25 de enero de 2008

Felipe


Felipe trabaja escribiendo y ya casi termina su carrera en la UBA. Te lleva 20 centímetros y dos años. Toca tres instrumentos, dos convencionales y alguno extraño, como el melotrón. Pasa todas sus horas de vigilia escuchando música. Ama a los Beatles, a Woody Allen y a Bukowski. Tiene barba, entiende el sarcasmo y nunca se toma las cosas en sentido literal. Jamás toma sol ni usa calzado abierto. Ve las nuevas temporadas del canal Retro como si fueran estrenos. Nunca se acostaría con una mujer como Jésica Cirio. No se compra ropa y no gasta tiempo ni dinero en su apariencia, pero se ve como un actor de reparto de Casi Famosos. De vez en cuando lleva a arreglar el Winco. Cada vez que le recomendás un disco, para el día siguiente ya lo escuchó. Nunca se olvida de las cosas que decís. No le molesta caminar ni usar el transporte público, y si no tiene compañía para ir a un recital, va solo. Siempre tiene las uñas cortas, aunque cómo y cuándo se ocupa de ellas es aún un agradable misterio.
Nunca comenta el atractivo de otras mujeres ni habla de su pasado amoroso. Odia el deporte y le aburren los juegos que precisan de un ganador y un perdedor para existir. No toma mate. Se vuelve loco cuando ve un cachorrito. Probó algunas drogas, pero ya se sacó las ganas. Habla inglés y lee uno o dos libros por semana. Tiene el ingenio de Groucho Marx y la sutileza de Oscar Wilde. Tiene un celular que salió 63 pesos y ninguna intención de cambiarlo. Nunca critica a nadie en voz alta. Cuando te acordás de su cara, siempre está sonriendo. Llora de la risa viendo a Bob Esponja. No ve películas de acción y se le rompe el corazón con las de Bill Murray. A veces se olvida de comer. Nunca hace comentarios de esos que no le importan a nadie, y a pesar de ser inusualmente inteligente, parece todavía no haberlo notado. Felipe nunca se quejaría de que un piquete lo hizo llegar tarde al trabajo ni se iría en enero a la costa. Se corta el pelo en una peluquería de viejos y siempre parece que recién se hubiera levantado. Cuando está enamorado escucha a los Beach Boys. Simpatiza con un club chico pero no sabe si la pelota es redonda o cuadrada. En la secundaria se sentaba al fondo de todo, no tenía muchos amigos y no se fue de viaje de egresados. Su cuerpo da fe de que nunca hizo ejercicio.
Cuando creés que ya sabés todo de él, te cuenta que sabe manejar. Si está con sus amigos sigue siendo el mismo, pero parece divertirse más cuando está con vos. Le encanta cantar canciones de Dean Martin cuando cree que nadie lo escucha. Es feminista y no le da vergüenza ponerse una pollera, ni usar una remera rosa, ni comerse un algodón de azúcar. A vos te parece hermoso, pero las otras chicas creen que es horrible. Es tímido para declararse, pero lo suficientemente valiente como para no obligarte a hacerlo vos. Podés decirle la verdad sin que se asuste. Como Austin Powers, no entiende que hace 40 años que terminaron los 60. Siempre se le ven los calzoncillos sobre el pantalón que le queda grande, y a pesar de verse tan desaliñado, siempre huele bien. Hace años que sabe qué nombre le pondría a su hijo. Cuando está de buen humor usa una remera de The Who llena de agujeros. Le divierte hablar con extraños, especialmente si están locos, y para tu cumpleaños jamás te regalaría un electrodoméstico.
Felipe sí existe, solo que Papá Noel se olvidó de traerlo. Este año.

17 de enero de 2008

Llamáme Cuando Llegues


“Ojalá estuviera muerto. Es un deseo terrible. Es un deseo adorable. Si estuviera muerto sería mío. Si estuviera muerto, nunca pensaría en las cosas como son ahora y como han sido en las últimas semanas. Sólo recordaría los buenos tiempos y todo sería hermoso. Ojalá estuviera muerto. Quiero que esté muerto, muerto, muerto”.
Dorothy Parker

Hay una ironía en la cercanía que percibís cuando estás obligada a estar lejos de alguien. Mientras él está corriendo desnudo por un viñedo en Bolivia, y vos yacés vestida, encallada en la arena de la Costa Atlántica, es solo tuyo, no tenés que compartirlo con nadie, sos dueña del pasado sin un presente que lo desmienta. Sos libre de creer que la única razón por la que no están juntos es que no pueden, que una fuerza mayor es la que temporalmente mantiene sus caminos apartados. Cuando él no está todo es posible, todas tus ilusiones están justificadas por el solo hecho de que él no se encuentra ahí para darlas por tierra. Nada te impide fantasear con que en la distancia añoran el momento de estar juntos otra vez y que mientras realizan las modestas tareas de la vida cotidiana, no hacen más que pensar en el otro con dulce melancolía. Y nadie puede despertarte de tu sueño, ni siquiera él. Tus días sin su presencia transcurren entonces con una tranquilidad inusitada, esa de la que disfrutabas cuando aún no te interesaban los hombres, esa que te permite no perder el apetito, ni el sueño, ni transpirar como un chancho en pleno junio. Sabés que está, pero no tenés que lidiar con ello. Tus vacaciones son una alegre y despreocupada canción de Los Shakers.
Por más que lo extrañás continuamente, te reconforta su ausencia. En lo que este ensueño dura no te produce angustia descubrir que no todo es perfecto, y no te produce ansiedad intentar que lo sea. Cosas insignificantes como que no te llame, o que no te conteste en el MSN, o que te salude sin entusiasmo ya no te generan una súbita depresión ni logran crispar tu calma, aquella de la que gozás sabiendo que al menos mientras él no está, lograron tener una relación perfecta.