7 de mayo de 2008

Escuela de Rock


En la banda ya te dieron el ultimátum; o vas a tomar clases, o te olvidás de tu sueño de tocar en Wembley como soporte de las Spice Girls. Ya usaste la excusa de que tu antigua profesora te daba miedo, de que no querés meterte sola en la casa de un cuarentón desconocido parecido a Manuel Wirtz, de que no podés dejar solos a tus peces y de que querés ser autodidacta. Se terminó la joda, ya te encontraron un profesor nuevo con buenas referencias, de quien se puede ya casi descartar que sea un asesino. Empezás el lunes.
La negación te lleva a quedarte dormida. Salís corriendo sin lavarte la cara, te comés un poco de pasta de dientes y te sacudís los pelos de perro de la remera que usaste ayer. Manuel Wirtz no amerita una remera limpia.
Mientras tocás el timbre, te enferma pensar que tenés que bancarte una hora con un músico mediocre que de seguro tiene comportamientos inadecuados para su edad.
Pero te abre la puerta el chico más lindo que viste en mucho tiempo. Su belleza no tiene nombre, y te saluda con una voz tan amable como la que usaría San Gabriel si te recibiera en su casa para darte clases de música. Te quedás helada. Es Felipe.

Tu elocuencia desaparece por completo, estás muda, no se te ocurre nada que decir, y lo poco que lográs esbozar son monosílabos o sonidos guturales.
Cuando te explica vos le mirás las canas, y él te mira como si no entendieras nada. Lo mismo podría estar hablando sobre la migración de las marsopas, o te podría estar enseñando a tocar el triángulo que tampoco entenderías. Entonces sonríe resignado al ver que no le estás prestando la más mínima atención a lo que dice.
Tiene tu edad y te da clases en su cuarto, ¿a quién se le ocurrió que ibas a aprender algo? Aunque es menester reconocer que ahora estás más motivada que cuando estudiabas con una metalera de mal aliento. Te avergüenza que pueda pensar que no tenés talento o que sos medio lenta, así que estudiás hasta dormirte sobre las partituras en un intento de impresionarlo.

Por momentos te olvidás de que estás en una clase y te portás como si fuera una cita, escuchando con ojos ingenuos todo lo que tiene para decir, esforzándote para rematar sus comentarios con observaciones ingeniosas, sin éxito alguno. Te comieron la lengua los ratones. Lo único en lo que podés pensar es en que querés que te bese sobre esos libros de música.
Para empezar estás en una posición de desventaja, él te está enseñando, o sea que está explícito que vos tenés que aprender de él, él es el que sabe, vos sos la que no. Es la inferioridad en la que te sentís cuando te gusta un chico, amplificada. No hay manera de ganarle en esta. Sos su alumna.
Y es demasiado lindo para vos. Cuando saliste de casa te sentías la Kate Moss del arrabal, pero al lado de él parecés un troll con lepra.

Cada vez que vas rezás para que se largue el diluvio universal y así tener que quedarte. Para siempre. Que haga mucho frío, que sean las siete de la tarde pero ya sea de noche, que haya un alerta meteorológico, una tormenta eléctrica de esas de las que aunque llames a un taxi, te empaparías yendo hasta el cordón de la vereda. Que te diga entonces que te quedes, haga un té, y ponga Snow Patrol.
A veces no tenés sueño pero te vas a acostar temprano solo para pensar en eso un rato.
Si este pibe te llega a dar bola, te hacés un monumento a vos misma.
No tenés todos los factores a favor a decir verdad. Los une en este caso una relación profesional, y para hacer que la relación sea aun menos íntima, le pagás. Pasás una hora por semana con él, una hermosa hora, y al final tenés que abrir la billetera y sacar 25 pesos. Y si por desgracia no tenés cambio, él tiene que darte el vuelto. El romance te lo debo.
Es muy delirante pensar que en una situación así pueda pasar algo. Un profesor decente no se insinúa en una clase, y una alumna decente tampoco. Los roles que cumplen los obligan a olvidar que son dos personas de la misma edad, que hacen lo mismo con su tiempo libre, y que están encerradas en un cuarto.
Pero vas a aprender más que con esa aterradora y poco higiénica profesora, y vas a asegurarte de nunca, pero nunca, llevar un paraguas.

4 de mayo de 2008

La Granja


(Wild horses couldn´t drag me away)

Siempre supiste que ibas a terminar limpiando anos contranatura, cuidando de un viejo convaleciente y malhumorado cuando éste ya no tenga fuerzas ni atractivo para retozar con otras mujeres, y se dé cuenta de que la única que le iba a hacer acordar de tomar los remedios y de salir a comprarle la cinta para la máquina de escribir, sos vos. Cuando a lo único que su cuerpo y su libido en decadencia puedan aspirar es a una tarde leyendo los titulares del diario en voz alta, y se percate de que la mejor compañía que alguna vez pudo tener para leer titulares de diario en voz alta sos vos, y que todas esas jóvenes que su vitalidad supo ganarle, ya no están dispuestas a hacer el trabajo sucio de estar con él cuando hay que ponerle el papagayo.

Pero jamás se te hubiera cruzado por la cabeza que ibas a desarrollar un amor incondicional por un adicto, cuando de chica veías esas imágenes que te atormentaban desde la películas, donde el antihéroe posaba su nariz sobre un espejo al que nunca le encontrabas explicación y la línea blanca desaparecía en un segundo, y vos no te animabas ni a seguir mirando ni a decir en voz alta el nombre de ese demonio. Si había algo a lo que le tenías miedo era a Al Kassar, a los carapintadas y a la Cocaína.
Pero no todo es gratis, el tipo de chicos en los que te fijás no puede ser solo un dejo de virtudes, este era el precio que tenías que pagar.
No es ese estereotipo de adicto al que siempre te aferraste a lo largo de tu crianza conservadora; no le faltan dientes, no huele a vino, no tiene la ropa manchada con su propia orina, no ve círculos de colores flotando en el aire, no pierde el conocimiento, no se parece ni a Tony Montana ni a Charly García. Es el típico chico por el que te sentís atraída; inteligente, leído, gracioso, universitario, músico, educado y con gustos analógicos. Solo que se le dio por consumir una sustancia psicotrópica ilegal.
Y aceptás las reglas del juego, porque por más que no apruebes lo que hace, aun con esa terrible falla, sigue siendo más interesante que cualquier otro.

