20 de febrero de 2009

Soda Stereo - Algún día


La que murió de su vestido azul está cantando.
Canta imbuida de muerte al sol de su ebriedad.

Adentro de su canción hay un vestido azul,

hay un caballo blanco,
hay un corazón verde tatuado
con los ecos de los latidos de su corazón muerto.

Expuesta a todas las perdiciones,

ella canta junto a una niña extraviada que es ella:
su amuleto de la buena suerte.

Y a pesar de la niebla verde en los labios
y del frío gris en los ojos,
su voz corroe la distancia que se abre
entre la sed y la mano que busca el vaso.

Ella canta.

Cantora Nocturna, Alejandra Pizarnik



Soda Stereo - Algún día, Parte 1

Durante los meses que le siguen al gran derrumbe intentás volver a empezar con tu vida, intentás encontrar un motivo para hacer tus cosas, para trabajar, para salir, para bañarte. Y te agarrás de todo eso para no dejarte caer, y para no pensar. De los primeros días lo único que recordás es salir a la calle con anteojos de sol, llegar al trabajo con los ojos hinchados, comer mucho y hablar poco.
Y escuchar el disco de Scarlett cantando Tom Waits, durante semanas y semanas. Porque no podías escuchar al verdadero Tom Waits, y “Anywhere I Lay My Head” era el único sonido que no contradecía tu estado de ánimo.

Al principio abrías el Msn en el que nunca volviste a aparecer conectada, esperando ver su ventana, su letra bordó molestándote con alguna onomatopeya. Y dejabas el celular prendido toda la noche esperando sus mensajes para despertarte a la madrugada. Cada vez que sonaba la canción de La Historia sin Fin confiabas en que era él, rogabas que fuera él, y odiabas a Movistar, y a tu vieja, y a todas las personas que te escribían y no eran él. Hasta que con el tiempo te cansaste, y te olvidaste de hacer todas esas cosas.

Después de un par de meses intentaste concentrarte en otra cosa, saliste a tocar, estuviste con alguien más, pero él no solo siempre volvía, sino que nunca desaparecía.
Cada día que pasaba lo extrañabas más, y de hecho parecía que los días no pasaban, porque no olvidabas todo eso, no lo dejabas atrás. Aún no había una hora en la que no pensaras en él; cada vez que tomabas el subte C, cada vez que pasabas apurada por Lavalle como cuando corrías a su casa, cada vez que a la salida del trabajo te ibas caminando hasta Barracas para ir a tomar el té con tu mejor amigo, queriendo y no queriendo encontrártelo en el camino, cada vez que veías a Jason Lee, cada una de las pocas veces que volviste a usar el perfume de Kate Moss, cada vez que pasabas por el parque Lezama.

Un tiempo después dejaste de ir a trabajar en subte y empezaste a tomar el colectivo, solo porque pasa a una cuadra de su casa, y por más que dos veces al día te sentías morir, y muchas veces tuviste que dar vuelta la cara y ofrecer la otra mejilla, tu esencia patética disfrutaba de saberlo cerca, necesitaba tenerlo cerca. Como cuando te sentabas a escribir en la computadora y dejabas el Msn abierto, aunque él no pudiera verte, solo para saber que estaba ahí, del otro lado de la pantalla.

Exceptuando los shows y los ensayos, nunca más volviste a tocar. No tener un profesor te hace extrañarlo el doble, porque ya ni te acordás de lo que era tocar, porque perdiste tu escape, porque tenés 2.000 pesos de instrumento cubiertos de una capa de polvo del período cretácico. Intentaste sin éxito reemplazarlo como hombre, porque en el fondo no te queda otra que creer con todas tus fuerzas que tiene que haber otro, pero no podés reemplazarlo como profesor, sabés que no hay otro él y que nunca lo va a haber, que nunca va a volver a ser ni remotamente parecido.
Tampoco volviste a escuchar Soda Stereo, solo podrías si él estuviera. Desde Villa Gesell 1990 que no funcionaba de otra manera.


Como en La Historia sin Fin, estuviste a punto de ser devorada por el pantano de la tristeza, y de alguna manera te salvaste. Ya no salís a la calle con anteojos de sol, ya no pasás 20 horas seguidas en la cama leyendo “La insoportable levedad del ser“, pero lo único con lo que soñaste todos estos meses fue con volver a saber de él, con encontrártelo, con que te llame, con que se dé cuenta de que te extraña y te busque, con que finalmente se le prenda la luz, con que tu silencio absoluto lo despabile. Por alguna razón nunca te acostumbraste a la idea de que ya no había nada, y de que se habían terminado esas tardes de invierno juntos. Podía hacer 30 grados y podía sonar Daniel Melero, pero para vos seguía siendo agosto, y seguías usando el montgomery gris y la bufanda con teclas de piano.

