26 de marzo de 2010

Jamás Transada en el viejo mundo, Parte V

Regreso a Nunca Jamás Transada  ( Soundtrack Penguin Cafe Orchestra - Perpetuum mobile )

                                      


Y ahí estabas de vuelta en la playa de Barcelona, los últimos días del invierno, mirando el agua desde lejos mientras caía la tarde, con Melina y tu hermano, tomando un jugo de cartón de 59 centavos de Euro. Eras chica de nuevo, eran chicos de nuevo. No querías irte al aeropuerto, no querías que caiga la tarde, no querías que se termine, no querías tener que crecer. Fue probablemente uno de los momentos más lindos y más tristes que hayas vivido.
Pero había una condición para dejarte volver, y era saber que este era recién el comienzo de tu romance con el viejo mundo, que no era la última vez que ibas a estar en las playas de Barcelona o tomando Cherry Coke en Picadilly Circus con tu hermano, o robando brillo de labios en H&M con Melina, y que si te volvías no volvías igual que como te fuiste, te volvías con una valija de más repleta de ropa, y una mochila de menos, repleta de peso muerto. Te volvías sabiendo que estabas empezando de nuevo, y que después de haber visto kilómetros de luces intermitentes titilando sobre la torre Eiffel, después de haber volado sobre los Pirineos, después de haberte comido una papa al horno sentada en los jardines de Versalles, ya no ibas a conformarte con alguien que te deja plantada, que nunca se quedó a dormir con vos, y que seguramente nunca hubiera entendido el terrible gesto que significaba para vos esa postal vacía.

Llegás otra vez al aeropuerto de El Prat después de más de un mes, que se siente como un año. Y te toca volver a despedirte de tu hermano, y tener que ser vos la que le da la espalda y se aleja con sus valijas, con los ojos empañados y un nudo en la garganta. Evidentemente estabas despertándote, porque hacía mucho que no eras capaz de sentir tanto, dolor, pero tanto.
Mientras el avión carreteaba sobre la pista, y echabas una última mirada por la ventanilla, decidiste que ibas a dejar las pendejadas atrás y te ibas a reconciliar con Martín, volver a tocar juntos y tomar el té en Barracas. Ibas a terminar tu carrera e ibas a conocer a alguien que nunca, nunca, jamás, fuera capaz de dejarte plantada. También ibas a volver a sacar fotos. Las fotos… Sacaste cientos en el viaje, y mientras las vas pasando en el silencio a media luz de la cabina te das cuenta de que en las únicas en las que saliste, estás sonriendo. Y vos nunca sonreís. Abrazada a la cámara, te dormís en un sueño profundo de Clonazepam y lágrimas.

Cuando volvés a abrir los ojos, ya es de día y el avión está sobrevolando Brasil. Esperás que nadie mire y te guardás la frazada que te dio la azafata para taparte. “Estoy de vuelta, estoy de vuelta, estoy de vuelta”. No podías parar de repetirlo, porque no podías empezar a creerlo.


Fin.

25 de marzo de 2010

Jamás Transada en el viejo mundo, Parte IV


Londres  ( Soundtrack Chris Brown - Forever )




Cuando desde el ferry que cruza el canal viste sus acantilados blancos por primera vez, fue otro de esos momentos en los que se te cierra la garganta y te brillan los ojos, fue ver por primera vez en persona a un novio que conociste a través de MTV a los 13 años.
Londres sí es todo lo que esperabas. Porque ya lo viste, lo viste en los sketches de Mr Bean,  en las canciones de Bowie, en los libros de Nick Hornby, y sí, en las comedias románticas de Hugh Grant. Te estuviste preparando para Londres toda tu vida. Acá te sentís como pez en el agua del Támesis.