Te das cuenta de que nunca va a comprender cuánto te preocupás por él, que nunca se imaginaría las veces que lloraste al ver que no hay nada que vos puedas hacer para cambiar su modo de vida.
Y realizás un trabajo invisible, convirtiéndote en su madre, su psicóloga, su amigo, su esposa, su novia y su perro, haciendo todo, absolutamente todo por él, porque él no parece notarlo, y si lo hace, no lo considera algo extraordinario en lo absoluto, jamás te lo agradece, y jamás te lo devuelve. Parece creer que cualquiera haría lo mismo, que la adoración que tenés por él es lo mínimo que puede esperar. Entonces sentís que en teoría deberías mostrar más orgullo, pero lo que en teoría rebosa lógica, en la práctica te es inconcebible. Sabés que te estás saboteando, consagrándote a alguien que poca diferencia ve entre vos y un abrigo colgado de un montón de palos de escoba, pero esto está lejos de amedrentarte, y seguís adelante con el solo aliciente de que estás haciendo algo para él, y que por más de que no pueda darse cuenta, su vida es un poco más fácil gracias a vos.

Fantaseaste mil veces con el momento en el que lo confrontás y le decís todo eso de lo que o no se da cuenta o no le importa, el momento en el que ya no tenés más intención de resguardarte ni a vos ni a él, que perdiste el pudor, y que con cada palabra que pronunciás sentís más alivio. Ese momento que dudás que alguna vez llegue, pero que tenés elaborado en tu cabeza frase por frase, como el monólogo final de algún melodrama, tratando de hacerle entender a los gritos cuánto lo querés frente su expresión de desconcierto, porque a pesar de que al ojo ajeno es una causa perdida de la cual tenés que alejarte lo antes posible, y tal vez probar con un chico que usará sandalias pero que al menos no se droga, y de que hasta ahora nunca valoró cómo sos vos con él, si no tenés fe ciega en nada, es que entendiste mal todo, y vos tenés fe ciega en él.

Sería más fácil, y más saludable, y más tranquilizador para tu mamá si te inclinaras por el de las sandalias, pero te gustó el durazno, y a este durazno tenés que compartirlo con otra. Y más que saberlo seguidor de la diosa inca, te angustia pensar que está convencido de que no hay nada en la vida que sea suficiente para llenarlo, ni para mantenerlo entusiasmado, aun estando vos en ella. Y en cambio para vos él solo es suficiente, y nada que puedas meterte por la nariz le ganaría a eso.

1 de marzo de 2008

Los Idiotas


No hay nada más decepcionante en la vida de una mujer, que ver a un hombre en su medio ambiente, privado de la soledad que lo obliga a actuar como un individuo razonable e interesante.
De encontrarse en su ecosistema, la idiotez ajena le es irresistible e indefectiblemente más poderosa que la presencia femenina. En comunión con un grupo de dos o más hombres (preferiblemente de naturaleza inmadura, o meramente idiota, aunque de ningún modo esto es condición excluyente) abandonará cualquier rasgo del ser reflexivo, reservado, sensato, y distinguido del que supo hacer gala, aun frente a la mujer a la que intenta impresionar, porque en ese momento, la idiotez es más fuerte.

Cuando lo ves entre los suyos preferís hacerte a un lado, dejar que se lo queden y fingir que no estás atestiguando eso, porque si intentás ser parte de ellos, no sólo vas a hacer un papel lastimoso, si no que por más que te esfuerces, te van a ignorar. Es inútil dar pelea, es una batalla perdida.

A ellos siempre los saluda con más ganas, parece más contento de verlos. Y por eso secretamente los detestás. Porque ellos, sin sexo, sin pechos, y sin sacarse el bigote, logran su interés con más facilidad. Con vos nunca se ríe tan fuerte. Nunca lograste producirle una carcajada, o que se revuelque en el piso, o que largue Paso de los Toros por la nariz. ¿Será que ellos son más graciosos?, ¿será que se potencia, riendo como una hiena herida de cosas que normalmente no le causarían tanta gracia?, ¿o es que frente a su manada se siente más cómodo? No importa cuánto lo intentes, nada que puedas decir vos lo va a hacer llorar de risa como lo hacen sus amigos cuando juegan a cabecear una pelotita.

Tenés que soportar escucharlo hablar de que la hermana de un amigo tiene los pechos hechos pero que parecen naturales, que la otra se parte sola, que si tuvieran guita se la gastan toda en minas, fiesta y alcohol, que la madre quiere que tenga novia a ver si se rescata, pero (en sus palabras) "Ni en pedo". Se ríen de solo imaginar poder tomarse un trago, o fumarse un porro y se amenazan entre ellos con "ponerse cosas" en diversos huecos corporales. Tenés que verlo creerse Pomelo cuando le festeja a otro que estuvo de caravana 5 días seguidos, encerrado en la casa con las persianas bajas. Y cómo le pregunta si la que consigue es buena. Nena, nena, rock.
¿Se hacen los pistolas para no quedar como unos idiotas con los demás, o el verdadero personaje es el que hacen cuando están sin ellos?
Desearías no haber presenciado ese triste y poco glamoroso espectáculo.Ya no hay nada que separe a este Mr. Hyde del resto de los hombres, de lo costumbrista, de lo mundano, de la birra, Fútbol de Primera y la revista Hombre. Y ya no te es difícil imaginarlo yendo a comprar zapallo usando unas Havaianas genéricas de supermercado chino.

Procurando no amargarte, das vuelta la cara con toda tu madurez, abrís un libro y canturreás en tus adentros para no oír más esas blasfemias, esperando que se vayan los idiotas y que él vuelva a ser el de siempre.

