10 de noviembre de 2008

Sí, Felipe


Felipe entiende de videojuegos, tiene un par de ojotas de las cuales preferís simular no tener conocimiento, escucha a Leo Masliah, usa emoticones, y a menudo se refiere a vos como “boluda”. Tiene un celular con cámara, a veces tiene faltas de ortografía, es fanático de la ciencia ficción y le gustan las historietas. En su adolescencia Felipe fue dark, y entre los perros y los gatos, prefiere a los gatos. No tiene idea de quiénes son Os Mutantes, ni ninguna otra banda beat de culto para el caso. En el MSN usa su propia foto, y lo que es peor, cada tanto la cambia. Toma mate y no duró ni seis meses en la UBA. Felipe es un tanto oficialista y a veces se le escapan comentarios como que en el subte C son todos villeros. Es tan infantil que cree que sacarte algo y negarse a devolvértelo es gracioso, y cuando le ponés los puntos se vuelve tan chiquito que te hace sentir su madre. Una vez te vino a buscar en saco y corbata, usa remeras con frases de humor negro y es suficientemente tímido como para obligarte a avanzar. Felipe es todo esto, y aun así, es Felipe.

Adiós Amigos


Estás rodeada de gente que te reclama, que te llama, que aprecia tu presencia. Pero eso no te es suficiente para contentarte. Por alguna razón no tomás en serio a ninguna de esas personas, al menos no lo suficiente. No te importa si todos tus amigos demuestran entusiastas ganas de estar con vos, no te vas a considerar interesante hasta que él muestre las mismas ganas entusiastas. Los querés, y te divertís con ellos, pero no querés pensar que esa es tu única opción. No importa cuántos amigos te elijan, el único que puede validarte, es él. Perdiste el interés en esas llamadas para salir el sábado a la noche, perdiste el interés por juntarte con viejos amigos a comer empanadas del Noble Repulgue, por salir de compras toda la tarde y terminar entre bolsas tomando un té con masitas, por juntarte con tu amigo puto a ver programas de chimentos, porque por más que ellos tengan ganas de estar con vos, vos ya no querés estar con ellos. Y preferís no hacer nada y ahorrarte esa plata para cuando seas más feliz. No tiene sentido vestirte, salir, poner cara de circunstancia frente a todos, hacer la rutina cómica, llegar a tu casa de día sintiendo que todo es exactamente igual que cuando saliste, hablar con otros seres humanos cuando quisieras estar sola leyendo, o viendo una película de Jessica Tandy con una Coca Cola de tres litros al lado. Estar rodeada de gente es definitivamente un agravante y no un atenuante de la situación. Porque si te quedás sola en casa aspirándole el alma a ese pañuelo que todavía tiene su olor y deseando morir en esa nube de almizcle, no jodés a nadie, y nadie te jode a vos, pero si tu falta de entusiasmo y predisposición al diálogo es atestiguada por otros, el malestar se hace más concluyente, y la incomodidad más evidente, con lo cual lo único en lo que podés pensar es en la utópica salida que no hiciste, en cuánto más contenta estarías, en cuan mejor versión tuya serías. Hasta cortaste provisoriamente y por tiempo indefinido el consumo de alcohol y marihuana, porque la depresión del sistema nervioso que te generarían dejaría de ser recreacional para convertirse en épica. Dejás pasar los recitales a los que querés ir, las películas que querés ver, porque nadie, de todas las personas que pueden acompañarte lograrían hacer que la salida te valga la pena. De hecho la arruinarían, porque no hay nadie más que él a quien quieras ver ahí. Abandonaste a voluntad todo contacto con la noche, la gente y la diversión, para decidirte por una existencia momentáneamente taciturna donde la mejor parte del día es llegar a tu casa y estar sola. La sabiduría popular aconseja salir para despejar la mente, para olvidar y para renovar el panorama, pero no siempre uno está preparado para recibir tan altas dosis de realidad. Entonces acostarse temprano oliendo un pañuelo no suena en absoluto como la peor opción.