Londres huele a comida, a todas, a cada paso. Hamburguesa, guiso, papas fritas, falafel, el olor a todas las cocinas del mundo cocinando a la vez, eso es Londres.
Los vestidos, las disquerías, las mujeres que parecen modelos, los hombres parecidos a Ewan McGregor, acá tampoco pensás mandar esa postal. Entrás al Bar Italia y te imaginás a Jarvis Cocker ahí, tratando de salir antes de que le digan que ya murió. Te la pasás recorriendo la cuidad hasta la madrugada, aprendiste a usar el Underground con esos miles de ramales y combinaciones que tiene, y ya casi que te sale la pronunciación inglesa. Ni siquiera te importa descubrir de primera mano que el sillón en que dormís solía ser la letrina del perro de la casa.  Y no sabés si es falsa hospitalidad, o si los ingleses realmente son así de simpáticos, pero te ponés a hablar con todo el que te da la oportunidad, el señor que vendía souvenirs y te preguntó si te volvías a Argentina en tren, el colombiano del supermercado que al segundo día ya los saludaba, el gordo chiflado que te quiso levantar en una disquería y que te dejó hablando sola después de decirte que estabas loca, y la china que en una parada de colectivo te contó que podía hacerse invisible a voluntad, y que fue así como evitó varios asaltos. Todos están dispuestos a darte la anecdota del día.
En Londres tampoco transás, pero no porque no quisieras, ahí viste algunos de los hombres más lindos que recordás. Seguirías siendo una patética, pero eras una patética con pulsión de vida.

Estás sentada sola, en un banco verde inglés del Green Park, en tu último día en Londres.  Uno puede pensar que es un estereotipo de la ciudad, que en realidad el punk, y también el rock, están muertos hace rato, y que Londres ya no es ese lugar rebelde lleno de crestas y alfileres de gancho, pero una vez más vuelve a sorprenderte cuando escuchás a dos jardineros de cincuenta años hablando de los Sex Pistols mientras podan las rosas. Sí, Londres también todavía está viva. Y pensás que ahora que viste todo esto no podés quedarte con lo que tenías, no puede volverse de acá, nada puede ser lo mismo ahora. Te sacaste una mochila enorme, un exceso de equipaje que no ameritaba pagar extra. Viste cosas hermosas que de solo recordarlas te hacen querer llorar, y es ese el mundo en el que querés vivir. Sentís que tu energía es otra, que vos sos otra, que todo lo que ves, y lo que hacés te hace realmente feliz, que desapareció ese halo de podredumbre que hacía meses lo cubría todo. Te despertaste de un coma, y te diste cuenta de cuánto extrañabas todas las cosas que habías dejado atrás en el último año, las que habían sido daño colateral; tu hermano, tu banda, tu carrera, tomar el té en Barracas, ir a comer a Los Sabios, escuchar Camera Obscura, y Martín, tu mejor amigo, a quien no veías desde poco después del desastre. Todo eso, que era tuyo, que hacía que reconocieras tu vida, lo querías de vuelta.


Continúa...

24 de marzo de 2010

Jamás Transada en el viejo mundo, Parte III




París sin embargo, no era todo lo que esperabas. Huele a pis, está llena de negocios de Donner Kebab, y después de las once de la noche no existe. Y te habían advertido al respecto, París es un cliché del romanticismo y si uno está solo puede ser bastante deprimente, pero tu analista te convenció de que no tiene por qué ser así, que podés ser feliz y pasarla bien sola, o con amigos, o en familia. Mentira. Es así. Todos transan, todo parece construido para estar enamorado, todo es romántico, todos son lindos, y vos sos El Grinch del amor. Para una persona deprimida y amargada, París puede ser el tiro de (des)gracia. Especialmente si vas con tu hermano menor, y si los del hotel los pusieron en una cama matrimonial porque creyeron que eran pareja.
El brillo cegador de Europa no dura más de dos semanas. Cuando estás más desprevenida te acordás de él, y entonces todo lo que dejaste atrás vuelve para darte de lleno en la cabeza. Decidís hacerte un favor y no subirte a la torre Eiffel esta vez, porque no es la ocasión, no querés ver la ciudad iluminada desde las alturas de esa torre que también huele a pis estando sola. Lo dejás para la próxima. Ya habrá una próxima.