25 de enero de 2008

Felipe


Felipe trabaja escribiendo y ya casi termina su carrera en la UBA. Te lleva 20 centímetros y dos años. Toca tres instrumentos, dos convencionales y alguno extraño, como el melotrón. Pasa todas sus horas de vigilia escuchando música. Ama a los Beatles, a Woody Allen y a Bukowski. Tiene barba, entiende el sarcasmo y nunca se toma las cosas en sentido literal. Jamás toma sol ni usa calzado abierto. Ve las nuevas temporadas del canal Retro como si fueran estrenos. Nunca se acostaría con una mujer como Jésica Cirio. No se compra ropa y no gasta tiempo ni dinero en su apariencia, pero se ve como un actor de reparto de Casi Famosos. De vez en cuando lleva a arreglar el Winco. Cada vez que le recomendás un disco, para el día siguiente ya lo escuchó. Nunca se olvida de las cosas que decís. No le molesta caminar ni usar el transporte público, y si no tiene compañía para ir a un recital, va solo. Siempre tiene las uñas cortas, aunque cómo y cuándo se ocupa de ellas es aún un agradable misterio.
Nunca comenta el atractivo de otras mujeres ni habla de su pasado amoroso. Odia el deporte y le aburren los juegos que precisan de un ganador y un perdedor para existir. No toma mate. Se vuelve loco cuando ve un cachorrito. Probó algunas drogas, pero ya se sacó las ganas. Habla inglés y lee uno o dos libros por semana. Tiene el ingenio de Groucho Marx y la sutileza de Oscar Wilde. Tiene un celular que salió 63 pesos y ninguna intención de cambiarlo. Nunca critica a nadie en voz alta. Cuando te acordás de su cara, siempre está sonriendo. Llora de la risa viendo a Bob Esponja. No ve películas de acción y se le rompe el corazón con las de Bill Murray. A veces se olvida de comer. Nunca hace comentarios de esos que no le importan a nadie, y a pesar de ser inusualmente inteligente, parece todavía no haberlo notado. Felipe nunca se quejaría de que un piquete lo hizo llegar tarde al trabajo ni se iría en enero a la costa. Se corta el pelo en una peluquería de viejos y siempre parece que recién se hubiera levantado. Cuando está enamorado escucha a los Beach Boys. Simpatiza con un club chico pero no sabe si la pelota es redonda o cuadrada. En la secundaria se sentaba al fondo de todo, no tenía muchos amigos y no se fue de viaje de egresados. Su cuerpo da fe de que nunca hizo ejercicio.
Cuando creés que ya sabés todo de él, te cuenta que sabe manejar. Si está con sus amigos sigue siendo el mismo, pero parece divertirse más cuando está con vos. Le encanta cantar canciones de Dean Martin cuando cree que nadie lo escucha. Es feminista y no le da vergüenza ponerse una pollera, ni usar una remera rosa, ni comerse un algodón de azúcar. A vos te parece hermoso, pero las otras chicas creen que es horrible. Es tímido para declararse, pero lo suficientemente valiente como para no obligarte a hacerlo vos. Podés decirle la verdad sin que se asuste. Como Austin Powers, no entiende que hace 40 años que terminaron los 60. Siempre se le ven los calzoncillos sobre el pantalón que le queda grande, y a pesar de verse tan desaliñado, siempre huele bien. Hace años que sabe qué nombre le pondría a su hijo. Cuando está de buen humor usa una remera de The Who llena de agujeros. Le divierte hablar con extraños, especialmente si están locos, y para tu cumpleaños jamás te regalaría un electrodoméstico.
Felipe sí existe, solo que Papá Noel se olvidó de traerlo. Este año.

17 de enero de 2008

Llamáme Cuando Llegues


“Ojalá estuviera muerto. Es un deseo terrible. Es un deseo adorable. Si estuviera muerto sería mío. Si estuviera muerto, nunca pensaría en las cosas como son ahora y como han sido en las últimas semanas. Sólo recordaría los buenos tiempos y todo sería hermoso. Ojalá estuviera muerto. Quiero que esté muerto, muerto, muerto”.
Dorothy Parker

Hay una ironía en la cercanía que percibís cuando estás obligada a estar lejos de alguien. Mientras él está corriendo desnudo por un viñedo en Bolivia, y vos yacés vestida, encallada en la arena de la Costa Atlántica, es solo tuyo, no tenés que compartirlo con nadie, sos dueña del pasado sin un presente que lo desmienta. Sos libre de creer que la única razón por la que no están juntos es que no pueden, que una fuerza mayor es la que temporalmente mantiene sus caminos apartados. Cuando él no está todo es posible, todas tus ilusiones están justificadas por el solo hecho de que él no se encuentra ahí para darlas por tierra. Nada te impide fantasear con que en la distancia añoran el momento de estar juntos otra vez y que mientras realizan las modestas tareas de la vida cotidiana, no hacen más que pensar en el otro con dulce melancolía. Y nadie puede despertarte de tu sueño, ni siquiera él. Tus días sin su presencia transcurren entonces con una tranquilidad inusitada, esa de la que disfrutabas cuando aún no te interesaban los hombres, esa que te permite no perder el apetito, ni el sueño, ni transpirar como un chancho en pleno junio. Sabés que está, pero no tenés que lidiar con ello. Tus vacaciones son una alegre y despreocupada canción de Los Shakers.
Por más que lo extrañás continuamente, te reconforta su ausencia. En lo que este ensueño dura no te produce angustia descubrir que no todo es perfecto, y no te produce ansiedad intentar que lo sea. Cosas insignificantes como que no te llame, o que no te conteste en el MSN, o que te salude sin entusiasmo ya no te generan una súbita depresión ni logran crispar tu calma, aquella de la que gozás sabiendo que al menos mientras él no está, lograron tener una relación perfecta.

18 de diciembre de 2007

El Loco


Ya todos se habían dado cuenta de que tarde o temprano algo iba a pasar entre ustedes, de que eran el uno para el otro, pero costó aceptar que era lo que los dos querían. En un principio la culpa te inundó, al punto de negar y ocultar lo que habías descubierto y de escupir negativas una y otra vez a la hora de ser interrogada sobre si te gustaba o no. Entonces lo inevitable se fue postergando, hasta casi quedar cancelado.