7 de mayo de 2008

Escuela de Rock


En la banda ya te dieron el ultimátum; o vas a tomar clases, o te olvidás de tu sueño de tocar en Wembley como soporte de las Spice Girls. Ya usaste la excusa de que tu antigua profesora te daba miedo, de que no querés meterte sola en la casa de un cuarentón desconocido parecido a Manuel Wirtz, de que no podés dejar solos a tus peces y de que querés ser autodidacta. Se terminó la joda, ya te encontraron un profesor nuevo con buenas referencias, de quien se puede ya casi descartar que sea un asesino. Empezás el lunes.
La negación te lleva a quedarte dormida. Salís corriendo sin lavarte la cara, te comés un poco de pasta de dientes y te sacudís los pelos de perro de la remera que usaste ayer. Manuel Wirtz no amerita una remera limpia.
Mientras tocás el timbre, te enferma pensar que tenés que bancarte una hora con un músico mediocre que de seguro tiene comportamientos inadecuados para su edad.
Pero te abre la puerta el chico más lindo que viste en mucho tiempo. Su belleza no tiene nombre, y te saluda con una voz tan amable como la que usaría San Gabriel si te recibiera en su casa para darte clases de música. Te quedás helada. Es Felipe.

Tu elocuencia desaparece por completo, estás muda, no se te ocurre nada que decir, y lo poco que lográs esbozar son monosílabos o sonidos guturales.
Cuando te explica vos le mirás las canas, y él te mira como si no entendieras nada. Lo mismo podría estar hablando sobre la migración de las marsopas, o te podría estar enseñando a tocar el triángulo que tampoco entenderías. Entonces sonríe resignado al ver que no le estás prestando la más mínima atención a lo que dice.
Tiene tu edad y te da clases en su cuarto, ¿a quién se le ocurrió que ibas a aprender algo? Aunque es menester reconocer que ahora estás más motivada que cuando estudiabas con una metalera de mal aliento. Te avergüenza que pueda pensar que no tenés talento o que sos medio lenta, así que estudiás hasta dormirte sobre las partituras en un intento de impresionarlo.

Por momentos te olvidás de que estás en una clase y te portás como si fuera una cita, escuchando con ojos ingenuos todo lo que tiene para decir, esforzándote para rematar sus comentarios con observaciones ingeniosas, sin éxito alguno. Te comieron la lengua los ratones. Lo único en lo que podés pensar es en que querés que te bese sobre esos libros de música.
Para empezar estás en una posición de desventaja, él te está enseñando, o sea que está explícito que vos tenés que aprender de él, él es el que sabe, vos sos la que no. Es la inferioridad en la que te sentís cuando te gusta un chico, amplificada. No hay manera de ganarle en esta. Sos su alumna.
Y es demasiado lindo para vos. Cuando saliste de casa te sentías la Kate Moss del arrabal, pero al lado de él parecés un troll con lepra.

Cada vez que vas rezás para que se largue el diluvio universal y así tener que quedarte. Para siempre. Que haga mucho frío, que sean las siete de la tarde pero ya sea de noche, que haya un alerta meteorológico, una tormenta eléctrica de esas de las que aunque llames a un taxi, te empaparías yendo hasta el cordón de la vereda. Que te diga entonces que te quedes, haga un té, y ponga Snow Patrol.
A veces no tenés sueño pero te vas a acostar temprano solo para pensar en eso un rato.
Si este pibe te llega a dar bola, te hacés un monumento a vos misma.
No tenés todos los factores a favor a decir verdad. Los une en este caso una relación profesional, y para hacer que la relación sea aun menos íntima, le pagás. Pasás una hora por semana con él, una hermosa hora, y al final tenés que abrir la billetera y sacar 25 pesos. Y si por desgracia no tenés cambio, él tiene que darte el vuelto. El romance te lo debo.
Es muy delirante pensar que en una situación así pueda pasar algo. Un profesor decente no se insinúa en una clase, y una alumna decente tampoco. Los roles que cumplen los obligan a olvidar que son dos personas de la misma edad, que hacen lo mismo con su tiempo libre, y que están encerradas en un cuarto.
Pero vas a aprender más que con esa aterradora y poco higiénica profesora, y vas a asegurarte de nunca, pero nunca, llevar un paraguas.

