20 de enero de 2007

Pelusas Viejas Y Un Botón


Cuando estás decidida a que querés que te guste un chico nuevo, apremiada por el aburrimiento empezás a bajar los estándares, a disminuir las exigencias, a ser más permisiva, a ser más tolerante, más abierta, más flexible, más liberal, a intentar enamorarte de lo que sea que se cruce en tu camino, bah. Como a simple vista parece no haber nada de tu interés, buscás candidatos potables en agendas viejas, hacés un relevo de amigos, de listas de mails, de fotos de la primaria, de hermanos de tus amigas, de amigos de tu hermano. Considerás a esos chicos que sabés que te dan, y que nunca se te hubiera ocurrido decirles que sí. Cualquier cosa suma a esta altura. Pero después de revolver en tu cerebro durante horas, te encontrás con que solo lograste reunir un puñado de pelusas viejas y un botón. Tampoco es cuestión de hacer caridad, de salir en un estado que linda con la tortura, donde para llegar a verlo tenés que arrastrarte por la calle resistiéndote a seguir, como si te estuvieran guiando al matadero, solo para ver si logra gustarte, para ver si lográs vencer el rechazo que tenés desde un principio y conseguís que sea soportable tenerlo alrededor. Y si no te vas a hacer cargo, si no lo vas a premiar por haberte invitado a salir, mejor que ni salgas, pobre chico. Pasás por bares llenos de sillones, y velas, y chicas con sus vestiditos en sus primeras citas, y ni siquiera podés envidiarlas, porque no tenés un rostro con el cual construir tu fantasía. Te vas a comprar ropa sin ningún tipo de criterio en particular, porque no sabés con quien combinarla. No sabés en quien pensar cuando te mirás al espejo buscando aprobación. No sabés a quien querés gustarle con esa ropa…a nadie. Entonces no la llevo. Tampoco hacés gimnasia, porque entre el 1 y 2 y arriba y abajo ya no aparece ningún rostro motivador, de toda la gente que pueda notar que tu culo toma la forma de cualquier recipiente que lo contenga, nadie te interesa, y te encontrás pensando en alguien con quien cortaste hace tres años, solo porque la última vez que lo viste los anteojos le quedaban lindos. Sacudís violentamente la cabeza tratando de salir de ese peligroso y ridículo trance. No estás acostumbrada a no tener nadie a quien usar de parámetro frente a otros hombres, nadie a quien analizar y darle vueltas, nadie sobre quien hablar sola cuando tenés que caminar 15 cuadras sin compañía, nadie en quien pensar cuando cantás “All I Want for Christmas is You”. Al menos cuando te gusta alguno, aunque sea alguno, por más que estés sola en el cine aprovechando los cupones del día de los enamorados que salieron en la revista del cable para ver Realmente Amor, siempre vas a mantener una esperanza. Pero si no te gusta nadie, los cupones de descuento podrían extenderse indefinidamente. Volvés a hacer tu inventario de hombres, aterrada por esa perspectiva. Porque aunque tengas que armarte un galán donde no lo hay, necesitás una zanahoria para hacer caminar a tu burro.

10 de enero de 2007

Otra Vez Morrissey


La cerveza ya empieza a saber a orín en la fiesta de la gente pop, uno de esos lugares en los que Buenos Aires vuelve a ser un pueblo chico, cuando ves entrar a tu talón de Aquiles, a quien nunca podrías resistirte, y que si volvieras a tener 16 años, sacarías tu empapelado de Ben Affleck para remplazarlo por uno suyo. El chico con el que estuviste alguna vez, y aún hoy te pellizcás al recordarlo.
Después de tanto tiempo ya te resignaste a no buscarlo más, en tu mundo ya no existe, porque si aún existiera no sabrías como hacer para mirar a otros. Dejás que por una vez él te salude a vos. Pero nunca podría sorprenderte, y no te saluda. Se queda escondido atrás de una columna mientras vos volvés a desterrarlo de tu mundo.
Como no tenés nada que perder y la ferviente creencia de que es un idiota te llena de ira, y te hace perder cualquier inhibición frente a él, le mandás un mensaje de texto diciéndole que no sea cagón, que la próxima vez te salude. Y después apagás el celular, porque no estás preparada para recibir la respuesta.