Pasaron meses. Pasaron otras personas, pasaron confesiones etílicas, pasaron idas y vueltas, pasó una amistad, pasaron cientos de horas hablando, pasaron montones de doble sentidos, de insinuaciones, de intentos fallidos y de canciones. Hasta que al fin y al cabo, nadie iba a beneficiarse de ese exceso de códigos, y por fin, después de meses, van a consumar ese amor platónico. Estará lloviendo, pero nadie va a hacer llover en tu desfile, ese desfile para el que hace tanto tiempo estás cosiendo lentejuelas.
Antes de que te des cuenta estás entrando en un telo, uno de esos lugares que solo viste en películas como El rey de los exhortos, con Susana y Alberto, donde todo es dorado y siempre suenan Las Primas.
Cuando se abre la puerta de esa escenografía de Hugo Sofovich comprendés que tu concepción de la palabra "bizarro" ha cambiado para siempre. Entonces mirás para arriba y ves el reflejo de Alberto y Susana mirando para abajo con picardía.


Pero un buen día, y sin previo aviso, ellos siempre se vuelven fríos. Un día tienen esa mirada extraña, y vos siempre, siempre, sabés que va a ser la última vez. Hay algo en ese beso, no podés señalarlo, pero lo sabés en ese mismo momento. Probablemente aún antes de que lo sepan ellos. Y cuando a la salida de la amueblada te acompaña a tomar el colectivo sin perder un solo segundo, la ves.

Mientras mirás por la ventanilla como cae la lluvia, te preguntás que hacés ahí tan temprano, y pensás en que tu desfile se aguó tal vez un poco.
A las nueve y media estás de vuelta a tiempo para cenar bife y ensalada con tu mamá, tu papá y tu hermanito. Te sentís sucia y con ganas de usar tu suciedad en algo más que compartir la mesa familiar de un día de semana.

De ese momento en adelante él adopta el comportamiento propio de un mono babuino, ya no es el galán Shakespeareano de otrora, ha descendido al plano terrenal y ahora es un chico cualquiera.
Añorás llena de nostalgia ese momento mágico en el que muestran un entusiasmo enternecedor, cuando parecen capaces de mover cielo y tierra para estar con vos, cuando olvidan su orgullo y se declaran una y otra y otra vez arriesgándose al rechazo, y no descansan hasta obtener lo que quieren. Pero ese es justamente el problema; una vez que lo consiguen, descansan hasta el letargo.
Tus amigas no se aburren de decirte que no deberías tenerle tanta paciencia a esta clase de chicos, que no todos los hombres son babuinos, u obran de formas tan misteriosas, o cambian de opinión tan fácil y con tan poca delicadeza, que te acostumbres al hecho de que no todos son así, de que esto no es la normalidad, o al menos, que no debería serlo.
Pero hasta ahora no tenés argumentos fuertes como para darles la razón.
Nadie dice nada, pero ya es un sobreentendido el hecho de que volvieron a ser mejores amigos con un posible régimen de visitas conyugales, y de que la única manera de darse cuenta si realmente son lo que creías, es irte a la cama con ellos. De otro modo lo disimulan muy bien.


A menudo te olvidás de sus comentarios desubicados, de su frialdad, de su enfermiza timidez, de su completa falta de tacto y sutileza, de la incertidumbre en la que te hace vivir y de su condición de mono babuino, y te tentás a verlo, a mandarle un mensaje de texto con declaraciones libidinosas excusándote en el hecho de haber estado pasada de alcohol en una fiesta salvaje, cuando en realidad te quedaste en tu casa limpiando la papelera de reciclaje. Pensás que verlo aunque sea para tener sexo va a darle un poco de diversión a tu gris rutina del yugo diario, pero con pesar debés reconocer que no va a ser tan divertido si no vas a esperar un beso después, o antes. O una salida, o un llamado. Tu crianza basada en la estúpida creencia de que el amor existe te permite aceptar una relación informal, pero juntarse a tener sexo una vez cada tres semanas y que después te saluden con un beso en la mejilla, no. Es mucho pedir. Antes de que te des cuenta te van a estar dando un apretón de manos y una sidra Rama Caída para Navidad. Es tentadora la invitación, pero necesitás más que una habitación de 58 pesos y un beso en la mejilla para pasarla bien. Un poco más, no mucho, lo mínimo al menos.
Aún guardando la indecible esperanza de que se reforme, de que todavía tiene salvación, desencantada te decidís a mantenerte fuerte en tu indiferencia. Hubieses deseado que él sea menos raro, y que ese amor prohibido que los unía secretamente desde un principio hubiera sido menos ruido y más nueces.

15 de diciembre de 2007

El Efecto Pigmalión

“Lo más hermoso y realmente genial de las mujeres es que saben que no saben. Y lo más errado y peligroso es que sabiendo que el hombre tampoco sabe, le dejan creer lo contrario”.
Enrique Symns


Si es verdad (y es verdad) que las mujeres les copiamos las afinidades a los hombres, con cada uno de ellos vamos absorbiendo más gustos, más intereses y más conocimientos sobre diversos temas (los temas que les interesan a ellos, claro). La razón por la cual nosotras nos amoldamos a sus gustos y ellos no a los nuestros, sea tal vez que a diferencia de ellos, nosotras confiamos ciega, sorda y locamente en su criterio.
A medida que cambiamos de chico, cambiamos de estilo y de afinidades, y a la larga nos vamos quedando con las cosas que una vez que ese chico ya no está, nos siguen interesando. Los conocimientos se van sumando uno a uno, y después de dos o tres chicos ya aprendiste unas cuantas cosas, que por supuesto usarás astutamente para enamorar al cuarto. Y así. Después de ocho o nueve intelectuales no hay razón por la cual no puedas aspirar a un Woody Allen o a un Norman Mailer.

