagen de novia enamorada y celosa que busca explicaciones.
Ofendido te da un beso en la mejilla y se va, haciéndote pensar por una décima de segundo que tenía razón, que te volviste loca, que sos un monstruo, y que no tenías por qué pedirle explicaciones de nada, es más, tendrías que haberle hecho gancho con la texana más alta, sí, sí, eso es lo que hace una buena chica.

Pero te vuelve a buscar, y cual Arnaldo André y Marilina Ross, te besa ahí, entre los cartoneros, y los camiones de basura, y los unicornios, y las ardillas copulando, y la música de saxo, y Kenny G, y el arco iris, y el leprechaun sosteniendo una olla llena de monedas de oro que conceden deseos, y las gaviotas cantando, y la tormenta de nieve, y los picos nevados de San Fernando de fondo, y la pista de aterrizaje, y él te da una bofetada, y vuelven a besarse, y te rasga la ropa, y unos niños albinos sostienen la cola de tu vestido, y la gente en la plaza pública victorea, y sueltan cientos de palomas blancas, y ahí frente a todos él te hace mujer. No, mentira, no fue así. En realidad sólo te dio un beso con gusto a Fernet y sin ninguna disculpa, pero es así como preferís recordarlo.
Te volvés entre los saxos de Kenny G haciendo como que no ves al leprechaun que se ríe de vos, pensando en que hoy no tendrías que haber salido de casa, algo dentro tuyo te dijo que no era un buen día, algo te dijo que tenías que quedarte, acostarte temprano e irte a dormir pensando en lo placentera que era tu vida.
De acá en más lo único que querés, lo único que esperás, es una disculpa. Con un mísero pedido de perdón, que te exima de la categoría de “lunática” y que lo inscriba a él en la de “desubicado” es suficiente para fingir que no pasó nada. Solo una disculpa que valide tu reacción. Pero en vez de esto, en vez de bajar la cabeza y quedarse callado, no solo se creyó su propia mentira, si no que intenta convencer al resto de los mortales de que es cierta. Ahora sos la chica grande que se enamoró del pendejo, que le daba demasiados abrazos, que le regalaba caramelos por ninguna otra razón que porque lo ama, y que lo agobiaba con cariño y mensajes de “Te extraño” media hora después de verlo. Y vos sos la única que sabe que la verdad es inversamente proporcional a como la cuenta él, no solo no hiciste ninguna de esas cosas, ¡si no que las hizo él! Tantos años tratando de entender a los hombres para imitar su comportamiento, tanto esfuerzo puesto en no comportarte como una minita y armarte de una respetable reputación, y ahora un niño quiere convertirte en la más ñoña de las nenas.

En realidad estaba en el lugar justo, en el momento indicado, en realidad estabas escuchando demasiado a Robert Smith, en realidad tuvo un muy buen día, y lo arruinó. En realidad te levantaste con el pie derecho y el viento estaba a su favor.
Y lo que más te indigna es estar tan indignada, porque eso no es digno. Entonces hacés lo imposible para ser vos la que le corte a él, la que le llame el remís a él antes de que él te lo pueda llamar a vos. Dejás de hablarle y dejás de saludarlo, para quitarle la posibilidad de dejarte antes de que la tenga. Naturalmente en su cabeza la historia va a ser que dejó de hablarte y de saludarte, quitándote la posibilidad de rogar por su vuelta. Los niños nunca entienden de razones, y mientras él no se de cuenta de que fuiste vos quien dejaste, es lo mismo que nada.

Ahora los placeres terrenales volvieron a reducirse a la Coca-Cola y el Mantecol. Se terminó esa pasión de mentira, esa pasión de adolescente con un pié acá y otro en Bariloche.

18 de febrero de 2007

Eyes Open (Final de la primera temporada)


Si me hubiese puesto a pensar en qué pasaría si lo que escribía llegara a las manos incorrectas, nunca podría haber escrito nada, o solo hubiese escrito cosas que hablaran bien de mí y me dejaran bien parada. Claro que eso no hubiese sido de interés para nadie, ni siquiera para mi tía Mónica, y de ningún modo hubiese resultado gracioso, sin mencionar que constituiría una grave falta a la verdad.
De todos los que jamás deberían leer esto, particularmente él, Mr Grey, era quien me preocupaba. Y con la certeza de que nada de lo que escribiera llegaría lo suficientemente lejos como para comprometerme, me consideré impune.
Pero lo que escribí pasó por muchas manos, dio toda la vuelta, y volvió. Desafortunadamente, y por más que haya tomado las precauciones necesarias, controlar quiénes tienen acceso a eso estuvo fuera de mi alcance.
Así fue como una chica se puso a leer. Y le gustó. Y lo quiso mostrar. Y se lo mostró a su novio. Y su novio lo leyó, y él reconoció los detalles que para ninguna otra persona hubieran significado nada más que arbitrariedades que convierten a la historia en algo más tangible.
Cómo el azar me puede beneficiar tan poco, es algo que no puedo explicar, pero jugué a la ruleta rusa con las cosas que escribo por mucho tiempo, y finalmente me salió la bala. Era Mr. Grey.