Entonces un buen día mirás para arriba y ves que su casa está en venta; ahí entendés que nunca vas a volver a estar en esa casa, nunca vas a estar en esa terraza ni a dormir en esa cama.
Esa semana las ganas de verlo y estar con él fueron más fuertes que nunca, y pasaste la noche en vela fantaseando con hablarle usando cualquier excusa, como preguntarle qué era una semicorchea, o decirle que estabas regalando cachorritos, lo que sea. Habían pasado cinco meses y todavía no te explicabas cómo después de tanto tiempo no podías siquiera empezar a olvidarlo.



Parte 2


Faltaban días para que se termine el año y el balance no te mostraba resultados positivos; ninguna hazaña, al menos amorosa, que son las únicas que te importan.
Pero todavía insistías en creer que no estaba todo dicho, que algo más tenía que haber. Confiabas, porque siempre tenés fe aunque no sepas de dónde la sacás, en que a último momento tu fortuna podía dar un vuelco inesperado y hacer que un año de amor y muerte hubiera valido la pena, como en el final de Jamás Besada.

La semana pasó, y el 31 de diciembre horas antes de la medianoche ya estabas casi resignada. Otra cena más brindando con tus viejos, poniendo cara de feliz año, comiendo esas 12 uvas estúpidas que nunca te cumplieron nada, viendo a Rafael cantando “Escándalo” en Crónica TV.
Finalmente tu año no estaba destinado a ser maravilloso, la realidad le ganó la partida a tu fantasía de comedia romántica, por más voluntad que pusiste. Declaraste el knock out, colgaste la toalla y te sentaste en la computadora.

Y ahí estaba, cuando ya habías dejado de esperar sus mensajes. Ahí estaban su letra bordó y la foto en la que se rasca la barba, como cuando llegabas de la clase.

No te lo estabas imaginando, no era otro de esos sueños de los que despertás queriendo desayunar escorpiones vivos, no era un virus haciéndose pasar por él, y no se había equivocado de persona. Te estaba hablando a vos.
Después de un par de minutos te dijo que vuelvas, que te enseña gratis, pero que quiere que vuelvas.
Amarías volver, es tu sueño volver, nada te haría más feliz que volver, pero no podés, sabés que al día siguiente ya no soportarías verlo bajo esas condiciones. No, perdón.
Si no podías volver a las clases quería que fueras a ver el DVD de Soda Stereo, o el final de la película de Tom Waits que nunca terminaron, lo que fuera, pero quería verte.
Así, de la nada, después de meses, después de que te hayas acostumbrado a la idea de que nunca iba a ser el padre de tus hijos.

Desearías decir que sí, abandonar el año nuevo, Rafael y las uvas, y correr a su casa, pero lo conocés, y sabés que probablemente esta es otra de esas decisiones que toma basado en ideas locas que le duran menos que lo que tarda en decir que no sabe lo que quiere. Y que si le decís que sí, antes de que te subas al colectivo seguramente ya te está llamando para cancelar, o tal vez espera a que llegues y recién ahí te dice que está confundido y que por ahora prefiere seguir siendo tu profesor. Y no tenés fuerzas para ser su juguete emocional otra vez, todavía estás cicatrizando las heridas del primer round.
Con todo el dolor del alma, y con toda la fe del mundo le decís que lo piense bien, que vuelvan a hablar en unos días cuando esté completamente seguro de que no se va a arrepentir, de que no está tomando el equivalente abstemio de una cocaine decision. Acepta a regañadientes, y se despiden hasta el año que viene.

Te volvés a quedar a merced. Esperando que sí haya visto la luz, y que esté convencido de que la vio. Es más fuerte que vos, y cada vez que él habla por hablar, volvés a la zona cero y te olvidás de todo lo que pasaron, y nada te importa y hey Lloyd I’m ready to be heart broken and I can’t see further than my own nose at the moment. No podés tomártelo en serio, y al mismo tiempo no podés no hacerlo, ¿cómo podrías? Si tenés una infinidad de promesas al alcance de tu mano.

Después de todo sí se acuerda de vos, a pesar de que nunca más lo buscaste, a pesar de que nunca más diste una prueba de vida, a pesar de los cinco meses, él siguió pensando en vos.

Tu 31 de diciembre te encuentra creyente, de buen humor, y escuchando Soda Stereo otra vez, que esta mañana, era lo único que querías.
Dios. Qué año.