Es así como te leíste todos los saldos de la generación beat que pudiste encontrar en la calle Corrientes, escuchaste y entendiste todos los discos que ellos alguna vez escucharon, o nombraron, o tocaron, o sobre el que posaron sus ojos. Buscaste en el diccionario todas las palabras rebuscadas que usan, y que exceden tu humilde y escueto vocabulario de chica de barrio. Mientras se te caían los mocos de tanto aburrimiento, viste cine western hasta que te empezó a gustar. Todo en un intento de ser digna de ellos, de diferenciarte de la Jésica Cirio cualquiera.
Pero no importa cuánto esfuerzo hagas, o cuántos discos de pasta abulten tu colección, siempre va a haber una razón por la cual no es suficiente. Cuando creés estar bien lejos de Jésica Cirio, el muy ingrato se atreve a juzgarte porque hay algo que no sabés, porque a pesar de que hay tantas otras cosas que sí sabés, no tenés idea de lo que es una anacruza. Parece entre indignado y decepcionado de que no sepas eso, de que no sepas todo, y se encarga de hacértelo notar usando sutiles y diplomáticas frases como “¡No puede ser que no sepas eso!”, “No puedo creerlo, ¿en serio me estás hablando?”, “Entre esto y que nunca escuchaste a Miles Davis…”, y la doblemente insultante “¿A tu edad no sabés eso?”.

De repente todo eso que admirabas se convierte en algo insoportable. Su inteligencia se convierte en soberbia, y su intelectualidad en esnobismo. No sabés si esas demostraciones las hace para impresionarte o para probarse a él mismo cuán capaz es. Probablemente sea la segunda opción. Y ahí entendés que la razón por la cual sigue juntándose con vos no es porque le interese lo que digas, o porque aprenda del intercambio, lo único que busca es poder desplegar sus conocimientos frente a alguien que pueda admirarlos y valorizarlos, frente a quien pueda sentirse el intelectual que quiere ser. Encontró el espejo que le devuelve la imagen que quiere ver, y cual Narciso embelesado no puede despegarse de esa imagen de él, no puede despegarse de vos.
Hasta que un día muerde la mano de quien le alimenta (el ego) cometiendo el pecado de dejar ver su sentimiento de superioridad, y con opiniones que probablemente plagió de manera textual de algún resumen de apuntes para estudiantes universitarios, quiere mostrarte de manera descarada cuanto más leído que vos es. Pero andá a lavarte el culo. Andá a hacerte el Susan Sontag a otro lado. Pocas chicas (incluidas su mamá y sus novias) deben haber tenido tantas palabras de admiración para con él, pocas deben haber hablado tantas veces en su favor, o haber estado dispuestas a defenderlo sin miramientos.
¿Acaso todas las chicas que se agarró (o que quiso agarrarse) sabían lo que era una anacruza? ¿Habían escuchado los mismo discos que él, y leído los mismos libros, y aprendido a amar los westerns? ¿Acaso a alguna de ellas le exigió algo de eso? La inteligencia y el talento son encantadores cuando uno no es consciente de ellos, y en el terrible caso de estar al tanto, lo más sensato es guardar el secreto. No vas a soportar la soberbia de alguien que dice que solo discute estos temas con gente que sepa lo que es una anacruza. Semejante esfuerzo y estás en la misma categoría de ignorante que la pobre Jésica Cirio. Con la única diferencia de que con vos está desilusionado por no saber lo que es esa bendita anacruza, y con ella está caliente, y poco le importa lo de la anacruza. Un punto para Jésica Cirio.

25 de octubre de 2007

La Fe


Después de haber logrado el autocontrol suficiente como para decidir no hablarle más, de negarte a saber nada de él, de plantarte frente a toda esa estructura y desafiarla ofreciendo tu indiferencia, la abstinencia te alcanzó.
Teniendo en cuenta que todos los sujetos con los que intentás inútilmente olvidarlo son cada vez menos considerables, su figura, en comparación, no deja de representar el arquetipo de la semi perfección. La prueba de que hay bien en el mundo. El argumento más fuerte a favor del idealismo y la esperanza. La razón por la cual todavía no desististe de los hombres.
Lamentablemente semejante admiración es unilateral, por lo cual se ha hecho de suma inutilidad el seguir fomentándola. Así, en el afán de no pensar más en él, lográs enamorarte de cualquier idiota en míseras milésimas de segundos. Y por un momento creés que estás frente a algo trascendental, y hasta llegás al punto de condecorar al idiota con no pocas horas de abatimiento y melancolía. Y cuando te das cuenta de que estás escuchando a Elton John por alguien a quien calificás de idita, decidís que es momento de poner las cosas en contexto.
Entonces cada vez que un chico te produce una desilusión o significa un problema, cuando descreés de todo, cuando te volvés una completa escéptica, el instinto es volver a casa, comprar la bolsa de chizitos más grande que puedas conseguir, y desbloquear a Mr Grey. Y todas las peripecias que estabas viviendo de repente adquieren otra perspectiva. Todos esos chicos que oficiaban de distracción se convierten en hormigas vistas desde tan lejos. Porque nadie es capaz de perpetrar la clase de dolor de la que él sería capaz. Afortunadamente, porque de esa manera nadie real va a poder romper tu corazón completamente, dado que siempre va a estar esperando a ser roto por alguien más.
Has elaborado una sofisticada estrategia: agarrarte a otros chicos para olvidarlo a él, pensar en él para no preocuparte por los demás chicos. Un clavo saca a otro clavo, y la pinza los saca a todos. A eso llamo yo un buen plan.
Y ya no importa si esa imagen idílica que se yergue sobre cada hombre que conocés es real o no. No importa si Jesucristo es real o no, lo que importa es que mantiene viva la fe. Y preferís aferrarte a un personaje bíblico antes que convertirte en una atea. Siempre que haya un señor gris en el mundo, la religión del amor contará con tu adhesión.
Mr Grey consiguió transformarse en tu remedio contra la desolación, contra el despecho, contra el descreimiento, contra la ansiedad y contra la vergüenza. Ahora solo te falta encontrar un remedio contra Mr Grey.