4 de mayo de 2008

La Granja


(Wild horses couldn´t drag me away)

Siempre supiste que ibas a terminar limpiando anos contranatura, cuidando de un viejo convaleciente y malhumorado cuando éste ya no tenga fuerzas ni atractivo para retozar con otras mujeres, y se dé cuenta de que la única que le iba a hacer acordar de tomar los remedios y de salir a comprarle la cinta para la máquina de escribir, sos vos. Cuando a lo único que su cuerpo y su libido en decadencia puedan aspirar es a una tarde leyendo los titulares del diario en voz alta, y se percate de que la mejor compañía que alguna vez pudo tener para leer titulares de diario en voz alta sos vos, y que todas esas jóvenes que su vitalidad supo ganarle, ya no están dispuestas a hacer el trabajo sucio de estar con él cuando hay que ponerle el papagayo.

Pero jamás se te hubiera cruzado por la cabeza que ibas a desarrollar un amor incondicional por un adicto, cuando de chica veías esas imágenes que te atormentaban desde la películas, donde el antihéroe posaba su nariz sobre un espejo al que nunca le encontrabas explicación y la línea blanca desaparecía en un segundo, y vos no te animabas ni a seguir mirando ni a decir en voz alta el nombre de ese demonio. Si había algo a lo que le tenías miedo era a Al Kassar, a los carapintadas y a la Cocaína.
Pero no todo es gratis, el tipo de chicos en los que te fijás no puede ser solo un dejo de virtudes, este era el precio que tenías que pagar.
No es ese estereotipo de adicto al que siempre te aferraste a lo largo de tu crianza conservadora; no le faltan dientes, no huele a vino, no tiene la ropa manchada con su propia orina, no ve círculos de colores flotando en el aire, no pierde el conocimiento, no se parece ni a Tony Montana ni a Charly García. Es el típico chico por el que te sentís atraída; inteligente, leído, gracioso, universitario, músico, educado y con gustos analógicos. Solo que se le dio por consumir una sustancia psicotrópica ilegal.
Y aceptás las reglas del juego, porque por más que no apruebes lo que hace, aun con esa terrible falla, sigue siendo más interesante que cualquier otro.

Te das cuenta de que nunca va a comprender cuánto te preocupás por él, que nunca se imaginaría las veces que lloraste al ver que no hay nada que vos puedas hacer para cambiar su modo de vida.
Y realizás un trabajo invisible, convirtiéndote en su madre, su psicóloga, su amigo, su esposa, su novia y su perro, haciendo todo, absolutamente todo por él, porque él no parece notarlo, y si lo hace, no lo considera algo extraordinario en lo absoluto, jamás te lo agradece, y jamás te lo devuelve. Parece creer que cualquiera haría lo mismo, que la adoración que tenés por él es lo mínimo que puede esperar. Entonces sentís que en teoría deberías mostrar más orgullo, pero lo que en teoría rebosa lógica, en la práctica te es inconcebible. Sabés que te estás saboteando, consagrándote a alguien que poca diferencia ve entre vos y un abrigo colgado de un montón de palos de escoba, pero esto está lejos de amedrentarte, y seguís adelante con el solo aliciente de que estás haciendo algo para él, y que por más de que no pueda darse cuenta, su vida es un poco más fácil gracias a vos.

Fantaseaste mil veces con el momento en el que lo confrontás y le decís todo eso de lo que o no se da cuenta o no le importa, el momento en el que ya no tenés más intención de resguardarte ni a vos ni a él, que perdiste el pudor, y que con cada palabra que pronunciás sentís más alivio. Ese momento que dudás que alguna vez llegue, pero que tenés elaborado en tu cabeza frase por frase, como el monólogo final de algún melodrama, tratando de hacerle entender a los gritos cuánto lo querés frente su expresión de desconcierto, porque a pesar de que al ojo ajeno es una causa perdida de la cual tenés que alejarte lo antes posible, y tal vez probar con un chico que usará sandalias pero que al menos no se droga, y de que hasta ahora nunca valoró cómo sos vos con él, si no tenés fe ciega en nada, es que entendiste mal todo, y vos tenés fe ciega en él.

Sería más fácil, y más saludable, y más tranquilizador para tu mamá si te inclinaras por el de las sandalias, pero te gustó el durazno, y a este durazno tenés que compartirlo con otra. Y más que saberlo seguidor de la diosa inca, te angustia pensar que está convencido de que no hay nada en la vida que sea suficiente para llenarlo, ni para mantenerlo entusiasmado, aun estando vos en ella. Y en cambio para vos él solo es suficiente, y nada que puedas meterte por la nariz le ganaría a eso.

