10 de enero de 2007
Otra Vez Morrissey
La cerveza ya empieza a saber a orín en la fiesta de la gente pop, uno de esos lugares en los que Buenos Aires vuelve a ser un pueblo chico, cuando ves entrar a tu talón de Aquiles, a quien nunca podrías resistirte, y que si volvieras a tener 16 años, sacarías tu empapelado de Ben Affleck para remplazarlo por uno suyo. El chico con el que estuviste alguna vez, y aún hoy te pellizcás al recordarlo.
Después de tanto tiempo ya te resignaste a no buscarlo más, en tu mundo ya no existe, porque si aún existiera no sabrías como hacer para mirar a otros. Dejás que por una vez él te salude a vos. Pero nunca podría sorprenderte, y no te saluda. Se queda escondido atrás de una columna mientras vos volvés a desterrarlo de tu mundo.
Como no tenés nada que perder y la ferviente creencia de que es un idiota te llena de ira, y te hace perder cualquier inhibición frente a él, le mandás un mensaje de texto diciéndole que no sea cagón, que la próxima vez te salude. Y después apagás el celular, porque no estás preparada para recibir la respuesta.
Después de dormir mal un par de horas temiendo encontrarte con algo que preferirías ignorar, juntás coraje y te decidís a averiguar si contestó. Tus esperanzas no son altas. Hace casi un año que no marcás su teléfono, podría haberlo cambiado, haberlo perdido, podría no tener crédito y podría no querer responderte. Podría haberte borrado de su lista y no saber quién carajo es 01157649543 y por qué le pide que lo salude.
Te respondió. Que no seas cagona, que la próxima vez lo saludes. Evidentemente no entiende nada. Esto te pasa por juntarte con nenes, es como hablarle a la pared.
Pasan un par de días antes de que el pez gordo finalmente pique al anzuelo. Te bombardea con excusas por MSN aunque ninguna de ellas se parece a una disculpa. Quiere tirarte el fardo a vos, y quiere tantear el terreno, a ver si seguís igual de obsequiada que antes. Sí, seguís. Tanto lo retás que te termina amenazando con encajarte un beso la próxima vez que te vea. Le tomás la palabra, sabiendo que es un mentiroso que nunca cumple con sus propios ultimátums.
Buenos Aires vuelve a ser un pueblo chico, y esa conexión inexplicable que no los mantiene unidos pero que aún así se empeña en juntarlos, hace que tres días después
te lo encuentres en el mismo festival. Otra vez rodeados de gente con remeras de Morrissey. La historia es cíclica y esta situación ya se vuelve tradición. Un año después están en el mismo lugar, eso sí, vos siempre vas sola.
Te pasa por al lado, te dice “Hola”, y sigue de largo. Sin beso, sin nada. Es hablarle a la pared. O lo amás como es, o lo detestás como es. Y lo detestás como es. Pero nunca esperás nada de él, así que nunca tenés nada para perder.
La debilidad de él te hace sentir cada vez más fuerte y le mandás otro mensaje. “Al final no te animaste”. Dos segundos después, el ringtone de La Historia sin Fin te pone la piel de gallina. Te contestó; ”¿Y si voy ahora?”.
Mierda, ¡la única noche en la que ya tenés planes! Parece que solo reaccionan cuando les tocás el ego. Pensás y consultás la respuesta como si estuvieras por escribir una plataforma política, buscás las palabras más ambiguas para no quedar comprometida frente a alguien que muy probablemente vaya a volver a faltar a su palabra. “Me voy a la fiesta de la gente pop, sabés dónde encontrarme”. Y te vas. Qué perdida de energía, no lo vas a ver nunca más.
En medio de la escalofriante tormenta eléctrica llegás a la fiesta, empapada. La lluvia te da miedo y ni siquiera tenés alguien que te abrace. Mierda otra vez.
Tus amigos parecen los únicos en notar que tu chico no apareció. “¿Qué?, ¿quién? Déjenme escuchar a Bowie, es un mentiroso, ¡qué va a venir!”.
Cuando ya sacás tu dedo acusador y te preparás para cantarles las cuarenta y pudrirlos toda la noche con historias de cómo siempre te deja pagando como una idiota, lo ves entrar. ¿Qué?, ¿quién? Por primera vez en la vida te sorprendió. Por primera vez hizo más de lo que esperabas de él, por primera vez su interés fue suficiente como para sacarlo de la casa y traerlo acá, a pesar de la tormenta, y los rayos, y la inundación.
Si hubieses sabido que esto iba en serio te hubieses pasado un peine, o te hubieras lavado los ojos que te pintaste a las cuatro de la tarde y que ya parecen los de un mapache pasado de tranquilizantes. Pero bueno. Vas a saludarlo y a hacerle cumplir su palabra.
Te lo besás con todas tus canciones favoritas de fondo y una tras otra te llevan a agarrarlo de la remera y arrastrarlo pensando en que con ésa TENÉS que chapar. "Attomic", "Babies", "Last Nite", "Disco 2000". Por fin no las escuchás haciendo cola en el baño de mujeres.
Fue una suerte haber llevado a tus amigos, así por fin te ven transando y se terminan todas esas especulaciones sobre que sos lesbiana, que sos célibe, o que nunca besaste a un hombre de carne y hueso.
Y mientras estás con él pensás muchas cosas. Pensás que no besa tan bien, pensás en otro chico y pensás en que dejaste la ventana de tu pieza abierta y se te va a mojar la frazada. Pensás demasiadas cosas cuando se supone que no deberías estar pensando en nada.
Dan las siete, es hora de despedirse, y es lindo saber que por fin los dos piensan lo mismo. Ni un “hablamos”, ni un “nos vemos”. Nada. En medio de un tema de Pulp le encajaste un beso y te fuiste.
Esta vez la tostada cayó para arriba, no sabés qué es lo que los une, pero a veces parece ser más fuerte que la mala suerte. Fue una buena idea mandar ese mensaje, y fue una buena idea que por primera vez en la vida la tormenta no te impidiera salir. Entonces tu
buen humor te alcanzó para irte a casa caminando bajo la lluvia, con el paraguas roto, sintiendo como aún te picaba su barba y te dolía la boca.
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