15 de febrero de 2007

El Francés


Tu amiga te llena la cabeza con que no elegís bien a los hombres, con que siempre te fijás en los pelotudos, con que tenés que olvidarte del clavo que llevás a cuestas hace un tiempo, con que tienen que tener una charla en la que ella va a intentar cambiar tu cabeza y tu actitud. Y nunca para de decirte lo mucho que quiere verte con alguien, para que puedas ser tan feliz y dichosa como lo es ella junto a su maravilloso novio, y que su casa está disponible para vos cuando sea que necesites un bulo.
No paró de buscarte candidatos dentro de su ecléctico entorno social. Por supuesto que si te los quería encajar a vos era porque no habían sido lo suficientemente interesantes como para quedárselos ella. Que uno no tiene pelo y arregla computadoras, que otro escribe poemas y quiere ser payaso, francamente no hay nada que te ayude a descifrar por qué le pareció que vos sí les ibas a encontrar la vuelta.
Hasta que te cuenta sobre su nueva adquisición. Un amigo francés que toca la trompeta. Sus referencias lo venden como muy simpático, muy gracioso, muy culto, y con pelo. Por fin te convenció. No le tenías absolutamente ningún tipo de fe a las elecciones que tu amiga hacía por vos, pero en honor a un acento exótico podés darle una oportunidad.
Ahora vas a pasar por una de esas minas que buscan levantar extranjeros para salvarse, aunque a vos en realidad te gustan por amor al arte. Si no tienen un peso mejor aún. Preferís pensar que ellos se salvarían con vos.

Claro que la oferta era demasiado buena para venir sin condiciones. Entonces tu amiga te hace prometer que si llega a pasar algo con el galo, vas a darle total permiso para estar con él en caso de que ella alguna vez así lo requiera en el futuro. Después de todo ella “lo vió primero”, y nunca sabe cuando va a necesitar un hombre (por llamarlo de alguna manera fina y de perfil familiar) de repuesto. La petición te parece absurda, y por supuesto que decís que sí, total si el chico realmente te gusta llegado el momento no pensás cumplirlo, y si solo lo ves un par de veces, no va a molestarte que ella lo recicle más tarde. De todos modos, él muy factiblemente podría no gustarte, así que igualmente ella se lo quedaría y todos contentos.
Por iniciativa propia tu amiga convoca a una modesta reunión para que lo conozcas. Modesta porque no invita a nadie más que a vos y a él.
Llegás a su casa y ella está completamente desquiciada buscando su corpiño mágico con miriñaque. Se prueba seis conjuntos diferentes, se pasa al menos tres manos de maquillaje y se hace un brushing del que emanan olores químicos mientras te especifica con sumo cuidado que el francés no debe saber nada sobre la existencia de su novio. Algo ya te huele raro, aparte de su brushing. Pero tu estupidez te permite ignorar cualquier tipo de comportamiento sospechoso.

Francia llega a la puerta, y París rebosa de luminosidad. El chico es lindo. Corre el vino rojo y la torre de babel se vuelve divertida.

No sabés si fue el incipiente estado de ebriedad que comenzaba a apoderarse de ella, pero tu amiga invita a su novio a que se les una, y dado que el público conocimiento de los hechos se hace inevitable e inminente, le preguntás de la manera más inocente (y de hecho era inocente, porque es la clase de pregunta que una suele hacer en los primeros años del secundario) “¿Nos volvemos juntas o te vas con él después?”. Para qué.
La furia se apoderó de ella de manera amenazante mientras sus ojos desorbitados te acusaban de no ser capaz de cerrar la boca, de hacerla quedar mal deliberadamente y de no haber cumplido con lo rigurosamente pactado previamente.
¿Y si vos no decías nada, qué iba a pasar? ¿Le iba a decir a su novio que se haga pasar por su hermano para así no decepcionar al prometedor francés? ¿Qué podés haber dicho que no fuera a ser completamente obvio? Se justifica diciendo que no porque ella lo presente vos tenías que poner en voz alta la posibilidad de que ella se vaya con él, haciéndola quedar como una puta que enseguida pasa la noche en la casa de su nuevo novio. Perdón por la inocencia, ¿pero no era eso lo que estaba haciendo? Y de todos modos, ¿por qué tanto interés en lo que pueda pensar de su disponibilidad amorosa un francés que supuestamente era tu cita?
El gato encerrado que antes olía mal, ahora apestaba.
Vos habías aceptado estos ridículos términos entendiendo que en el eventual caso de que ella pierda a su pareja, y en el eventual caso de que vos ya no estés involucrada con el francés, le permitirías probar suerte. Pero si ya eso carecía de sentido por momentos, seducirlo conjuntamente, en la misma cita, frente al lastimoso novio de tu amiga, era insalvablemente grotesco. Y desde ese momento en adelante, se decidió a monopolizar la atención de sus dos hombres, dejándote aislada, sin charla y viendo videos de Culture Club en pantalla gigante.
Tu amiga estaba tratando de almacenar hombres como si fuera una ardilla paranoica y compulsiva que nunca tiene suficientes nueces.

Por más que ella tiene novio (y al menos por ahora no tiene intención alguna de cambiarlo), por más que vos no tenés ningún novio en lo absoluto, por más que ella siempre predicó que quería encontrarte uno, por más que constantemente te recuerda que no sabe cómo agradecerte lo mucho que hiciste por ella, sigue adelante con la disparatada idea de mantener al francés como una lata de garbanzos en conserva.
Al final tenés la certeza de que no hay algo así como la generosidad entre amigas, que cuando un hombre es terreno gris, cosas desagradables pueden pasar o decirse. Siempre va a haber una con la maldad suficiente como para serrucharle el piso a la otra, y otra con el cinismo suficiente como para creer que su amiga realmente está deliberadamente tratando de perjudicarla.
El punto no es poner o no en peligro una amistad por un hombre que ni conocemos, el punto es descubrir que esa amistad de por sí no soportaría la amenaza de un hombre. Y por más que el pibe desaparezca, y el asunto quede en el olvido, la falla ya salió a la luz. Se está frente a alguien muy generoso, siempre y cuando nunca deba resignar nada.
Dos mujeres compitiendo por un hombre es siempre algo triste, pero dos mujeres compitiendo por un hombre que ni siquiera les gusta lo suficiente, es patético.

Es así como por el bien de tu dignidad, y por el mal de tu vida sentimental, decidís abandonar la absurda contienda. Si tanto se lo quiere voltear, que se lo quede y basta. No vas a ser la responsable de disfrazar su vida paralelas, y no vas a ser la culpable de dejar ver la realidad de la que ella no quiere hacerse cargo. Sobre todo cuando el involucrado es tu cita.
Los dejás a los tres que se diviertan y te amanecés en el microcentro. Para colmo habías salido vestida de leopardo con cartera roja, y volver a tu casa y saludar al diariero a la mañana fue una vergüenza.
Qué pena. Siempre te había gustado París.

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