Para olvidar el hecho de que aparentemente ahora tu hermano y vos son novios, aceptan la invitación de un alemán del hotel para ir a tomar algo. Y con tres vasos de la cerveza más barata en mano empezaron a hablar de las Spice Girls. Resulta que como vos, Felix supo ser un adolescente alemán aficionado al teen pop. Los conocía a todos, nunca creíste que ibas a toparte con un hombre no gay con el que pudieras hablar tanto acerca de Posh Spice y del primer disco de Westlife. Felix no era gay, cada vez que decías algo gracioso y sin haberle dado demasiada confianza, te ponía la mano en la rodilla. No era feo, no era lindo tampoco, pero una mano en la rodilla era mucho más de lo que tenías hace una semana, y estabas disfrutando hablar de música vergonzosa con él. Increíblemente siendo alemán no lo conocía, así que esa noche le pediste al DJ que pasara el hit de David Hasslehoff. Lamentablemente ese tipo de recuerdo uno no lo elige, te gustaría decir Serge Gainsbourg, o Françoise Hardy
, pero para vos París siempre va a sonar a David Hasslehoff.

En este viaje estabas decidida a enamorarte, de quien sea, aunque sea en tu cabeza, eso ya sería un gran avance. Si París no lograba reanimarte ya estabas en manos de Dios. Y llegó. En tu última noche en La Ville-Lumière conociste a Vicente, no, VICENTE, un chileno de barba y fanático de Pink Floyd que estaba haciendo un doctorado de filosofía en la Sorbonne. Parecía escrito por vos. Pero semejante cerebro nunca te daría bola, y aparte te quedaban ocho horas ahí, y aparte estabas con tu hermano. Nunca ibas a salir con Vicente, pero, ¿qué importa? Seguiste tomando su cerveza y viviendo ese gran romance unilateral que duró tres horas, pero que te demostró que aún existen hombres salidos de una carta a Papá Noel, y que vos ya no eras el hombre de hojalata.  Esa noche vos y tu hermano volvieron al hotel en bici, borrachos, pedaleando por medio París como si se acabara el mundo y riendo como maníacos. Cuando llegaste podrías haber vomitado hasta las manzanas acarameladas que comiste de chica en el parque Chacabuco, pero no importaba nada, estabas viva.
“París, andá a lavarte el orto” pensabas sin parar, aunque tenés que reconocer que a pesar de tu odio y resentimiento frente a su insistente romanticismo, París es linda, pero es demasiado snob, aún para vos. Sin despedirte propiamente huís a un lugar más dispuesto a recibirte a vos y a tu ira punk.

Continúa...

23 de marzo de 2010

Jamás Transada en el viejo mundo, Parte II

Barcelona (Soundtrack My Bloody Valentine - Swallow )



Era todavía de madrugada cuando la viste por primera vez. Apenas cruzaste la puerta del avión y sentiste el aire helado en la cara se te hizo un nudo en la garganta, se te pusieron los ojos brillantes y te explotó el corazón. Fue amor eterno a primera vista.
“Estoy en Europa, estoy en Europa, estoy en Europa”. No podías parar de repetirlo porque no podías empezar a creerlo. Mirabas para todos lados con la boca abierta de par en par; Barcelona era todo lo que imaginabas cuando te hablaban de "El viejo continente", era como estar en el medioevo, un medioevo en el que la ropa es barata, los perros viajan en subte, los hombres no te hablan por la calle y no hay adultos. Era antigua, sucia, húmeda, oscura, retorcida y a veces parecía un dibujo surrealista de Dalí. Era hermosa.
Cuando todavía arrastrando la valija verde cruzaste tu primer calle catalana, un chico de barba pasó en bicicleta y te guiñó un ojo, lo tomaste como una señal, siempre habías tenido la esperanza de que en Europa valoren más tu completa falta de pechos, cola, curvas y color.
Ese primer día compraste una postal para él, y la guardaste para más adelante, por las dudas. Estabas en otro mundo, nada de lo que veías era territorio familiar, en este momento, tu vida como la conocías, existía solo en tu cabeza.

