25 de marzo de 2010

Jamás Transada en el viejo mundo, Parte IV


Londres  ( Soundtrack Chris Brown - Forever )




Cuando desde el ferry que cruza el canal viste sus acantilados blancos por primera vez, fue otro de esos momentos en los que se te cierra la garganta y te brillan los ojos, fue ver por primera vez en persona a un novio que conociste a través de MTV a los 13 años.
Londres sí es todo lo que esperabas. Porque ya lo viste, lo viste en los sketches de Mr Bean,  en las canciones de Bowie, en los libros de Nick Hornby, y sí, en las comedias románticas de Hugh Grant. Te estuviste preparando para Londres toda tu vida. Acá te sentís como pez en el agua del Támesis.

Londres huele a comida, a todas, a cada paso. Hamburguesa, guiso, papas fritas, falafel, el olor a todas las cocinas del mundo cocinando a la vez, eso es Londres.
Los vestidos, las disquerías, las mujeres que parecen modelos, los hombres parecidos a Ewan McGregor, acá tampoco pensás mandar esa postal. Entrás al Bar Italia y te imaginás a Jarvis Cocker ahí, tratando de salir antes de que le digan que ya murió. Te la pasás recorriendo la cuidad hasta la madrugada, aprendiste a usar el Underground con esos miles de ramales y combinaciones que tiene, y ya casi que te sale la pronunciación inglesa. Ni siquiera te importa descubrir de primera mano que el sillón en que dormís solía ser la letrina del perro de la casa.  Y no sabés si es falsa hospitalidad, o si los ingleses realmente son así de simpáticos, pero te ponés a hablar con todo el que te da la oportunidad, el señor que vendía souvenirs y te preguntó si te volvías a Argentina en tren, el colombiano del supermercado que al segundo día ya los saludaba, el gordo chiflado que te quiso levantar en una disquería y que te dejó hablando sola después de decirte que estabas loca, y la china que en una parada de colectivo te contó que podía hacerse invisible a voluntad, y que fue así como evitó varios asaltos. Todos están dispuestos a darte la anecdota del día.
En Londres tampoco transás, pero no porque no quisieras, ahí viste algunos de los hombres más lindos que recordás. Seguirías siendo una patética, pero eras una patética con pulsión de vida.

Estás sentada sola, en un banco verde inglés del Green Park, en tu último día en Londres.  Uno puede pensar que es un estereotipo de la ciudad, que en realidad el punk, y también el rock, están muertos hace rato, y que Londres ya no es ese lugar rebelde lleno de crestas y alfileres de gancho, pero una vez más vuelve a sorprenderte cuando escuchás a dos jardineros de cincuenta años hablando de los Sex Pistols mientras podan las rosas. Sí, Londres también todavía está viva. Y pensás que ahora que viste todo esto no podés quedarte con lo que tenías, no puede volverse de acá, nada puede ser lo mismo ahora. Te sacaste una mochila enorme, un exceso de equipaje que no ameritaba pagar extra. Viste cosas hermosas que de solo recordarlas te hacen querer llorar, y es ese el mundo en el que querés vivir. Sentís que tu energía es otra, que vos sos otra, que todo lo que ves, y lo que hacés te hace realmente feliz, que desapareció ese halo de podredumbre que hacía meses lo cubría todo. Te despertaste de un coma, y te diste cuenta de cuánto extrañabas todas las cosas que habías dejado atrás en el último año, las que habían sido daño colateral; tu hermano, tu banda, tu carrera, tomar el té en Barracas, ir a comer a Los Sabios, escuchar Camera Obscura, y Martín, tu mejor amigo, a quien no veías desde poco después del desastre. Todo eso, que era tuyo, que hacía que reconocieras tu vida, lo querías de vuelta.


Continúa...

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