Una Teoría


Si uno pone atención en una conversación mixta común y corriente, sobre música, cine, literatura, historia o política, no tardará en notar que los comentarios mas entendidos, más analíticos y más eruditos, provienen de los participantes de género masculino. Las mujeres pueden saber muchas cosas, pueden de hecho tener visiones muy interesantes, pueden contar con una amplia cultura general, pero quienes retienen más cantidad de datos, y quienes siempre llevarán la delantera a la hora de discutir este tipo de temática, serán los hombres.
No hace falta más que hacer la simple prueba, o hacer una estadística casera entre las personas que conocemos: Aquellos de nuestros amigos que han leído cientos de libros, que recuerdan pasajes como si los hubiesen leído ayer, que escucharon más bandas musicales de las que su edad les permite, que pueden analizar una canción como si fueran George Martin aún nunca habiendo estudiado música, que siempre saben quien es Nikita Khrushchev, y que tocan 4 instrumentos, ¿cuántos de ellos son mujeres?, ¿hay acaso alguna?, ¿por qué de toda la gente que conocemos, los más eruditos siempre son hombres?. Las teorías más facilistas dirían que las mujeres son más tontas, que no les interesan esas cosas, que prefieren dedicar su tiempo a banalidades que se relacionen con su estética, o que prefieren retos intelectuales de menor índole. Y la primera reacción sería envidiar a los hombres, querer ser como ellos, tan cultos, tan ilustrados, subestimar las capacidades femeninas para convertirlos en dioses intelectuales.
Aún no contenta, ni identificada con esta respuesta, decido embarcarme en la búsqueda de una solución más científica y psicológica a esta evidente diferencia cultural.
Para poder comenzar a explicar esto, deberíamos remontarnos a la época de los homínidos, y comprender la condición de animal y todos los comportamientos instintivos que el humano sigue llevando a cuestas. Se entiende que si la idea era reproducirse a la máxima escala posible (venciendo así la selección natural), necesitábamos de muchas hembras, no tantos machos sin embargo, porque, como se da en cualquier establecimiento ganadero donde los criadores tienen muchas vacas y un solo semental para inseminarlas a todas, un solo hombre podría fecundar a muchas hembras, y esa es su tarea. Claro que para cumplir dichas funciones, especialmente diseñadas para mantener viva y creciente a la raza humana, es menester una construcción específica para cada una de las partes involucradas. La hembras entonces, deben estar constituidas de forma que se contenten con un solo macho (dado que no necesitan más que eso, y además, debe considerarse que serán ellas quienes durante los 9 meses de gestación, y los inmediatos años subsecuentes, deben poner plena atención a sus crías, o de otro modo éstas perecerían y la humanidad se vería rápidamente en peligro de extinción). Si las hembras acaso pusieran el énfasis en buscar más machos, o pasatiempos, estarían descuidando a sus crías. La promiscuidad femenina entonces, no tiene lugar en la teoría de la evolución.
Los machos, por otro lado, en el orden de cumplir su función, deben estar preparados para poder preñar a varias hembras a la vez, pues ellos no deben esperar 9 meses para poder volver a engendrar otro descendiente, y en lo que respecta a la naturaleza, posibilidad es igual a obligación, pues nada está librado al azar. De modo que sería muy contraproducente para la supervivencia del género humano que los hombres generaran lazos afectivos lo suficientemente fuertes con una hembra como para decidir no reproducirse con otras. Por lo tanto, el hombre debe estar diseñado para el desapego. Bien, ahora que entendemos que nuestro comportamiento responde a una condición genética y hormonal de la que por más evolucionados como sociedad que estemos, no podemos escapar, podemos continuar. Este instinto de reproducción tan inherente a cualquier ser vivo, será entonces, algunas veces a nuestro pesar, quien rija muchas de nuestras acciones, decisiones, y sistema de valores. Y es este último tal vez, el que más se relacione con las preguntas formuladas en un principio. Parece haber evidencia suficiente como para atrevernos a afirmar que la prioridad de la mujer, de forma casi exclusiva, es el hombre. Éste es el elemento más importante dentro del plano de su existencia, y cuando decimos hombre, nos referimos a todo lo que él conlleva; vínculo afectivo, compromiso emocional, amor, sexo, reproducción. La prioridad del hombre por otro lado, parece no centrarse tanto en la mujer, si no que se va más dividida, y por ende, debilitada. No es que la mujer no sea el elemento principal de su existencia, pero decididamente no es el único, y su relación con el sexo opuesto es notoriamente menos comprometida y más descontracturada que la femenina.
Traigamos esta teoría a la vida cotidiana. Mientras los hombres pueden dedicarse con todo su entusiasmo a leer un interesante libro, o a aprender a tocar un instrumento, la mujer tendrá también la posibilidad de elegir a qué dedicar tan preciadas horas. Y es acá cuando el sistema de valores femenino emerge, la mujer dedica la mayor cantidad de su tiempo a pensar en hombres, hablar de hombres y relacionarse con hombres. No es que no sean capaces de leer o de tocar un instrumento, es simplemente que su atención a temas que no se relacionen directamente con el género masculino, es más esquiva. A una mujer le cuesta mucho más concentrarse al momento de estudiar, o de ver una película, pues ella siempre está pensando en algo más. Mientras el hombre es capáz de poner la mente en blanco y enfocar su atención en la tarea que está llevando a cabo, la mujer siempre encuentra la distracción más fácil, por lo cual, sus logros intelectuales o de destreza son doblemente meritorios, pues ella ha hecho el doble de esfuerzo. Pongamos un ejemplo: Una mujer va sentada en el colectivo, enfrenta un viaje de más de una hora frente a una ventanilla empañada, ¿Qué hace entonces?, piensa en un hombre. ¿Qué haría un hombre?, se aburriría y sacaría un libro, o cualquier cosa para entretenerse. La mujer también podría leer, pero es más divertido pensar en un hombre.A todo esto entonces, ¿Por qué ellos tienen más hambre de culturización?, ¿por qué esa necesidad de poner entre sus prioridades la participación artística y cultural?, y tal vez acá volvamos al principio. El hombre busca de manera desesperada el sentido de la vida, la explicación de la existencia, la explica desde la ciencia, desde la historia, la justifica desde el arte. No es casual, si nos guiamos por esta línea de pensamiento, que quienes más experimentan con las drogas filosóficas que ayudan a expandir la conciencia y alcanzar nuevos niveles de percepción que lleven a comprender la propia existencia y a aceptar la propia transitoriedad, sean los hombres. Mientras tanto, la relación de la mujer con la cultura es más hedonista, no busca en ella una respuesta, la mujer entendió desde un principio cual es el verdadero significado de la vida, este para ella es el amor. En ese caso, los hombres que entiendan esto serán los que realmente alcancen nuevos niveles de percepción que lleven a comprender la propia existencia y a aceptar la propia transitoriedad.
Hemos llegado a la conclusión entonces, de que lo que sea que hagamos, ya sea comprar el Stick in Bulb, aquel que venden por la tele y que dan dos por el precio de uno, o coser las papas de las medias, todo lo hacemos por los hombres, pero acaso la razón que los lleva a ellos a comprar el Stick in Bulb... ¿será mas noble?