1 de marzo de 2008

Los Idiotas


No hay nada más decepcionante en la vida de una mujer, que ver a un hombre en su medio ambiente, privado de la soledad que lo obliga a actuar como un individuo razonable e interesante.
De encontrarse en su ecosistema, la idiotez ajena le es irresistible e indefectiblemente más poderosa que la presencia femenina. En comunión con un grupo de dos o más hombres (preferiblemente de naturaleza inmadura, o meramente idiota, aunque de ningún modo esto es condición excluyente) abandonará cualquier rasgo del ser reflexivo, reservado, sensato, y distinguido del que supo hacer gala, aun frente a la mujer a la que intenta impresionar, porque en ese momento, la idiotez es más fuerte.

Cuando lo ves entre los suyos preferís hacerte a un lado, dejar que se lo queden y fingir que no estás atestiguando eso, porque si intentás ser parte de ellos, no sólo vas a hacer un papel lastimoso, si no que por más que te esfuerces, te van a ignorar. Es inútil dar pelea, es una batalla perdida.

A ellos siempre los saluda con más ganas, parece más contento de verlos. Y por eso secretamente los detestás. Porque ellos, sin sexo, sin pechos, y sin sacarse el bigote, logran su interés con más facilidad. Con vos nunca se ríe tan fuerte. Nunca lograste producirle una carcajada, o que se revuelque en el piso, o que largue Paso de los Toros por la nariz. ¿Será que ellos son más graciosos?, ¿será que se potencia, riendo como una hiena herida de cosas que normalmente no le causarían tanta gracia?, ¿o es que frente a su manada se siente más cómodo? No importa cuánto lo intentes, nada que puedas decir vos lo va a hacer llorar de risa como lo hacen sus amigos cuando juegan a cabecear una pelotita.

Tenés que soportar escucharlo hablar de que la hermana de un amigo tiene los pechos hechos pero que parecen naturales, que la otra se parte sola, que si tuvieran guita se la gastan toda en minas, fiesta y alcohol, que la madre quiere que tenga novia a ver si se rescata, pero (en sus palabras) "Ni en pedo". Se ríen de solo imaginar poder tomarse un trago, o fumarse un porro y se amenazan entre ellos con "ponerse cosas" en diversos huecos corporales. Tenés que verlo creerse Pomelo cuando le festeja a otro que estuvo de caravana 5 días seguidos, encerrado en la casa con las persianas bajas. Y cómo le pregunta si la que consigue es buena. Nena, nena, rock.
¿Se hacen los pistolas para no quedar como unos idiotas con los demás, o el verdadero personaje es el que hacen cuando están sin ellos?
Desearías no haber presenciado ese triste y poco glamoroso espectáculo.Ya no hay nada que separe a este Mr. Hyde del resto de los hombres, de lo costumbrista, de lo mundano, de la birra, Fútbol de Primera y la revista Hombre. Y ya no te es difícil imaginarlo yendo a comprar zapallo usando unas Havaianas genéricas de supermercado chino.

Procurando no amargarte, das vuelta la cara con toda tu madurez, abrís un libro y canturreás en tus adentros para no oír más esas blasfemias, esperando que se vayan los idiotas y que él vuelva a ser el de siempre.