Gracias a Dios el único amigo que tenemos en común me quiere más a mí, y así me enteré de que él había burlado el seudónimo y había leído todo. Y una vez que resolvió eso, el resto se une con puntos.
Todo estaba ahí. Ni siquiera disfrazado de arte. La imagen más patética que puedo haber dado estaba plasmada en esas páginas. Si aún conservaba la esperanza de que algo pasara entre nosotros, ahora sabía que no existía.
Por no querer cambiar los nombres, por caprichosamente tener que usar esos detalles que lo simbolizan todo, como si de alguna manera quisiera ser descubierta, quedé como una idiota a la que se le terminaron los secretos frente a la única persona a la que no quería desilusionar. Él con su novia, y yo con mi máquina de escribir.

Dejó de hablarme, y viendo su cara (si me animaba a mirarla) sólo podía pensar que debía estar felicitándose por no haber estado nunca conmigo ahora que sabía a quién tenía enfrente.
Sentí cómo con un par de chistes, la idea que tenía de mí desaparecía. Toda la dignidad y fortaleza que mostré frente a él se vio franqueada, y ahora es como si tuviera 11 años y hubieran leído mi diario. Ya no puedo ocultar lo que pienso de él. O de otros. O de mí. O de nada. Haga lo que haga ya no va a ser un misterio.
Podría haber sido dentista, o contadora, pero esto es a lo que uno se enfrenta cuando juega a ser artista. Pierde la voluntad de ocultar sus secretos.

Quiero dormir y no puedo cerrar los ojos pensando en si es posible que no se lea en esas páginas, que crea que es una coincidencia, que la ficción se parece de manera escalofriante a la realidad. Pensé en todas las maneras de negar que esa era yo, y que ese era él. Pero no había ninguna.
Logré quedarme dormida, y solo pude soñar que lo encontraba en una ferretería y le preguntaba si después de leer lo que escribí creía que soy una idiota. Y en el sueño él siempre decía que sí y compraba 30 metros de hilo chanchero. Yo nunca compraba nada. A decir verdad nunca supe tampoco por qué había ido a la ferretería en primer lugar. Maldije una y otra vez el momento en el que decidí exponerme de esa manera.
Estar despierta no logró que dejara de tener el mismo sueño, y salí a despejarme con mi discman porque no podía estar sola y encerrada desde que no tengo nada más que ocultar.
Atravesé tres barrios sin siquiera notar el cambio de paisaje. Perdí la noción del tiempo, pero sobre todo del cansancio.
Wilde escribió que un artista debe crear cosas bellas, pero no debe poner nada de su propia vida en ellas. Y ahí consideré que tal vez sí debería haber sido dentista.
Empezó a llover y por primera vez miré para arriba. Me di cuenta de que en mi trance había llegado casi hasta la casa de Mr. Grey. Hacía 15 cuadras que escuchaba la misma canción.
Él todavía tenía mi libro de El Retrato de Dorian Gray, así que no sabiendo bien qué era lo que buscaba, fui a pedírselo.
Sin sacarme los auriculares toqué el timbre y esperé a que baje. Los seis pisos por ascensor fueron eternos, como la tarde y como todo lo que Mr Grey tocaba. Fue una suerte haber agarrado este disco, porque con otro no podría haberlo hecho.
Cuando bajó con mi libro pensé en lo lindo que se veía, y evité volver a pensarlo. Dorian Gray estaba casi igual, como era de esperarse. Mis frases subrayadas seguían ahí. Otra de mis grandes ideas, prestar un libro subrayado, como si hubiera mejor manera de descubrir a una persona.
Guardé mi libro y ninguno tenía nada para decir en voz alta, entonces sin querer mirarlo empecé a irme. Y me di cuenta de que si no lo preguntaba en voz alta nunca iba a parar de salir a caminar por su barrio, o de escuchar esa canción, o de negarme a volver a usar mi vida como inspiración.
Frené la puerta con la mano. Con él aún adentro, y yo aún afuera, solté lo que había estado pensando todo el camino.

