En cinco minutos te gastaste lo que habías ahorrado en todo un año. En parte querías viajar, fantaseabas con eso desde que tenías 14 años y soñabas con ser peluquera en Milán e ir a ver jugar al Inter. Tal vez otro poco necesitabas tomarte un descanso del trabajo, de atender las mierdas ajenas día tras día cuando lo único que querías era que alguien por una vez escuchara las tuyas. Salir de ese cubículo lleno de fotos de rockeros muertos y conocer lugares, ver la vida, visitar a tu hermano, visitar a tu mejor amiga, pero la verdad es que si te estás subiéndo a un avión a Barcelona sin ninguna idea de en dónde vas a terminar, es para olvidarte de él. Ya probaste todo, y esta era una de las pocas cosas que todavía no habías intentado. Irte.
Hace 15 años que viendo Armagedón en el cine le tomaste un miedo irracional a los aviones, y hace 16 que no te subís a uno. Te baja la presión de solo estar comiendo una bondiola en la costanera y escucharlos despegar, se te pone la piel de gallina cuando entrás a un aeropuerto, y nunca lo trataste en terapia porque te da demasiado miedo hablar al respecto. Cuando saliste de la agencia de viajes con el pasaje en mano te sentaste a llorar durante una hora en un banco de la calle Reconquista, pensando en que ibas a morir en un avión, sola y sin novio.
Las semanas pasaban y tu interés por el viaje no llegaba, no planeabas paseos, no reservabas hoteles, no mirabas mapas ni folletos, sentías que en el fondo estabas cometiendo un error al gastar semejante cantidad de plata, al forzarte a hacer un viaje enorme estando anímicamente no apta ni para que te vean sola esperando el colectivo. Cuando soñabas tu primer viaje a Europa nunca lo imaginaste así, siempre soñaste que iba a ser con Ben Affleck, que iban a ir de pic-nic a Versailles y que te iba a proponer matrimonio en la torre de Pisa, pero no así, indiferente, sin planes, sola, y sin nadie esperándote a la vuelta. Pero era este el momento, tenías la plata, tenías la edad, tenías el tiempo, y tenías que intentarlo. Irte de viaje era tu último recurso para volver a ser la misma de antes, para despertarte y reaccionar, era lo único que podía quitarte la loquez.
Antes de que te des cuenta, ahí estás con tu valijota verde esperando para abordar, cargada de ansiolíticos y escuchando el tema que ponía Kevin McCallister en el walkman cuando volaba a Nueva York. Y mientras arañabas los apoyabrazos del asiento aterrorizada por pensamientos de muerte, tu intento de vuelta a la vida había empezado.
Continuará.
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