Parte 3


Pasó un mes. Pensaste en hablarle, pensaste en cagarlo a pedos, una vez más, pero elegís el digno y decepcionado silencio. Era demasiado para él, es un infante que nunca pero nunca va a saber lo que quiere.

No querés pasar tus vacaciones en casa, sola, viendo La Novicia Rebelde y comiendo lemmon pie hasta ver duendecitos. Basta. Basta de que él te arruine todo, en honor a tu salud mental buscaste a alguien a quien pegarte, armaste el bolso y te fuiste a la costa.

La playa no es tu lugar, sos demasiado melancólica para el verano, te generan rechazo los balnearios en enero, las publicidades que rinden culto a las vacaciones, los desfiles en Punta, los concursos de culos, el hit del verano, la alegría brasilera. Nunca te vas a sentir parte de eso, pero vas para hacer algo, para no quedarte estancada y pensando en él.

A medida que avanzás por la ruta, y ves los campos interminables de girasoles, las vacas, los carteles de Tienda los Gallegos, sentís que Tom Waits, su barba y el subte C van quedando cada vez más lejos.

Cuatriciclos, motos de agua, gente de guita, cuatro por cuatros, caretaje, reggaetón a todo volumen, nada que te recuerde a él. Esa invitación al Beverly Hills del partido de la costa te despejaba la mente, ya no estaba la posibilidad de encontrarlo en cada esquina en la que doblás, ya no tenés nauseas al pasar cerca de la cuadra de su casa, ya no imaginás donde estará en este momento. Es casi como volver a la época en la que no lo conocías, cuando todo era territorio virgen. Hasta un imitador de Sandro que canta en un restaurant de la peatonal se convirtió en tu nuevo amor de verano. Pasás todas las noches solo para ver el póster con su foto y su expresión gitana. Sábado 23 horas, cena show: 35 pesos. Ahh.

Por fin el día no está para buzo y pasamontañas, y te decidís a pisar La Playa.
Blancuzca, con la figura del señor Burns y cubierta de pantalla solar 280, sentada en la caja de la cuatro por cuatro, yendo por el boulevard bajo el sol del mediodía, pensaste que será careta, pero el verano después de todo tiene su encanto.
Estabas inmersa en ese sueño estival, pensando que tal vez, quizás, se podría decir que de alguna manera en ese momento eras un poco feliz, cuando de repente escuchás La Historia sin Fin.
Es él, otra vez de la nada, para ver qué estás haciendo, y para decirte que está barrenando olas a 200 kilómetros y que quiere verte.
Ahora sí que el verano tiene su encanto, ahora sí que la pasás bien en la playa, con los cuatriciclos, y los culos y los choclos enmantecados. Ahora sí que te hallás.
Esa noche te comiste dos algodones de azúcar de color rosa, y no pasaste por el restaurant de Sandro.

Sí, a veces lo amás y otras querés entregarlo a la mafia. Te hizo pasar las mil y una y todavía ahora no podés terminar de fiarte de él, pero a pesar de haber aprendido a los golpes que no es perfecto, te das cuenta de que sus defectos te importan un pito, y lo que es más preocupante, a veces incluso te gustan. Te encanta que sea tan tímido y que le cueste tanto hablarte, te encanta que de a ratos parezca un nene y que vaya solo al cine a ver dibujos animados, te encanta que sepa datos que nadie más sabe, ni le importan, como que el baterista en el tema de Alf es Vinnie Colaiuta. Si no fuese un cagón, un inmaduro y un nerd, no sería Él. Aun con todo eso, para vos el sol todavía sale de su culo.

El fin de semana, después de un año, se van a ver en Buenos Aires sin ser profesor y alumna, sin los 25 pesos, sin la tarea y sin que tenga que ser miércoles a las siete de la tarde.


Parte 4

Es sábado a la noche y estás escuchando Soda Stereo. Salís a tomar el 126 estrenando tu vestido azul y volviendo a usar el perfume de Kate Moss que te ponías a los apurones en el subte C. Huele a él.
La noche es hermosa, el verano es hermoso, todas las criaturas en el reino del Señor son hermosas. Mirás a la gente en el colectivo y te preguntás si alguno de ellos llevará un destino más emocionante que el tuyo, te preguntás si se imaginarán lo que estás a punto de hacer, aunque dudás que les importe. Pensás que ese en realidad es tu viaje, y que los demás son todos extras trabajando por el pancho y la Coca.