-“Mirá, necesito que me digas que lo que leíste no te hace pensar que soy una idiota, que sabés que no todo es real, que exagero, que no vas a dejar de tomarme en serio por eso, y que podés olvidarte de lo que viste. Son muchas cosas, ya sé”.
Se quedó mirándome como si no entendiera por qué le decía todo eso, y temí que sí hubiera una forma de quedar aún peor.
- “Qué personaje que sos. Nunca podría pensar que alguien que escribe algo así sea idiota. Es buenísimo”.
Se encogió de hombros y simpáticamente dijo: “Y no me voy a olvidar de lo que leí, me reí mucho”.
- ¿Eso es bueno o malo?
- ¿A vos qué te parece?
Intenté una sonrisa entre nerviosa y aliviada.
- Que voy a tener que conformarme.

Y después de obtener la respuesta que necesitaba, sin decir nada me puse la capucha y los auriculares para volver a casa. Pensaba en seguir escuchando mi canción y así darle dramatismo a la situación, porque en el fondo siempre me gustaron las escenas trágicas, cuando Mr. Grey me agarra del brazo obligándome a frenar, y antes de que pueda anticiparlo me da un beso. Uno de esos que nunca me habían dado, y que tendría mucha suerte si alguna vez me volvieran a dar.



Aunque tuve que caminar muchas cuadras, y escuchar muchas canciones antes de entenderlo, ahí pensé que no importa cuánto maldiga ni cuántos problemas me traiga, definitivamente no podría haber elegido una mejor profesión.



FIN

15 de febrero de 2007

Los Bocetos de Jamás Transada

¿Qué le pusieron al agua?

De repente los pibes parecen notar que existís, y dejás de ser la ultima en ser elegida en la clase de gimnasia.
Nunca habías llamado la atención. Cuando eras adolescente e ibas por la calle con tus amigas, y alguien gritaba “¡Eh! La de rojo, qué linda que sos”, no hacia falta mirar para abajo y recordar el color de tu vestimenta, ya sabías que no era para vos.
Y si en la adolescencia sos una ostra, es cuando las demás comienzan a ponerse feas cuando te van a prestar verdadera atención.
De repente, y por alguna razón que va mas allá de tu comprensión, todos los chicos con los que hablás, tus amigos, uno a uno van confesando que te tienen ganas, comenzás a notar esa mirada lujuriosa en gente impensada.
Aprovechás la racha y seguís coleccionando pretendientes. En lo que va del año levantaste más que en toda tu vida. No entendés qué es lo que tomó la gente, pero ciertamente no pensás cuestionarlo. Tal como dijo Andy Warhol, todos tienen sus 15 minutos de fama.
Los que alguna vez te ignoraron, ahora reaparecen arrepentidos en busca de lo que no querían. Gente que está a 15000 Km. de distancia se lamenta por no haberse dado cuenta a tiempo y mendiga una salida. ¿Cuánto tiempo estuve en el baño?
Y es así como dicen, Dios le da dientes a quien no tiene pan. Ahora que por primera vez te faltan los dedos de una mano para contabilizar a los hombres que están dispuestos a salir con vos…
Hasta tenés que inventar un novio, con nombre, foto y hobbies, para sacar a relucir en los momentos en que querés safar de un chico sin romperle el corazón. Romper corazones…lo único que sabés hacer es romper pelotas, romper huevos, romper vasos.
No tener novio es un problema, porque tus amigos no solo creen que estás disponible, lo cual de hecho es cierto, si no que creen que estás desesperada por recibir una propuesta. De quien sea. Estar con alguien es el ajo perfecto para alejarlos, se van a contener de intentar algo con vos sabiendo que es muy probable que no consigan nada. Pero mientras estés sola sos completamente accesible.
Claro que no te gusta absolutamente ninguno, pero al menos ahora tenés opciones para rechazar. El hecho de que ninguno te guste es un pequeño detalle, es todo cuestión de estadística. En algún momento alguno de esos chicos va a tener que gustarte.
Es como jugar a la Quiniela, si uno compra muchos números, en algún momento algo va a sacar, aunque sea un premio de un peso.



Geri, O cómo obtener un séquito de hombres que no te interesan

El histérico/a por deporte, lo es inclusive con la gente que no le interesa en lo más mínimo. El lograr interés en los demás es su alimento.