Hacía mucho que no veías a Melina, tu compañera de rebeldías. Seguían pareciendo dos niños de 12 años. Ella y Martín, por más que los conociste a los 23, son tus amigos de la infancia, son esas personas, aparte de tu hermano, con las que siempre vas a poder volver a ser chico.
Esos días no paraban de ir a bares, de esos que tienen cuatro mesas y luces de navidad, en donde también se aceptan perros, de ir de compras, no parabas de irte sola por la playa y perderte en el barrio gótico escuchando My Bloody Valentine. No querías hacer la vida del turista, así que vivías como otra latinoamericana ilegal; te colaste en el subte, en el tren, robaste pimenteros, brillos de labios y bombachas.
No estabas lejos solo en términos de distancia, sino de tiempo. Ya no pensabas en eso que te había hecho escapar, en Barcelona no tenía ningún poder sobre vos. Siempre pensaste que si un día desaparecieran todas las cosas que te recuerdan a una persona, podrías pasar días sin notar su ausencia. Si desapareciera el plato de la Cuqui y los pelos que deja por toda la casa, y no vieras fotos de perros por ningún lado, tal vez tardarías en darte cuenta de que no está. Como en Eterno Resplandor de una Mente sin Recuerdos.  Acá era así, todo era nuevo, nada era un recuerdo. La postal que compraste tu primer día seguía ahí, habías pensado en mandársela en blanco, pero ya había pasado una semana y cada vez tenías menos necesidad de hacerle saber de vos. Tal vez en otro lugar.
Aún en ese País de Nunca Jamás que era Barcelona, las ganas de conocer más lugares hacen que uno no vea la hora de irse. Esa mañana te levantaste a las cinco de la mañana para tomar el tren a París.

Continúa...

22 de marzo de 2010

Jamás Transada en el viejo mundo

Buenos Aires (Soundtrack Telepopmusik - World can be yours )



En cinco minutos te gastaste lo que habías ahorrado en todo un año. En parte querías viajar, fantaseabas con eso desde que tenías 14 años y soñabas con ser peluquera en Milán e ir a ver jugar al Inter. Tal vez otro poco necesitabas tomarte un descanso del trabajo, de atender las mierdas ajenas día tras día cuando lo único que querías era que alguien por una vez escuchara las tuyas. Salir de ese cubículo lleno de fotos de rockeros muertos y conocer lugares, ver la vida, visitar a tu hermano, visitar a tu mejor amiga, pero la verdad es que si te estás subiéndo a un avión a Barcelona sin ninguna idea de en dónde vas a terminar, es para olvidarte de él. Ya probaste todo, y esta era una de las pocas cosas que todavía no habías intentado. Irte.

Hace 15 años que viendo Armagedón en el cine le tomaste un miedo irracional a los aviones, y hace 16 que no te subís a uno. Te baja la presión de solo estar comiendo una bondiola en la costanera y escucharlos despegar, se te pone la piel de gallina cuando entrás a un aeropuerto, y nunca lo trataste en terapia porque te da demasiado miedo hablar al respecto. Cuando saliste de la agencia de viajes con el pasaje en mano te sentaste a llorar durante una hora en un banco de la calle Reconquista, pensando en que ibas a morir en un avión, sola y sin novio.

Las semanas pasaban y tu interés por el viaje no llegaba, no planeabas paseos, no reservabas hoteles, no mirabas mapas ni folletos, sentías que en el fondo estabas cometiendo un error al gastar semejante cantidad de plata, al forzarte a hacer un viaje enorme estando anímicamente no apta ni para que te vean sola esperando el colectivo. Cuando soñabas tu primer viaje a Europa nunca lo imaginaste así, siempre soñaste que iba a ser con Ben Affleck, que iban a ir de pic-nic a Versailles y que te iba a proponer matrimonio en la torre de Pisa, pero no así, indiferente, sin planes, sola, y sin nadie esperándote a la vuelta. Pero era este el momento, tenías la plata, tenías la edad, tenías el tiempo, y tenías que intentarlo. Irte de viaje era tu último recurso para volver a ser la misma de antes, para despertarte y reaccionar, era lo único que podía quitarte la loquez.

Antes de que te des cuenta, ahí estás con tu valijota verde esperando para abordar, cargada de ansiolíticos y escuchando el tema que ponía Kevin McCallister en el walkman cuando volaba a Nueva York. Y mientras arañabas los apoyabrazos del asiento aterrorizada por pensamientos de muerte, tu intento de vuelta a la vida había empezado.


Continuará.