Regreso a Nunca Jamás Transada ( Soundtrack Penguin Cafe Orchestra - Perpetuum mobile )
Y ahí estabas de vuelta en la playa de Barcelona, los últimos días del invierno, mirando el agua desde lejos mientras caía la tarde, con Melina y tu hermano, tomando un jugo de cartón de 59 centavos de Euro. Eras chica de nuevo, eran chicos de nuevo. No querías irte al aeropuerto, no querías que caiga la tarde, no querías que se termine, no querías tener que crecer. Fue probablemente uno de los momentos más lindos y más tristes que hayas vivido.
Pero había una condición para dejarte volver, y era saber que este era recién el comienzo de tu romance con el viejo mundo, que no era la última vez que ibas a estar en las playas de Barcelona o tomando Cherry Coke en Picadilly Circus con tu hermano, o robando brillo de labios en H&M con Melina, y que si te volvías no volvías igual que como te fuiste, te volvías con una valija de más repleta de ropa, y una mochila de menos, repleta de peso muerto. Te volvías sabiendo que estabas empezando de nuevo, y que después de haber visto kilómetros de luces intermitentes titilando sobre la torre Eiffel, después de haber volado sobre los Pirineos, después de haberte comido una papa al horno sentada en los jardines de Versalles, ya no ibas a conformarte con alguien que te deja plantada, que nunca se quedó a dormir con vos, y que seguramente nunca hubiera entendido el terrible gesto que significaba para vos esa postal vacía.
Llegás otra vez al aeropuerto de El Prat después de más de un mes, que se siente como un año. Y te toca volver a despedirte de tu hermano, y tener que ser vos la que le da la espalda y se aleja con sus valijas, con los ojos empañados y un nudo en la garganta. Evidentemente estabas despertándote, porque hacía mucho que no eras capaz de sentir tanto, dolor, pero tanto.
Mientras el avión carreteaba sobre la pista, y echabas una última mirada por la ventanilla, decidiste que ibas a dejar las pendejadas atrás y te ibas a reconciliar con Martín, volver a tocar juntos y tomar el té en Barracas. Ibas a terminar tu carrera e ibas a conocer a alguien que nunca, nunca, jamás, fuera capaz de dejarte plantada. También ibas a volver a sacar fotos. Las fotos… Sacaste cientos en el viaje, y mientras las vas pasando en el silencio a media luz de la cabina te das cuenta de que en las únicas en las que saliste, estás sonriendo. Y vos nunca sonreís. Abrazada a la cámara, te dormís en un sueño profundo de Clonazepam y lágrimas.
Cuando volvés a abrir los ojos, ya es de día y el avión está sobrevolando Brasil. Esperás que nadie mire y te guardás la frazada que te dio la azafata para taparte. “Estoy de vuelta, estoy de vuelta, estoy de vuelta”. No podías parar de repetirlo, porque no podías empezar a creerlo.
Fin.