Vas a un boliche donde, sabés, los hombres que puedas llegar a conocer no son de tu agrado de antemano. De hecho, parece que ellos opinan exactamente lo mismo de vos. Tu amiga entra y te das cuenta de qué es lo que buscan esos hombres. No hay uno solo que le pase por al lado sin tratar de levantarla, y ella, tan amable, no los quiere defraudar con la verdad, y decide hacer creer por un rato que tienen oportunidad. Claro que con esto no hay ningún beneficiado, el pobre pibe se hace ilusiones de que se levantó a la pelirroja de la noche, ella tiene que soportar la charla con un hombre que tiene aliento a aceituna y nació sin barbilla, y vos tenés que soportar que él, con la esperanza de ganar terreno y hacerse de la chica, quiera congraciarse con vos a fuerza de chistes obvios y preguntas obligadas. O peor aun, te trae un amigo, más feo, más idiota, más viejo, y más pelado que él, para que te entretenga y de paso vea si se lleva algo. Siempre te toca el más feo, deben tirar la moneda, a ver quién se queda con la menos agraciada. O peor, lo deciden deliberadamente, luego de acordar que el más lindo es el que más chances tendrá con la colorada, y que de última, la feúcha debe agarrar cualquier cosa. Carajo. Vos nunca quisiste ir ahí desde un principio, y durante la primer hora que llevan ahí adentro, ella ya fue chamuyada por 19 pibes, y a vos sólo se te acercó uno… ¡para preguntarte el nombre de tu amiga! Empezás a suponer que éste es un truco macabro de ella, una treta para poder sentirse admirada y sin competencia, en un lugar en el que sabe que vos JAMÁS tendrías éxito. ¿Será por eso que siempre se negó a ir a los lugares que te gustan a vos?



No salgo PARA ser feliz... salgo SI soy feliz

¿Y es que lo único capaz de brindarme felicidad, paz y tranquilidad, será la certeza de que tengo a alguien por quien ser transada?, ¿alguien con quien sepa que voy a tener algo para hacer los sábados, y voy a ser la primera elección?.

De vez en cuando, en vistas de que las cosas no son exactamente como querríamos, encontramos en el mundo real un pequeño consuelo de tontos. Mientras volvés a tu casa sabiendo que no te espera ningún plan, ningún llamado, y ningún mensaje (al menos no uno que haga que valga la pena dejar la cueva), mirás por la ventanilla observando al resto de la gente. La gente normal por decirlo de alguna manera, aquellos con citas, con novios. Y ves a algunos sentados frente a frente en un Burger King muy mal iluminado, dándose papas fritas mutuamente y sorbiendo de un vaso gigante con la cabeza de Darth Vader. Si es una primera cita, es terrible, y si es que cayeron ahí porque ya no hay ningún misterio entre ellos, y ya no les importa estar sumergidos en una situación tan poco romántica y estimulante, peor aun.
Ves un grupo de adolescentes que parecen haber repetido varias veces segundo año, coqueteando y tramitando transas en la puerta de un cyber… un cyber. Por un lado me siento vieja, al no encontrarme cautivada frente a la idea de conocer al amor de mi vida rodeada de un coro de niños de ocho años adictos al Counter Strike, gritando “Tu vieja es una chupa-p***”, con todas tus amigas y los etílicos amigos de él como testigos.
Y en lo que queda de tu recorrido, ves parejas transando en “Coma Todo por 1
Peso”, en kioskos tomados por pandillas barriales, en la entrada del Bingo Congreso
y en heladerías que durante el invierno son peluquerías.
Love is in the air.

El Francés


Tu amiga te llena la cabeza con que no elegís bien a los hombres, con que siempre te fijás en los pelotudos, con que tenés que olvidarte del clavo que llevás a cuestas hace un tiempo, con que tienen que tener una charla en la que ella va a intentar cambiar tu cabeza y tu actitud. Y nunca para de decirte lo mucho que quiere verte con alguien, para que puedas ser tan feliz y dichosa como lo es ella junto a su maravilloso novio, y que su casa está disponible para vos cuando sea que necesites un bulo.
No paró de buscarte candidatos dentro de su ecléctico entorno social. Por supuesto que si te los quería encajar a vos era porque no habían sido lo suficientemente interesantes como para quedárselos ella. Que uno no tiene pelo y arregla computadoras, que otro escribe poemas y quiere ser payaso, francamente no hay nada que te ayude a descifrar por qué le pareció que vos sí les ibas a encontrar la vuelta.
Hasta que te cuenta sobre su nueva adquisición. Un amigo francés que toca la trompeta. Sus referencias lo venden como muy simpático, muy gracioso, muy culto, y con pelo. Por fin te convenció. No le tenías absolutamente ningún tipo de fe a las elecciones que tu amiga hacía por vos, pero en honor a un acento exótico podés darle una oportunidad.
Ahora vas a pasar por una de esas minas que buscan levantar extranjeros para salvarse, aunque a vos en realidad te gustan por amor al arte. Si no tienen un peso mejor aún. Preferís pensar que ellos se salvarían con vos.