25 de enero de 2008

Felipe


Felipe trabaja escribiendo y ya casi termina su carrera en la UBA. Te lleva 20 centímetros y dos años. Toca tres instrumentos, dos convencionales y alguno extraño, como el melotrón. Pasa todas sus horas de vigilia escuchando música. Ama a los Beatles, a Woody Allen y a Bukowski. Tiene barba, entiende el sarcasmo y nunca se toma las cosas en sentido literal. Jamás toma sol ni usa calzado abierto. Ve las nuevas temporadas del canal Retro como si fueran estrenos. Nunca se acostaría con una mujer como Jésica Cirio. No se compra ropa y no gasta tiempo ni dinero en su apariencia, pero se ve como un actor de reparto de Casi Famosos. De vez en cuando lleva a arreglar el Winco. Cada vez que le recomendás un disco, para el día siguiente ya lo escuchó. Nunca se olvida de las cosas que decís. No le molesta caminar ni usar el transporte público, y si no tiene compañía para ir a un recital, va solo. Siempre tiene las uñas cortas, aunque cómo y cuándo se ocupa de ellas es aún un agradable misterio.
Nunca comenta el atractivo de otras mujeres ni habla de su pasado amoroso. Odia el deporte y le aburren los juegos que precisan de un ganador y un perdedor para existir. No toma mate. Se vuelve loco cuando ve un cachorrito. Probó algunas drogas, pero ya se sacó las ganas. Habla inglés y lee uno o dos libros por semana. Tiene el ingenio de Groucho Marx y la sutileza de Oscar Wilde. Tiene un celular que salió 63 pesos y ninguna intención de cambiarlo. Nunca critica a nadie en voz alta. Cuando te acordás de su cara, siempre está sonriendo. Llora de la risa viendo a Bob Esponja. No ve películas de acción y se le rompe el corazón con las de Bill Murray. A veces se olvida de comer. Nunca hace comentarios de esos que no le importan a nadie, y a pesar de ser inusualmente inteligente, parece todavía no haberlo notado. Felipe nunca se quejaría de que un piquete lo hizo llegar tarde al trabajo ni se iría en enero a la costa. Se corta el pelo en una peluquería de viejos y siempre parece que recién se hubiera levantado. Cuando está enamorado escucha a los Beach Boys. Simpatiza con un club chico pero no sabe si la pelota es redonda o cuadrada. En la secundaria se sentaba al fondo de todo, no tenía muchos amigos y no se fue de viaje de egresados. Su cuerpo da fe de que nunca hizo ejercicio.
Cuando creés que ya sabés todo de él, te cuenta que sabe manejar. Si está con sus amigos sigue siendo el mismo, pero parece divertirse más cuando está con vos. Le encanta cantar canciones de Dean Martin cuando cree que nadie lo escucha. Es feminista y no le da vergüenza ponerse una pollera, ni usar una remera rosa, ni comerse un algodón de azúcar. A vos te parece hermoso, pero las otras chicas creen que es horrible. Es tímido para declararse, pero lo suficientemente valiente como para no obligarte a hacerlo vos. Podés decirle la verdad sin que se asuste. Como Austin Powers, no entiende que hace 40 años que terminaron los 60. Siempre se le ven los calzoncillos sobre el pantalón que le queda grande, y a pesar de verse tan desaliñado, siempre huele bien. Hace años que sabe qué nombre le pondría a su hijo. Cuando está de buen humor usa una remera de The Who llena de agujeros. Le divierte hablar con extraños, especialmente si están locos, y para tu cumpleaños jamás te regalaría un electrodoméstico.
Felipe sí existe, solo que Papá Noel se olvidó de traerlo. Este año.

17 de enero de 2008

Llamáme Cuando Llegues


“Ojalá estuviera muerto. Es un deseo terrible. Es un deseo adorable. Si estuviera muerto sería mío. Si estuviera muerto, nunca pensaría en las cosas como son ahora y como han sido en las últimas semanas. Sólo recordaría los buenos tiempos y todo sería hermoso. Ojalá estuviera muerto. Quiero que esté muerto, muerto, muerto”.
Dorothy Parker

Hay una ironía en la cercanía que percibís cuando estás obligada a estar lejos de alguien. Mientras él está corriendo desnudo por un viñedo en Bolivia, y vos yacés vestida, encallada en la arena de la Costa Atlántica, es solo tuyo, no tenés que compartirlo con nadie, sos dueña del pasado sin un presente que lo desmienta. Sos libre de creer que la única razón por la que no están juntos es que no pueden, que una fuerza mayor es la que temporalmente mantiene sus caminos apartados. Cuando él no está todo es posible, todas tus ilusiones están justificadas por el solo hecho de que él no se encuentra ahí para darlas por tierra. Nada te impide fantasear con que en la distancia añoran el momento de estar juntos otra vez y que mientras realizan las modestas tareas de la vida cotidiana, no hacen más que pensar en el otro con dulce melancolía. Y nadie puede despertarte de tu sueño, ni siquiera él. Tus días sin su presencia transcurren entonces con una tranquilidad inusitada, esa de la que disfrutabas cuando aún no te interesaban los hombres, esa que te permite no perder el apetito, ni el sueño, ni transpirar como un chancho en pleno junio. Sabés que está, pero no tenés que lidiar con ello. Tus vacaciones son una alegre y despreocupada canción de Los Shakers.
Por más que lo extrañás continuamente, te reconforta su ausencia. En lo que este ensueño dura no te produce angustia descubrir que no todo es perfecto, y no te produce ansiedad intentar que lo sea. Cosas insignificantes como que no te llame, o que no te conteste en el MSN, o que te salude sin entusiasmo ya no te generan una súbita depresión ni logran crispar tu calma, aquella de la que gozás sabiendo que al menos mientras él no está, lograron tener una relación perfecta.