Después de dormir mal un par de horas temiendo encontrarte con algo que preferirías ignorar, juntás coraje y te decidís a averiguar si contestó. Tus esperanzas no son altas. Hace casi un año que no marcás su teléfono, podría haberlo cambiado, haberlo perdido, podría no tener crédito y podría no querer responderte. Podría haberte borrado de su lista y no saber quién carajo es 01157649543 y por qué le pide que lo salude.
Te respondió. Que no seas cagona, que la próxima vez lo saludes. Evidentemente no entiende nada. Esto te pasa por juntarte con nenes, es como hablarle a la pared.

Pasan un par de días antes de que el pez gordo finalmente pique al anzuelo. Te bombardea con excusas por MSN aunque ninguna de ellas se parece a una disculpa. Quiere tirarte el fardo a vos, y quiere tantear el terreno, a ver si seguís igual de obsequiada que antes. Sí, seguís. Tanto lo retás que te termina amenazando con encajarte un beso la próxima vez que te vea. Le tomás la palabra, sabiendo que es un mentiroso que nunca cumple con sus propios ultimátums.

Buenos Aires vuelve a ser un pueblo chico, y esa conexión inexplicable que no los mantiene unidos pero que aún así se empeña en juntarlos, hace que tres días después
te lo encuentres en el mismo festival. Otra vez rodeados de gente con remeras de Morrissey. La historia es cíclica y esta situación ya se vuelve tradición. Un año después están en el mismo lugar, eso sí, vos siempre vas sola.
Te pasa por al lado, te dice “Hola”, y sigue de largo. Sin beso, sin nada. Es hablarle a la pared. O lo amás como es, o lo detestás como es. Y lo detestás como es. Pero nunca esperás nada de él, así que nunca tenés nada para perder.
La debilidad de él te hace sentir cada vez más fuerte y le mandás otro mensaje. “Al final no te animaste”. Dos segundos después, el ringtone de La Historia sin Fin te pone la piel de gallina. Te contestó; ”¿Y si voy ahora?”.
Mierda, ¡la única noche en la que ya tenés planes! Parece que solo reaccionan cuando les tocás el ego. Pensás y consultás la respuesta como si estuvieras por escribir una plataforma política, buscás las palabras más ambiguas para no quedar comprometida frente a alguien que muy probablemente vaya a volver a faltar a su palabra. “Me voy a la fiesta de la gente pop, sabés dónde encontrarme”. Y te vas. Qué perdida de energía, no lo vas a ver nunca más.

En medio de la escalofriante tormenta eléctrica llegás a la fiesta, empapada. La lluvia te da miedo y ni siquiera tenés alguien que te abrace. Mierda otra vez.
Tus amigos parecen los únicos en notar que tu chico no apareció. “¿Qué?, ¿quién? Déjenme escuchar a Bowie, es un mentiroso, ¡qué va a venir!”.
Cuando ya sacás tu dedo acusador y te preparás para cantarles las cuarenta y pudrirlos toda la noche con historias de cómo siempre te deja pagando como una idiota, lo ves entrar. ¿Qué?, ¿quién? Por primera vez en la vida te sorprendió. Por primera vez hizo más de lo que esperabas de él, por primera vez su interés fue suficiente como para sacarlo de la casa y traerlo acá, a pesar de la tormenta, y los rayos, y la inundación.

Si hubieses sabido que esto iba en serio te hubieses pasado un peine, o te hubieras lavado los ojos que te pintaste a las cuatro de la tarde y que ya parecen los de un mapache pasado de tranquilizantes. Pero bueno. Vas a saludarlo y a hacerle cumplir su palabra.