Claro que la oferta era demasiado buena para venir sin condiciones. Entonces tu amiga te hace prometer que si llega a pasar algo con el galo, vas a darle total permiso para estar con él en caso de que ella alguna vez así lo requiera en el futuro. Después de todo ella “lo vió primero”, y nunca sabe cuando va a necesitar un hombre (por llamarlo de alguna manera fina y de perfil familiar) de repuesto. La petición te parece absurda, y por supuesto que decís que sí, total si el chico realmente te gusta llegado el momento no pensás cumplirlo, y si solo lo ves un par de veces, no va a molestarte que ella lo recicle más tarde. De todos modos, él muy factiblemente podría no gustarte, así que igualmente ella se lo quedaría y todos contentos.
Por iniciativa propia tu amiga convoca a una modesta reunión para que lo conozcas. Modesta porque no invita a nadie más que a vos y a él.
Llegás a su casa y ella está completamente desquiciada buscando su corpiño mágico con miriñaque. Se prueba seis conjuntos diferentes, se pasa al menos tres manos de maquillaje y se hace un brushing del que emanan olores químicos mientras te especifica con sumo cuidado que el francés no debe saber nada sobre la existencia de su novio. Algo ya te huele raro, aparte de su brushing. Pero tu estupidez te permite ignorar cualquier tipo de comportamiento sospechoso.

Francia llega a la puerta, y París rebosa de luminosidad. El chico es lindo. Corre el vino rojo y la torre de babel se vuelve divertida.

No sabés si fue el incipiente estado de ebriedad que comenzaba a apoderarse de ella, pero tu amiga invita a su novio a que se les una, y dado que el público conocimiento de los hechos se hace inevitable e inminente, le preguntás de la manera más inocente (y de hecho era inocente, porque es la clase de pregunta que una suele hacer en los primeros años del secundario) “¿Nos volvemos juntas o te vas con él después?”. Para qué.
La furia se apoderó de ella de manera amenazante mientras sus ojos desorbitados te acusaban de no ser capaz de cerrar la boca, de hacerla quedar mal deliberadamente y de no haber cumplido con lo rigurosamente pactado previamente.
¿Y si vos no decías nada, qué iba a pasar? ¿Le iba a decir a su novio que se haga pasar por su hermano para así no decepcionar al prometedor francés? ¿Qué podés haber dicho que no fuera a ser completamente obvio? Se justifica diciendo que no porque ella lo presente vos tenías que poner en voz alta la posibilidad de que ella se vaya con él, haciéndola quedar como una puta que enseguida pasa la noche en la casa de su nuevo novio. Perdón por la inocencia, ¿pero no era eso lo que estaba haciendo? Y de todos modos, ¿por qué tanto interés en lo que pueda pensar de su disponibilidad amorosa un francés que supuestamente era tu cita?
El gato encerrado que antes olía mal, ahora apestaba.
Vos habías aceptado estos ridículos términos entendiendo que en el eventual caso de que ella pierda a su pareja, y en el eventual caso de que vos ya no estés involucrada con el francés, le permitirías probar suerte. Pero si ya eso carecía de sentido por momentos, seducirlo conjuntamente, en la misma cita, frente al lastimoso novio de tu amiga, era insalvablemente grotesco. Y desde ese momento en adelante, se decidió a monopolizar la atención de sus dos hombres, dejándote aislada, sin charla y viendo videos de Culture Club en pantalla gigante.
Tu amiga estaba tratando de almacenar hombres como si fuera una ardilla paranoica y compulsiva que nunca tiene suficientes nueces.

Por más que ella tiene novio (y al menos por ahora no tiene intención alguna de cambiarlo), por más que vos no tenés ningún novio en lo absoluto, por más que ella siempre predicó que quería encontrarte uno, por más que constantemente te recuerda que no sabe cómo agradecerte lo mucho que hiciste por ella, sigue adelante con la disparatada idea de mantener al francés como una lata de garbanzos en conserva.
Al final tenés la certeza de que no hay algo así como la generosidad entre amigas, que cuando un hombre es terreno gris, cosas desagradables pueden pasar o decirse. Siempre va a haber una con la maldad suficiente como para serrucharle el piso a la otra, y otra con el cinismo suficiente como para creer que su amiga realmente está deliberadamente tratando de perjudicarla.
El punto no es poner o no en peligro una amistad por un hombre que ni conocemos, el punto es descubrir que esa amistad de por sí no soportaría la amenaza de un hombre. Y por más que el pibe desaparezca, y el asunto quede en el olvido, la falla ya salió a la luz. Se está frente a alguien muy generoso, siempre y cuando nunca deba resignar nada.
Dos mujeres compitiendo por un hombre es siempre algo triste, pero dos mujeres compitiendo por un hombre que ni siquiera les gusta lo suficiente, es patético.