18 de diciembre de 2007

El Loco


Ya todos se habían dado cuenta de que tarde o temprano algo iba a pasar entre ustedes, de que eran el uno para el otro, pero costó aceptar que era lo que los dos querían. En un principio la culpa te inundó, al punto de negar y ocultar lo que habías descubierto y de escupir negativas una y otra vez a la hora de ser interrogada sobre si te gustaba o no. Entonces lo inevitable se fue postergando, hasta casi quedar cancelado.

Pasaron meses. Pasaron otras personas, pasaron confesiones etílicas, pasaron idas y vueltas, pasó una amistad, pasaron cientos de horas hablando, pasaron montones de doble sentidos, de insinuaciones, de intentos fallidos y de canciones. Hasta que al fin y al cabo, nadie iba a beneficiarse de ese exceso de códigos, y por fin, después de meses, van a consumar ese amor platónico. Estará lloviendo, pero nadie va a hacer llover en tu desfile, ese desfile para el que hace tanto tiempo estás cosiendo lentejuelas.
Antes de que te des cuenta estás entrando en un telo, uno de esos lugares que solo viste en películas como El rey de los exhortos, con Susana y Alberto, donde todo es dorado y siempre suenan Las Primas.
Cuando se abre la puerta de esa escenografía de Hugo Sofovich comprendés que tu concepción de la palabra "bizarro" ha cambiado para siempre. Entonces mirás para arriba y ves el reflejo de Alberto y Susana mirando para abajo con picardía.


Pero un buen día, y sin previo aviso, ellos siempre se vuelven fríos. Un día tienen esa mirada extraña, y vos siempre, siempre, sabés que va a ser la última vez. Hay algo en ese beso, no podés señalarlo, pero lo sabés en ese mismo momento. Probablemente aún antes de que lo sepan ellos. Y cuando a la salida de la amueblada te acompaña a tomar el colectivo sin perder un solo segundo, la ves.

Mientras mirás por la ventanilla como cae la lluvia, te preguntás que hacés ahí tan temprano, y pensás en que tu desfile se aguó tal vez un poco.
A las nueve y media estás de vuelta a tiempo para cenar bife y ensalada con tu mamá, tu papá y tu hermanito. Te sentís sucia y con ganas de usar tu suciedad en algo más que compartir la mesa familiar de un día de semana.

De ese momento en adelante él adopta el comportamiento propio de un mono babuino, ya no es el galán Shakespeareano de otrora, ha descendido al plano terrenal y ahora es un chico cualquiera.
Añorás llena de nostalgia ese momento mágico en el que muestran un entusiasmo enternecedor, cuando parecen capaces de mover cielo y tierra para estar con vos, cuando olvidan su orgullo y se declaran una y otra y otra vez arriesgándose al rechazo, y no descansan hasta obtener lo que quieren. Pero ese es justamente el problema; una vez que lo consiguen, descansan hasta el letargo.
Tus amigas no se aburren de decirte que no deberías tenerle tanta paciencia a esta clase de chicos, que no todos los hombres son babuinos, u obran de formas tan misteriosas, o cambian de opinión tan fácil y con tan poca delicadeza, que te acostumbres al hecho de que no todos son así, de que esto no es la normalidad, o al menos, que no debería serlo.
Pero hasta ahora no tenés argumentos fuertes como para darles la razón.
Nadie dice nada, pero ya es un sobreentendido el hecho de que volvieron a ser mejores amigos con un posible régimen de visitas conyugales, y de que la única manera de darse cuenta si realmente son lo que creías, es irte a la cama con ellos. De otro modo lo disimulan muy bien.