31 de julio de 2007

El Que Se Acuesta Con Niños (Inicio de la segunda temporada)


Pensar que hasta no hace tantos años los chicos de 5to año te parecían tan grandes, tan hombres, tan viejos y peludos, tan lejos del alcance de una chica inmadura y sin desarrollar. Y ahora te das cuenta de que los chicos en los que te fijás cada vez tienen más canas. Sin darte cuenta pertenecés a otra generación. Te sorprendés al descubrir que en tu entorno de eterna adolescencia sos cada vez más grande, y el resto cada vez más chicos. Hasta que ya no sabés dónde están los chicos con canas, y te encontrás rechazando a un menor de edad que cree que quiere estar con vos.
El nene, de todos modos, no se resigna a que no lo quieras, ni parece siquiera notar que le llevás cinco años, y sigue convencido de que sos el hallazgo dentro de su barrio cerrado de púberes que hablan y viven a coro. Es como esos perros chiquitos que no son conscientes de su tamaño y le ladran a los perros grandes, y eso es tan tierno. Estás tan acostumbrada a que chicos más grandes que vos confiesen tenerte miedo, que no podés más que admirar a alguien tan chico y tan atrevido. Pero no dejás de pensar que mientras vos ya estabas aprendiendo a escribir y jugabas a la mamá con Eduardito Fraiman, él todavía hacía meconio.

Y en pos de ganarte, no para de hacer méritos. Te sigue a todos lados, te abraza, te toca, te da inocentes besos en la cabeza, y cuando vos no estás le dice a todos qué linda que sos y cuánto le gustás, argumentos que, dichos en tu cara, carecerían de valor alguno, pero que cuando te son ocultos, ¡son tan reales!
Podés ser muy cínica y muy mayor de edad, pero después de semanas de insistencia, después de tanto decirte que te quiere y de tanto franeleo, se volvieron una olla de presión. No aguantás ni un día más, y aunque te cueste reconocértelo hasta a vos misma, lo extrañás durante su hora del almuerzo. Te saluda con un beso en el cuello, y le escuchás esa respiración fuerte, y apoyás la cabeza en el teclado porque no podés creer que ahora tengas que seguir trabajando.

Pero fue el exceso de The Cure en tu MP3 quien le valió el golpe de suerte, fue Robert Smith quien te hizo recapacitar y pensar que después de todo, los chicos más grandes que vos tampoco te trajeron tantas satisfacciones, y podrías darle una oportunidad, para que después tus amigas no te reprochen el tener el “no” fácil, y porque un clavo saca otro clavo, y así al menos un rato no pensás en ese que sí es mayor, pero que no habla bien de vos cuando no estás, ni te da besos en el cuello, ni te respira fuerte. Y tanto te molesta cuando alguien te gusta y no te da nada, ni un abrazo, ni un beso, ni una miserable palmada en la espalda, que al menos vas a librarte de la culpa de infligir esa clase de dolor, no querés ser así, querés hacer el bien. Y por más que por razones de orgullo nunca aceptes contradecirte, por primera vez en la historia decís que sí después de decir que no.

Si él fuera más grande te sentirías la nena que siempre sos, e intimidada esperarías sumisa a que él te bese, a que él te arrastre. Pero ahora te sentís como la Coca Sarli para los chicos de los años sesenta, como un regalo de cumpleaños, como una mamá mono a la que no se le viene con bananas de plástico.
Con Robert Smith y su buena mala influencia en la cabeza, le hacés honor a tu edad y a tu fama de mujer fálica, te llevás al cachorrito y te lo agarrás en un piso abandonado. Para cuando terminás con él no sabe qué hora es, ni en dónde está y tiró al piso todas sus cosas. Qué lindo es hacer feliz a la gente. Ahora va a poder ir y contárselo a todos sus amiguitos. Has hecho tu buena obra del día.


Te vas escuchando a The Cure pensando que esa iba a ser su única vez, y que no podría haber sido mejor, lo que hiciste fue una obra de arte, y ya estaba terminada. Por mas desprejuiciada que la edad, el aburrimiento, y el afán de distraer tu mente de lo que realmente la ocupa te hayan vuelto, nada cambia el hecho de que no sepa quién es el Señor Televisor, de que nunca haya tocado un Austral, de que todavía duerma en las sábanas de los Picapiedras, de que le lleves cinco años.
Pero antes de que tu disco termine, ya te está diciendo que quiere volver a verte. Y vos no sabés dónde meterte, ¿qué hacés ahora? ¿Te ponés de novia con él? ¿Vas a sacarlo a la calle, donde todos puedan verlo?, ¿donde lo vean con vos? ¿Se lo vas a presentar a tus amigos? ¿Vas a ir al cine con él, vos a ver Los puentes de Madison y él a ver Caty la Oruga? Y él ni debe saber qué es Caty la Oruga, ¿van a ir a Coyote los sábados a la noche y tomar Fernet? ¿Van a ir a fiestas de egresados? ¿Vas a tener que reírte de los chistes de sus amigos?, ¿de los suyos? ¿Van a tener que ir a cenar juntos?, ¿él tratando de no tirarse comida encima y vos enseñándole cómo se llama a un mozo? No vas a poder usar más tu tapado de mujer grande, ni las botas. Y esa sensación rara a la que llamás vergüenza te inunda. Si el mundo fuera el piso abandonado de una oficina frente al río podrían ser felices, pero desafortunadamente no lo es.
Todas esas eran buenas razones, muy buenas, y realmente estabas decidida, pero está nevando, y te dan un beso, y no podría ser más lindo. Esto no le hace daño a nadie, y el lado bueno de que sea menor es que se esfuerza por impresionarte, creyendo que vos, solo porque acumulaste más sellos electorales en la parte de atrás de tu documento, viste más cosas. JA. Mientras todavía sea divertido pensás disfrutar de tener alguien que te abrace y te bese todos los días, bajo la nieve.
Y reincidís. En la escalera de emergencia, en el piso abandonado, en el baño de nenas. Reincidís todos los días, y lo mejor es que no sos vos la que está enganchada, no te importa si sigue, o si se termina, lo único que hacés es disfrutarlo, sobre todo si sabés que hay alguien que lo disfruta más que vos. Y en un parpadeo te convertiste al cristianismo.