Es así como por el bien de tu dignidad, y por el mal de tu vida sentimental, decidís abandonar la absurda contienda. Si tanto se lo quiere voltear, que se lo quede y basta. No vas a ser la responsable de disfrazar su vida paralelas, y no vas a ser la culpable de dejar ver la realidad de la que ella no quiere hacerse cargo. Sobre todo cuando el involucrado es tu cita.
Los dejás a los tres que se diviertan y te amanecés en el microcentro. Para colmo habías salido vestida de leopardo con cartera roja, y volver a tu casa y saludar al diariero a la mañana fue una vergüenza.
Qué pena. Siempre te había gustado París.

20 de enero de 2007

Pelusas Viejas Y Un Botón


Cuando estás decidida a que querés que te guste un chico nuevo, apremiada por el aburrimiento empezás a bajar los estándares, a disminuir las exigencias, a ser más permisiva, a ser más tolerante, más abierta, más flexible, más liberal, a intentar enamorarte de lo que sea que se cruce en tu camino, bah. Como a simple vista parece no haber nada de tu interés, buscás candidatos potables en agendas viejas, hacés un relevo de amigos, de listas de mails, de fotos de la primaria, de hermanos de tus amigas, de amigos de tu hermano. Considerás a esos chicos que sabés que te dan, y que nunca se te hubiera ocurrido decirles que sí. Cualquier cosa suma a esta altura. Pero después de revolver en tu cerebro durante horas, te encontrás con que solo lograste reunir un puñado de pelusas viejas y un botón. Tampoco es cuestión de hacer caridad, de salir en un estado que linda con la tortura, donde para llegar a verlo tenés que arrastrarte por la calle resistiéndote a seguir, como si te estuvieran guiando al matadero, solo para ver si logra gustarte, para ver si lográs vencer el rechazo que tenés desde un principio y conseguís que sea soportable tenerlo alrededor. Y si no te vas a hacer cargo, si no lo vas a premiar por haberte invitado a salir, mejor que ni salgas, pobre chico. Pasás por bares llenos de sillones, y velas, y chicas con sus vestiditos en sus primeras citas, y ni siquiera podés envidiarlas, porque no tenés un rostro con el cual construir tu fantasía. Te vas a comprar ropa sin ningún tipo de criterio en particular, porque no sabés con quien combinarla. No sabés en quien pensar cuando te mirás al espejo buscando aprobación. No sabés a quien querés gustarle con esa ropa…a nadie. Entonces no la llevo. Tampoco hacés gimnasia, porque entre el 1 y 2 y arriba y abajo ya no aparece ningún rostro motivador, de toda la gente que pueda notar que tu culo toma la forma de cualquier recipiente que lo contenga, nadie te interesa, y te encontrás pensando en alguien con quien cortaste hace tres años, solo porque la última vez que lo viste los anteojos le quedaban lindos. Sacudís violentamente la cabeza tratando de salir de ese peligroso y ridículo trance. No estás acostumbrada a no tener nadie a quien usar de parámetro frente a otros hombres, nadie a quien analizar y darle vueltas, nadie sobre quien hablar sola cuando tenés que caminar 15 cuadras sin compañía, nadie en quien pensar cuando cantás “All I Want for Christmas is You”. Al menos cuando te gusta alguno, aunque sea alguno, por más que estés sola en el cine aprovechando los cupones del día de los enamorados que salieron en la revista del cable para ver Realmente Amor, siempre vas a mantener una esperanza. Pero si no te gusta nadie, los cupones de descuento podrían extenderse indefinidamente. Volvés a hacer tu inventario de hombres, aterrada por esa perspectiva. Porque aunque tengas que armarte un galán donde no lo hay, necesitás una zanahoria para hacer caminar a tu burro.

