
Cuando estás decidida a que querés que te guste un chico nuevo, apremiada por el aburrimiento empezás a bajar los estándares, a disminuir las exigencias, a ser más permisiva, a ser más tolerante, más abierta, más flexible, más liberal, a intentar enamorarte de lo que sea que se cruce en tu camino, bah. Como a simple vista parece no haber nada de tu interés, buscás candidatos potables en agendas viejas, hacés un relevo de amigos, de listas de mails, de fotos de la primaria, de hermanos de tus amigas, de amigos de tu hermano. Considerás a esos chicos que sabés que te dan, y que nunca se te hubiera ocurrido decirles que sí. Cualquier cosa suma a esta altura. Pero después de revolver en tu cerebro durante horas, te encontrás con que solo lograste reunir un puñado de pelusas viejas y un botón. Tampoco es cuestión de hacer caridad, de salir en un estado que linda con la tortura, donde para llegar a verlo tenés que arrastrarte por la calle resistiéndote a seguir, como si te estuvieran guiando al matadero, solo para ver si logra gustarte, para ver si lográs vencer el rechazo que tenés desde un principio y conseguís que sea soportable tenerlo alrededor. Y si no te vas a hacer cargo, si no lo vas a premiar por haberte invitado a salir, mejor que ni salgas, pobre chico. Pasás por bares llenos de sillones, y velas, y chicas con sus vestiditos en sus primeras citas, y ni siquiera podés envidiarlas, porque no tenés un rostro con el cual construir tu fantasía. Te vas a comprar ropa sin ningún tipo de criterio en particular, porque no sabés con quien combinarla. No sabés en quien pensar cuando te mirás al espejo buscando aprobación. No sabés a quien querés gustarle con esa ropa…a nadie. Entonces no la llevo. Tampoco hacés gimnasia, porque entre el 1 y 2 y arriba y abajo ya no aparece ningún rostro motivador, de toda la gente que pueda notar que tu culo toma la forma de cualquier recipiente que lo contenga, nadie te interesa, y te encontrás pensando en alguien con quien cortaste hace tres años, solo porque la última vez que lo viste los anteojos le quedaban lindos. Sacudís violentamente la cabeza tratando de salir de ese peligroso y ridículo trance. No estás acostumbrada a no tener nadie a quien usar de parámetro frente a otros hombres, nadie a quien analizar y darle vueltas, nadie sobre quien hablar sola cuando tenés que caminar 15 cuadras sin compañía, nadie en quien pensar cuando cantás “All I Want for Christmas is You”. Al menos cuando te gusta alguno, aunque sea alguno, por más que estés sola en el cine aprovechando los cupones del día de los enamorados que salieron en la revista del cable para ver Realmente Amor, siempre vas a mantener una esperanza. Pero si no te gusta nadie, los cupones de descuento podrían extenderse indefinidamente. Volvés a hacer tu inventario de hombres, aterrada por esa perspectiva. Porque aunque tengas que armarte un galán donde no lo hay, necesitás una zanahoria para hacer caminar a tu burro.