Te lo besás con todas tus canciones favoritas de fondo y una tras otra te llevan a agarrarlo de la remera y arrastrarlo pensando en que con ésa TENÉS que chapar. "Attomic", "Babies", "Last Nite", "Disco 2000". Por fin no las escuchás haciendo cola en el baño de mujeres.
Fue una suerte haber llevado a tus amigos, así por fin te ven transando y se terminan todas esas especulaciones sobre que sos lesbiana, que sos célibe, o que nunca besaste a un hombre de carne y hueso.
Y mientras estás con él pensás muchas cosas. Pensás que no besa tan bien, pensás en otro chico y pensás en que dejaste la ventana de tu pieza abierta y se te va a mojar la frazada. Pensás demasiadas cosas cuando se supone que no deberías estar pensando en nada.
Dan las siete, es hora de despedirse, y es lindo saber que por fin los dos piensan lo mismo. Ni un “hablamos”, ni un “nos vemos”. Nada. En medio de un tema de Pulp le encajaste un beso y te fuiste.

Esta vez la tostada cayó para arriba, no sabés qué es lo que los une, pero a veces parece ser más fuerte que la mala suerte. Fue una buena idea mandar ese mensaje, y fue una buena idea que por primera vez en la vida la tormenta no te impidiera salir. Entonces tu
buen humor te alcanzó para irte a casa caminando bajo la lluvia, con el paraguas roto, sintiendo como aún te picaba su barba y te dolía la boca.

2 de enero de 2007

Cualquiera Puede Tocar La Guitarra


Si uno construye el concepto de verosimilitud basado en lo que absorbió durante toda su vida, llega un momento en el que por más reconfortante, alentador y romántico que suene, deja de ser creíble que en todas las novelas, en todas las películas, la heroína SIEMPRE sea correspondida. Seguís la trama solo hasta que empieza el tercer acto. No querés enterarte de que el millonario ama a la prostituta, o de que el viudo ama a la niñera, o de que el fantasma ama a la ceramista. Nunca les dicen que no, nunca las ignoran, entonces vos te sentís como si fueras la única idiota a la que a pesar de haberse ofrecido, le dicen “No, gracias, paso”. Sos muy viable para ser una amiga, no hay opiniones en contra de eso. Le encanta hablar con vos, se caga de risa, sos re copada. Pero no. No te da. Le da a Keith Richards cuando era joven, pero a vos no. Dios no lo permita. ¿Para qué indagar? Mejor no pensar en Keith Richards. Realmente hay que esforzarse para tirártele un lance a un pibe y que te diga que no, no es algo que cualquiera pueda lograr. Se requiere de una habilidad y un talento especiales. Y te volvés loca tratando de entender qué es lo que no le gusta de vos. Obsesivamente (de hecho solo te falta hacer un cuadro comparativo) te ponés al lado de las chicas con las que salió. Si son más lindas te deprimís, porque a diferencia de ellas lo único que rellena tus pantalones son algunas monedas de cinco centavos y las llaves. Y si son más feas, te deprime aún más saber que hasta ellas le resultaban más atractivas que vos. No entendés a la gente que esconde sus sentimientos para preservar una linda amistad. La amistad no es linda. Y entonces la arruinás. Terminás cortando con alguien con quien nunca saliste. Y cuando te querés dar cuenta, lo estás consolando mientras se lamenta porque no va a tenerte más para charlar. Quiere todo, quiere no salir con vos, pero también quiere seguir teniéndote ahí, cerca, para disfrutar de tu compañía, de tu humor, de las charlas de música. Eso si, sin darte. Pero cuando le decís que "no" a alguien, perdés el derecho a toda petición. De todos modos, para ser honesta con vos misma, esto no se termina hasta que se termina. Te habrá dicho que no ahora, pero la única manera que tenés para sobrellevarlo sin tentarte a quedarte en casa todo el día comiendo chizitos y dejándote crecer los pelos, es creer que su opinión puede cambiar, o peor aún, que vos podés tener alguna influencia en eso. Pensabas que ibas a parar cuando te dijera que no, porque reconozcámoslo, ya te lo esperabas, el buen día se ve de la mañana. Pero no importa cuantas veces un chico se te niegue, solo vas a dejar de fantasear con él cuando dejes de desearlo por voluntad propia, no porque alguien (incluyéndolo a él) te lo haya dicho. Entonces te queda buscar consuelo en el hecho de que no te aman como a la ceramista, pero al menos sos capaz de sobrevivir un “no”. Muchos “no”. Evitar pensar en el tema, evitar pensar en lo que te estás perdiendo, convencerte de que no debe ser irremplazable y repetirte una y otra vez; “Cualquiera puede tocar la guitarra”.