A menudo te olvidás de sus comentarios desubicados, de su frialdad, de su enfermiza timidez, de su completa falta de tacto y sutileza, de la incertidumbre en la que te hace vivir y de su condición de mono babuino, y te tentás a verlo, a mandarle un mensaje de texto con declaraciones libidinosas excusándote en el hecho de haber estado pasada de alcohol en una fiesta salvaje, cuando en realidad te quedaste en tu casa limpiando la papelera de reciclaje. Pensás que verlo aunque sea para tener sexo va a darle un poco de diversión a tu gris rutina del yugo diario, pero con pesar debés reconocer que no va a ser tan divertido si no vas a esperar un beso después, o antes. O una salida, o un llamado. Tu crianza basada en la estúpida creencia de que el amor existe te permite aceptar una relación informal, pero juntarse a tener sexo una vez cada tres semanas y que después te saluden con un beso en la mejilla, no. Es mucho pedir. Antes de que te des cuenta te van a estar dando un apretón de manos y una sidra Rama Caída para Navidad. Es tentadora la invitación, pero necesitás más que una habitación de 58 pesos y un beso en la mejilla para pasarla bien. Un poco más, no mucho, lo mínimo al menos.
Aún guardando la indecible esperanza de que se reforme, de que todavía tiene salvación, desencantada te decidís a mantenerte fuerte en tu indiferencia. Hubieses deseado que él sea menos raro, y que ese amor prohibido que los unía secretamente desde un principio hubiera sido menos ruido y más nueces.

15 de diciembre de 2007

El Efecto Pigmalión

“Lo más hermoso y realmente genial de las mujeres es que saben que no saben. Y lo más errado y peligroso es que sabiendo que el hombre tampoco sabe, le dejan creer lo contrario”.
Enrique Symns


Si es verdad (y es verdad) que las mujeres les copiamos las afinidades a los hombres, con cada uno de ellos vamos absorbiendo más gustos, más intereses y más conocimientos sobre diversos temas (los temas que les interesan a ellos, claro). La razón por la cual nosotras nos amoldamos a sus gustos y ellos no a los nuestros, sea tal vez que a diferencia de ellos, nosotras confiamos ciega, sorda y locamente en su criterio.
A medida que cambiamos de chico, cambiamos de estilo y de afinidades, y a la larga nos vamos quedando con las cosas que una vez que ese chico ya no está, nos siguen interesando. Los conocimientos se van sumando uno a uno, y después de dos o tres chicos ya aprendiste unas cuantas cosas, que por supuesto usarás astutamente para enamorar al cuarto. Y así. Después de ocho o nueve intelectuales no hay razón por la cual no puedas aspirar a un Woody Allen o a un Norman Mailer.

Es así como te leíste todos los saldos de la generación beat que pudiste encontrar en la calle Corrientes, escuchaste y entendiste todos los discos que ellos alguna vez escucharon, o nombraron, o tocaron, o sobre el que posaron sus ojos. Buscaste en el diccionario todas las palabras rebuscadas que usan, y que exceden tu humilde y escueto vocabulario de chica de barrio. Mientras se te caían los mocos de tanto aburrimiento, viste cine western hasta que te empezó a gustar. Todo en un intento de ser digna de ellos, de diferenciarte de la Jésica Cirio cualquiera.
Pero no importa cuánto esfuerzo hagas, o cuántos discos de pasta abulten tu colección, siempre va a haber una razón por la cual no es suficiente. Cuando creés estar bien lejos de Jésica Cirio, el muy ingrato se atreve a juzgarte porque hay algo que no sabés, porque a pesar de que hay tantas otras cosas que sí sabés, no tenés idea de lo que es una anacruza. Parece entre indignado y decepcionado de que no sepas eso, de que no sepas todo, y se encarga de hacértelo notar usando sutiles y diplomáticas frases como “¡No puede ser que no sepas eso!”, “No puedo creerlo, ¿en serio me estás hablando?”, “Entre esto y que nunca escuchaste a Miles Davis…”, y la doblemente insultante “¿A tu edad no sabés eso?”.