Hoy es uno de esos días excepcionales en los que te mirás al espejo y no tenés que arreglar absolutamente nada. El vestido azul y vos inmediatamente fueron uno, tu pelo nunca había estado tan lacio ni tan brillante, los remanentes del tardío acné juvenil habían desaparecido y tu piel parecía chocolate blanco. Como cuando estabas viendo su show y te pidieron sacarte una foto, como cuando un chico te felicitó por ser la más hermosa de aquella fiesta en la esquina de su casa, y como todos los miércoles, el único día de la semana en que inexplicablemente no te parecías a Amy Winehouse. Te diste cuenta de que no era casualidad, es siempre que él está cerca que estás linda, porque estás feliz.

Te bajás del colectivo en una calle cortada por el corso, y caminás dentro de lo que tus piernas a punto de colapsar te lo permiten. Nunca estuviste tan nerviosa en tu vida, ni siquiera cuando a los 16 años te fuiste a sacar tu último diente de leche con la Dra. Fell. Nunca antes tuviste una primera salida con alguien de quien ya estuvieras completamente enamorada.

Las tres cuadras que caminás son eternas, no escuchás ni la música, los oídos te laten, tenés el corazón en la boca y la cara hirviendo. Empezás a hacer ejercicios de respiración mientras te vas acordando de mil cosas; de cuando saliste de la primera clase y le mandaste un mensaje de texto a tus amigas para decirles que no tenía nombre lo HERMOSO que era ese pibe, así, en mayúsculas. De cuando en la tercera clase terminaron los dos recostados en su cama sacando “Babies” de Pulp. De la sonrisa que tenías cada vez que salías de la casa de él y que te hacía sentir una idiota por las calles de Constitución.
No podés creer todo lo que pasó, no podés creer el tiempo que pasó.
Esa intersección a la que estás yendo es ahora el centro del universo.

Y llegás y está ahí. ÉL, ahí, apoyado contra la pared, con sus canas, y su espalda y su olor.
No pudiste ni articular un saludo de los nervios que tenías, y cuando quisiste apagar tu mp3 las manos te temblaban. Metiste mp3 y mano adentro de la cartera para que no se diera cuenta de que estabas muriéndote, y le pediste un segundo para ordenar tus cosas cuando en realidad necesitabas un segundo para tomar aire y calmarte. Por fin estaban ahí los tres, él, vos y Soda Stereo. Nunca lo habías visto más contento de verte.

Se sentaron a tomar algo y fue como si no hubiera pasado un solo día. Hablaron de las vacaciones, de terapia y de tu profesora metalera, que se gastaba casi todo lo que le pagabas en Cindor. Nunca a nadie le habían interesado esas historias apócrifas sobre tu profesora.
No sabés cuánto tiempo estuvieron ahí sentados, pero podrías haberte quedado por el resto de tu vida. Ni un capítulo inventado de Jamás Transada podría haber estado tan bien armado. Mientras lo tenías enfrente a él riéndose, con esa cara que la primera vez que la viste casi hizo que se te caiga la mandíbula y se te desenrolle la lengua hasta la avenida Montes de Oca, en el bar pasaban a Sinatra, y a Cerati, y él se levantó a pedir un tema, y mientras escuchaban “Amor en Pie” de Melero, sentiste algo raro y por vergüenza bajaste la cabeza, nunca lo habías visto mirarte así

Salieron a dar una vuelta y llegaron a la avenida cortada por el carnaval. La calle estaba llena de gente y ruido, y banderines y lucecitas de colores cruzaban el cielo de lado a lado. Por primera vez no odiaste febrero. Ahí te agarró de la mano para hacerte atravesar el corso, y supiste que con nadie podés sentirte tan contenta como con él.
Llegaron caminando hasta el parque Lezama, y se sentaron en un banco, frente al de la última vez. Le inventaron vidas a la gente que pasaba, y comentaron qué cosas permitirían y cuáles no si esos mocosos tirándose Rey Momo fueran sus hijos.
Tuvo que pasar mucho tiempo para que se quedaran sin tema de conversación, y cuando por fin pasó, te besó.

Fue exactamente un año después. Nunca un beso te costó tanta sangre, sudor, lágrimas, y dinero.
Cuando te tenía abrazada no podías creerlo, no podías creer dónde estabas, tenías que disimular la sonrisa mientras lo besabas, y cuando se recostó y apoyó la cabeza en tus piernas te moriste. That’s it, that’s all. Estaban otra vez sentados ahí, en el lugar en el que lo dejaste, y en el lugar en que lo conociste.


Ya habían pasado horas entre que llegaste con los cachetes morados, escucharon a Sinatra, compartieron un helado de chocolate, cruzaron el corso, les tiraron espuma y terminaron en el parque. Este siempre había sido el final que querías, casi mejor que el de Jamás Besada.
Y entonces así, todavía pegajosos de espuma y helado, se fueron caminando juntos, a ver videos de Vinnie Colaiuta hasta que se hiciera de día.

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