22 de noviembre de 2006
El Último
Tal vez sea que ves muchos musicales, y que estás acostumbrada a que se necesitan bombos, platillos, y muchos bailarines homosexuales para que todo termine, o comience. Cualquier manifestación más sobria no logra capturar tu atención.
Durante años tus amigas te dijeron que tus pretensiones eran muy complicadas y poco realizables, pero vos estabas convencida de que lo que buscabas era justo, de que era eso lo que querías, que tenía que existir en algún lado, y que no te ibas a conformar con cualquier otra cosa.
Por mantener firmes tus principios es que pasaste todos los sábados de tu adolescencia yendo a comer a Coto con tus viejos, o jugando a la peluquería con tu hermano. Pero siempre que uno decide mantener sus principios sabe que no le va a ir bien. Y pasaron los años, y pasó la adolescencia, y tu idealismo dejó de ser dulce para convertirse en patético. Es así como con papel picado, brillos, fuegos artificiales y orquesta, descubriste que era Él. Es tan perfecto para vos que dejás de pensar en él como un hombre. Hasta pasa tu neurótico test para descifrar si un chico te gusta o no. El de imaginarte con él en una situación insalvable, como yendo de pic-nic, dándose papas fritas en la boca un sábado a la noche bajo la luz de tubo en un Burguer King, o que te venga a buscar en traje. Si la situación te parece tan ridícula que te reís, es porque el chico te gusta tanto como para no sentir vergüenza de él. Te sacudís el desgano y rechazás candidatos, confiada en que ya elegiste bien. Entre pájaro en mano y 100 volando, siempre elegís 100 volando, aunque después con esas manos de manteca no atrapes nada.
Cuando tenés estos arrebatos generalmente te duran unas 48 horas, así que el hecho de haber mantenido tu decisión por tres días es un verdadero logro. Empezás a soñar con él todos los días, y ya se te convirtió en rutina el hecho de despertarte y entender la realidad. Creés que ya lo tenés todo resuelto, y de repente te topás con el hecho de que fue un invento de tu desesperado cerebro, y de que en 20 minutos tenés que estar estrujándote contra las puertas del subte E.
Te enteraste donde vive y ya empezaste a imaginarte yendo a trabajar desde ahí. Pasás en colectivo y apoyando románticamente la cabeza contra la ventana admirás tu nuevo barrio. Creés que ya sabés cómo tienen que ser las cosas. Con lo cual no tiene sentido seguir haciendo tiempo, sentís que estás perdiendo el tiempo en reuniones que no llevan a ningún lado cuando podrías estar con él. Y tenés que encararlo antes de que te guste tanto que ya no puedas hacerlo. No aguantás las ganas de ir y tocarle el timbre para avisarle que no se caliente, que ya está, que sos vos, que son dos chicos con onda, y los chicos con onda tienen que estar juntos. Aunque a veces cuesta hacerlo entender, y para que el otro no se espante tenés que ocultar tu descubrimiento. Toda esa paciencia que te da la apatía, desaparece en el momento en el que te sentís otra vez de 13 años y te encontrás repitiendo su nombre. De repente todos esos chicos que te dejaron o que siempre te ignoraron, parecen tener una razón de ser, es ahora cuando tantos “¿Por qué?” tienen su respuesta. Siempre fuiste demasiado dramática como para que tus problemas se resuelvan al principio. Ya hiciste tu tarea soportando hombres inútiles y tratando de entenderlos, y hablando mal de ellos, y haciendo chistes de ellos, ya aprendiste todo lo que podías haber aprendido, ya estás lista. Y parece que tu cinismo, los monólogos, el comediante, todos se van a tomar unas vacaciones, por fin vas a dejar de escribir gansadas, vas a archivar tu diario y cerrar tu Fotolog. Porque, al menos por un rato, los hombres dejaron de ser un problema para convertirse en una solución. Y como cuando comías Sugus y dejabas tu gusto favorito para lo último, sabés que lo vas a disfrutar más que nunca.
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