10 de enero de 2007

Otra Vez Morrissey


La cerveza ya empieza a saber a orín en la fiesta de la gente pop, uno de esos lugares en los que Buenos Aires vuelve a ser un pueblo chico, cuando ves entrar a tu talón de Aquiles, a quien nunca podrías resistirte, y que si volvieras a tener 16 años, sacarías tu empapelado de Ben Affleck para remplazarlo por uno suyo. El chico con el que estuviste alguna vez, y aún hoy te pellizcás al recordarlo.
Después de tanto tiempo ya te resignaste a no buscarlo más, en tu mundo ya no existe, porque si aún existiera no sabrías como hacer para mirar a otros. Dejás que por una vez él te salude a vos. Pero nunca podría sorprenderte, y no te saluda. Se queda escondido atrás de una columna mientras vos volvés a desterrarlo de tu mundo.
Como no tenés nada que perder y la ferviente creencia de que es un idiota te llena de ira, y te hace perder cualquier inhibición frente a él, le mandás un mensaje de texto diciéndole que no sea cagón, que la próxima vez te salude. Y después apagás el celular, porque no estás preparada para recibir la respuesta.

Después de dormir mal un par de horas temiendo encontrarte con algo que preferirías ignorar, juntás coraje y te decidís a averiguar si contestó. Tus esperanzas no son altas. Hace casi un año que no marcás su teléfono, podría haberlo cambiado, haberlo perdido, podría no tener crédito y podría no querer responderte. Podría haberte borrado de su lista y no saber quién carajo es 01157649543 y por qué le pide que lo salude.
Te respondió. Que no seas cagona, que la próxima vez lo saludes. Evidentemente no entiende nada. Esto te pasa por juntarte con nenes, es como hablarle a la pared.

Pasan un par de días antes de que el pez gordo finalmente pique al anzuelo. Te bombardea con excusas por MSN aunque ninguna de ellas se parece a una disculpa. Quiere tirarte el fardo a vos, y quiere tantear el terreno, a ver si seguís igual de obsequiada que antes. Sí, seguís. Tanto lo retás que te termina amenazando con encajarte un beso la próxima vez que te vea. Le tomás la palabra, sabiendo que es un mentiroso que nunca cumple con sus propios ultimátums.

Buenos Aires vuelve a ser un pueblo chico, y esa conexión inexplicable que no los mantiene unidos pero que aún así se empeña en juntarlos, hace que tres días después
te lo encuentres en el mismo festival. Otra vez rodeados de gente con remeras de Morrissey. La historia es cíclica y esta situación ya se vuelve tradición. Un año después están en el mismo lugar, eso sí, vos siempre vas sola.
Te pasa por al lado, te dice “Hola”, y sigue de largo. Sin beso, sin nada. Es hablarle a la pared. O lo amás como es, o lo detestás como es. Y lo detestás como es. Pero nunca esperás nada de él, así que nunca tenés nada para perder.
La debilidad de él te hace sentir cada vez más fuerte y le mandás otro mensaje. “Al final no te animaste”. Dos segundos después, el ringtone de La Historia sin Fin te pone la piel de gallina. Te contestó; ”¿Y si voy ahora?”.
Mierda, ¡la única noche en la que ya tenés planes! Parece que solo reaccionan cuando les tocás el ego. Pensás y consultás la respuesta como si estuvieras por escribir una plataforma política, buscás las palabras más ambiguas para no quedar comprometida frente a alguien que muy probablemente vaya a volver a faltar a su palabra. “Me voy a la fiesta de la gente pop, sabés dónde encontrarme”. Y te vas. Qué perdida de energía, no lo vas a ver nunca más.

En medio de la escalofriante tormenta eléctrica llegás a la fiesta, empapada. La lluvia te da miedo y ni siquiera tenés alguien que te abrace. Mierda otra vez.
Tus amigos parecen los únicos en notar que tu chico no apareció. “¿Qué?, ¿quién? Déjenme escuchar a Bowie, es un mentiroso, ¡qué va a venir!”.
Cuando ya sacás tu dedo acusador y te preparás para cantarles las cuarenta y pudrirlos toda la noche con historias de cómo siempre te deja pagando como una idiota, lo ves entrar. ¿Qué?, ¿quién? Por primera vez en la vida te sorprendió. Por primera vez hizo más de lo que esperabas de él, por primera vez su interés fue suficiente como para sacarlo de la casa y traerlo acá, a pesar de la tormenta, y los rayos, y la inundación.

Si hubieses sabido que esto iba en serio te hubieses pasado un peine, o te hubieras lavado los ojos que te pintaste a las cuatro de la tarde y que ya parecen los de un mapache pasado de tranquilizantes. Pero bueno. Vas a saludarlo y a hacerle cumplir su palabra.