De repente todo eso que admirabas se convierte en algo insoportable. Su inteligencia se convierte en soberbia, y su intelectualidad en esnobismo. No sabés si esas demostraciones las hace para impresionarte o para probarse a él mismo cuán capaz es. Probablemente sea la segunda opción. Y ahí entendés que la razón por la cual sigue juntándose con vos no es porque le interese lo que digas, o porque aprenda del intercambio, lo único que busca es poder desplegar sus conocimientos frente a alguien que pueda admirarlos y valorizarlos, frente a quien pueda sentirse el intelectual que quiere ser. Encontró el espejo que le devuelve la imagen que quiere ver, y cual Narciso embelesado no puede despegarse de esa imagen de él, no puede despegarse de vos.
Hasta que un día muerde la mano de quien le alimenta (el ego) cometiendo el pecado de dejar ver su sentimiento de superioridad, y con opiniones que probablemente plagió de manera textual de algún resumen de apuntes para estudiantes universitarios, quiere mostrarte de manera descarada cuanto más leído que vos es. Pero andá a lavarte el culo. Andá a hacerte el Susan Sontag a otro lado. Pocas chicas (incluidas su mamá y sus novias) deben haber tenido tantas palabras de admiración para con él, pocas deben haber hablado tantas veces en su favor, o haber estado dispuestas a defenderlo sin miramientos.
¿Acaso todas las chicas que se agarró (o que quiso agarrarse) sabían lo que era una anacruza? ¿Habían escuchado los mismo discos que él, y leído los mismos libros, y aprendido a amar los westerns? ¿Acaso a alguna de ellas le exigió algo de eso? La inteligencia y el talento son encantadores cuando uno no es consciente de ellos, y en el terrible caso de estar al tanto, lo más sensato es guardar el secreto. No vas a soportar la soberbia de alguien que dice que solo discute estos temas con gente que sepa lo que es una anacruza. Semejante esfuerzo y estás en la misma categoría de ignorante que la pobre Jésica Cirio. Con la única diferencia de que con vos está desilusionado por no saber lo que es esa bendita anacruza, y con ella está caliente, y poco le importa lo de la anacruza. Un punto para Jésica Cirio.

25 de octubre de 2007

La Fe


Después de haber logrado el autocontrol suficiente como para decidir no hablarle más, de negarte a saber nada de él, de plantarte frente a toda esa estructura y desafiarla ofreciendo tu indiferencia, la abstinencia te alcanzó.
Teniendo en cuenta que todos los sujetos con los que intentás inútilmente olvidarlo son cada vez menos considerables, su figura, en comparación, no deja de representar el arquetipo de la semi perfección. La prueba de que hay bien en el mundo. El argumento más fuerte a favor del idealismo y la esperanza. La razón por la cual todavía no desististe de los hombres.
Lamentablemente semejante admiración es unilateral, por lo cual se ha hecho de suma inutilidad el seguir fomentándola. Así, en el afán de no pensar más en él, lográs enamorarte de cualquier idiota en míseras milésimas de segundos. Y por un momento creés que estás frente a algo trascendental, y hasta llegás al punto de condecorar al idiota con no pocas horas de abatimiento y melancolía. Y cuando te das cuenta de que estás escuchando a Elton John por alguien a quien calificás de idita, decidís que es momento de poner las cosas en contexto.
Entonces cada vez que un chico te produce una desilusión o significa un problema, cuando descreés de todo, cuando te volvés una completa escéptica, el instinto es volver a casa, comprar la bolsa de chizitos más grande que puedas conseguir, y desbloquear a Mr Grey. Y todas las peripecias que estabas viviendo de repente adquieren otra perspectiva. Todos esos chicos que oficiaban de distracción se convierten en hormigas vistas desde tan lejos. Porque nadie es capaz de perpetrar la clase de dolor de la que él sería capaz. Afortunadamente, porque de esa manera nadie real va a poder romper tu corazón completamente, dado que siempre va a estar esperando a ser roto por alguien más.
Has elaborado una sofisticada estrategia: agarrarte a otros chicos para olvidarlo a él, pensar en él para no preocuparte por los demás chicos. Un clavo saca a otro clavo, y la pinza los saca a todos. A eso llamo yo un buen plan.
Y ya no importa si esa imagen idílica que se yergue sobre cada hombre que conocés es real o no. No importa si Jesucristo es real o no, lo que importa es que mantiene viva la fe. Y preferís aferrarte a un personaje bíblico antes que convertirte en una atea. Siempre que haya un señor gris en el mundo, la religión del amor contará con tu adhesión.
Mr Grey consiguió transformarse en tu remedio contra la desolación, contra el despecho, contra el descreimiento, contra la ansiedad y contra la vergüenza. Ahora solo te falta encontrar un remedio contra Mr Grey.