¿Pero cómo te agradece tu recientemente adquirida religiosidad entonces? Tratando de levantarse a dos rubias texanas frente a tus redondos ojos, impunemente, para luego invitarlas a seguir la fiesta más tarde en su casa. ¿Qué?, What? ¿Che? ¿Qu'est-ce?, Was?, Wat?, Hva?!
Esto es más de lo que tu neo liberalidad puede soportar. Te importa un pito que vaya a Coyote y se lleve a todas las que pueda embolsar, pero lo mínimo que le pedís es la inteligencia de no hacerlo adelante tuyo.
No querés haberte convertido en el monstruo que siempre temiste, en la novia que nunca fuiste, pero tu ego no puede soportar el golpe de verse insultado ante tal falta de disimulo. Y esa sensación rara a la que llamás vergüenza vuelve a apoderarse de vos mientras todos te ven en la humillante situación de presenciar como el pendejo se hace el galancito picaflor en tu cara. Podés olvidarte de que lo pescaste hurgándose la nariz, podés olvidarte de la repugnante campera de oveja que usa, podés olvidarte de muchas cosas, pero no de esto, ni del hecho de que desde que llegaste no podías más que querer irte.

Entonces desatás al dragón, y ya no te preocupás por guardar las apariencias, ni por mantener la clandestinidad a la que venían adscribiendo, y te vas con él delante de todos.
Entre los cartoneros y un camión de basura, le hacés un planteo coherente, que a los ojos de un pendejo se interpreta como "Esta pirada me quiere cortar mis alas de macho cabrío”, aunque alas y macho cabrío no tengan mucho que ver. Entonces se enoja, se ofende, no entiende que esta escena no la hacés porque lo querés demasiado a él, ¡la hacés porque te querés demasiado a vos! Pero su mente imberbe nunca lo comprendería. Te acusa de no haber entendido que esto era algo informal, de que te portás como una pendeja haciendo una escena de celos, de estar demasiado apegada a él. ¡Oh, por Dios! Estás adentro del peor de los capítulos de La Dimensión Desconocida, ¡sos el personaje incrédulo de una película de David Lynch! Hasta hace unas horas el pibe estaba loco por vos, y ahora sos vos la que da la imagen de novia enamorada y celosa que busca explicaciones.
Ofendido te da un beso en la mejilla y se va, haciéndote pensar por una décima de segundo que tenía razón, que te volviste loca, que sos un monstruo, y que no tenías por qué pedirle explicaciones de nada, es más, tendrías que haberle hecho gancho con la texana más alta, sí, sí, eso es lo que hace una buena chica.

Pero te vuelve a buscar, y cual Arnaldo André y Marilina Ross, te besa ahí, entre los cartoneros, y los camiones de basura, y los unicornios, y las ardillas copulando, y la música de saxo, y Kenny G, y el arco iris, y el leprechaun sosteniendo una olla llena de monedas de oro que conceden deseos, y las gaviotas cantando, y la tormenta de nieve, y los picos nevados de San Fernando de fondo, y la pista de aterrizaje, y él te da una bofetada, y vuelven a besarse, y te rasga la ropa, y unos niños albinos sostienen la cola de tu vestido, y la gente en la plaza pública victorea, y sueltan cientos de palomas blancas, y ahí frente a todos él te hace mujer. No, mentira, no fue así. En realidad sólo te dio un beso con gusto a Fernet y sin ninguna disculpa, pero es así como preferís recordarlo.
Te volvés entre los saxos de Kenny G haciendo como que no ves al leprechaun que se ríe de vos, pensando en que hoy no tendrías que haber salido de casa, algo dentro tuyo te dijo que no era un buen día, algo te dijo que tenías que quedarte, acostarte temprano e irte a dormir pensando en lo placentera que era tu vida.
De acá en más lo único que querés, lo único que esperás, es una disculpa. Con un mísero pedido de perdón, que te exima de la categoría de “lunática” y que lo inscriba a él en la de “desubicado” es suficiente para fingir que no pasó nada. Solo una disculpa que valide tu reacción. Pero en vez de esto, en vez de bajar la cabeza y quedarse callado, no solo se creyó su propia mentira, si no que intenta convencer al resto de los mortales de que es cierta. Ahora sos la chica grande que se enamoró del pendejo, que le daba demasiados abrazos, que le regalaba caramelos por ninguna otra razón que porque lo ama, y que lo agobiaba con cariño y mensajes de “Te extraño” media hora después de verlo. Y vos sos la única que sabe que la verdad es inversamente proporcional a como la cuenta él, no solo no hiciste ninguna de esas cosas, ¡si no que las hizo él! Tantos años tratando de entender a los hombres para imitar su comportamiento, tanto esfuerzo puesto en no comportarte como una minita y armarte de una respetable reputación, y ahora un niño quiere convertirte en la más ñoña de las nenas.

En realidad estaba en el lugar justo, en el momento indicado, en realidad estabas escuchando demasiado a Robert Smith, en realidad tuvo un muy buen día, y lo arruinó. En realidad te levantaste con el pie derecho y el viento estaba a su favor.
Y lo que más te indigna es estar tan indignada, porque eso no es digno. Entonces hacés lo imposible para ser vos la que le corte a él, la que le llame el remís a él antes de que él te lo pueda llamar a vos. Dejás de hablarle y dejás de saludarlo, para quitarle la posibilidad de dejarte antes de que la tenga. Naturalmente en su cabeza la historia va a ser que dejó de hablarte y de saludarte, quitándote la posibilidad de rogar por su vuelta. Los niños nunca entienden de razones, y mientras él no se de cuenta de que fuiste vos quien dejaste, es lo mismo que nada.

Ahora los placeres terrenales volvieron a reducirse a la Coca-Cola y el Mantecol. Se terminó esa pasión de mentira, esa pasión de adolescente con un pié acá y otro en Bariloche.