Te lo besás con todas tus canciones favoritas de fondo y una tras otra te llevan a agarrarlo de la remera y arrastrarlo pensando en que con ésa TENÉS que chapar. "Attomic", "Babies", "Last Nite", "Disco 2000". Por fin no las escuchás haciendo cola en el baño de mujeres.
Fue una suerte haber llevado a tus amigos, así por fin te ven transando y se terminan todas esas especulaciones sobre que sos lesbiana, que sos célibe, o que nunca besaste a un hombre de carne y hueso.
Y mientras estás con él pensás muchas cosas. Pensás que no besa tan bien, pensás en otro chico y pensás en que dejaste la ventana de tu pieza abierta y se te va a mojar la frazada. Pensás demasiadas cosas cuando se supone que no deberías estar pensando en nada.
Dan las siete, es hora de despedirse, y es lindo saber que por fin los dos piensan lo mismo. Ni un “hablamos”, ni un “nos vemos”. Nada. En medio de un tema de Pulp le encajaste un beso y te fuiste.

Esta vez la tostada cayó para arriba, no sabés qué es lo que los une, pero a veces parece ser más fuerte que la mala suerte. Fue una buena idea mandar ese mensaje, y fue una buena idea que por primera vez en la vida la tormenta no te impidiera salir. Entonces tu
buen humor te alcanzó para irte a casa caminando bajo la lluvia, con el paraguas roto, sintiendo como aún te picaba su barba y te dolía la boca.

2 de enero de 2007

Cualquiera Puede Tocar La Guitarra


Si uno construye el concepto de verosimilitud basado en lo que absorbió durante toda su vida, llega un momento en el que por más reconfortante, alentador y romántico que suene, deja de ser creíble que en todas las novelas, en todas las películas, la heroína SIEMPRE sea correspondida. Seguís la trama solo hasta que empieza el tercer acto. No querés enterarte de que el millonario ama a la prostituta, o de que el viudo ama a la niñera, o de que el fantasma ama a la ceramista. Nunca les dicen que no, nunca las ignoran, entonces vos te sentís como si fueras la única idiota a la que a pesar de haberse ofrecido, le dicen “No, gracias, paso”. Sos muy viable para ser una amiga, no hay opiniones en contra de eso. Le encanta hablar con vos, se caga de risa, sos re copada. Pero no. No te da. Le da a Keith Richards cuando era joven, pero a vos no. Dios no lo permita. ¿Para qué indagar? Mejor no pensar en Keith Richards. Realmente hay que esforzarse para tirártele un lance a un pibe y que te diga que no, no es algo que cualquiera pueda lograr. Se requiere de una habilidad y un talento especiales. Y te volvés loca tratando de entender qué es lo que no le gusta de vos. Obsesivamente (de hecho solo te falta hacer un cuadro comparativo) te ponés al lado de las chicas con las que salió. Si son más lindas te deprimís, porque a diferencia de ellas lo único que rellena tus pantalones son algunas monedas de cinco centavos y las llaves. Y si son más feas, te deprime aún más saber que hasta ellas le resultaban más atractivas que vos. No entendés a la gente que esconde sus sentimientos para preservar una linda amistad. La amistad no es linda. Y entonces la arruinás. Terminás cortando con alguien con quien nunca saliste. Y cuando te querés dar cuenta, lo estás consolando mientras se lamenta porque no va a tenerte más para charlar. Quiere todo, quiere no salir con vos, pero también quiere seguir teniéndote ahí, cerca, para disfrutar de tu compañía, de tu humor, de las charlas de música. Eso si, sin darte. Pero cuando le decís que "no" a alguien, perdés el derecho a toda petición. De todos modos, para ser honesta con vos misma, esto no se termina hasta que se termina. Te habrá dicho que no ahora, pero la única manera que tenés para sobrellevarlo sin tentarte a quedarte en casa todo el día comiendo chizitos y dejándote crecer los pelos, es creer que su opinión puede cambiar, o peor aún, que vos podés tener alguna influencia en eso. Pensabas que ibas a parar cuando te dijera que no, porque reconozcámoslo, ya te lo esperabas, el buen día se ve de la mañana. Pero no importa cuantas veces un chico se te niegue, solo vas a dejar de fantasear con él cuando dejes de desearlo por voluntad propia, no porque alguien (incluyéndolo a él) te lo haya dicho. Entonces te queda buscar consuelo en el hecho de que no te aman como a la ceramista, pero al menos sos capaz de sobrevivir un “no”. Muchos “no”. Evitar pensar en el tema, evitar pensar en lo que te estás perdiendo, convencerte de que no debe ser irremplazable y repetirte una y otra vez; “Cualquiera puede tocar la guitarra”.