Si me hubiese puesto a pensar en qué pasaría si lo que escribía llegara a las manos incorrectas, nunca podría haber escrito nada, o solo hubiese escrito cosas que hablaran bien de mí y me dejaran bien parada. Claro que eso no hubiese sido de interés para nadie, ni siquiera para mi tía Mónica, y de ningún modo hubiese resultado gracioso, sin mencionar que constituiría una grave falta a la verdad.
De todos los que jamás deberían leer esto, particularmente él, Mr Grey, era quien me preocupaba. Y con la certeza de que nada de lo que escribiera llegaría lo suficientemente lejos como para comprometerme, me consideré impune.
Pero lo que escribí pasó por muchas manos, dio toda la vuelta, y volvió. Desafortunadamente, y por más que haya tomado las precauciones necesarias, controlar quiénes tienen acceso a eso estuvo fuera de mi alcance.
Así fue como una chica se puso a leer. Y le gustó. Y lo quiso mostrar. Y se lo mostró a su novio. Y su novio lo leyó, y él reconoció los detalles que para ninguna otra persona hubieran significado nada más que arbitrariedades que convierten a la historia en algo más tangible.
Cómo el azar me puede beneficiar tan poco, es algo que no puedo explicar, pero jugué a la ruleta rusa con las cosas que escribo por mucho tiempo, y finalmente me salió la bala. Era Mr. Grey.
Gracias a Dios el único amigo que tenemos en común me quiere más a mí, y así me enteré de que él había burlado el seudónimo y había leído todo. Y una vez que resolvió eso, el resto se une con puntos.
Todo estaba ahí. Ni siquiera disfrazado de arte. La imagen más patética que puedo haber dado estaba plasmada en esas páginas. Si aún conservaba la esperanza de que algo pasara entre nosotros, ahora sabía que no existía.
Por no querer cambiar los nombres, por caprichosamente tener que usar esos detalles que lo simbolizan todo, como si de alguna manera quisiera ser descubierta, quedé como una idiota a la que se le terminaron los secretos frente a la única persona a la que no quería desilusionar. Él con su novia, y yo con mi máquina de escribir.
Dejó de hablarme, y viendo su cara (si me animaba a mirarla) sólo podía pensar que debía estar felicitándose por no haber estado nunca conmigo ahora que sabía a quién tenía enfrente.
Sentí cómo con un par de chistes, la idea que tenía de mí desaparecía. Toda la dignidad y fortaleza que mostré frente a él se vio franqueada, y ahora es como si tuviera 11 años y hubieran leído mi diario. Ya no puedo ocultar lo que pienso de él. O de otros. O de mí. O de nada. Haga lo que haga ya no va a ser un misterio.
Podría haber sido dentista, o contadora, pero esto es a lo que uno se enfrenta cuando juega a ser artista. Pierde la voluntad de ocultar sus secretos.
Quiero dormir y no puedo cerrar los ojos pensando en si es posible que no se lea en esas páginas, que crea que es una coincidencia, que la ficción se parece de manera escalofriante a la realidad. Pensé en todas las maneras de negar que esa era yo, y que ese era él. Pero no había ninguna.
Logré quedarme dormida, y solo pude soñar que lo encontraba en una ferretería y le preguntaba si después de leer lo que escribí creía que soy una idiota. Y en el sueño él siempre decía que sí y compraba 30 metros de hilo chanchero. Yo nunca compraba nada. A decir verdad nunca supe tampoco por qué había ido a la ferretería en primer lugar. Maldije una y otra vez el momento en el que decidí exponerme de esa manera.
Estar despierta no logró que dejara de tener el mismo sueño, y salí a despejarme con mi discman porque no podía estar sola y encerrada desde que no tengo nada más que ocultar.
Atravesé tres barrios sin siquiera notar el cambio de paisaje. Perdí la noción del tiempo, pero sobre todo del cansancio.
Wilde escribió que un artista debe crear cosas bellas, pero no debe poner nada de su propia vida en ellas. Y ahí consideré que tal vez sí debería haber sido dentista.
Empezó a llover y por primera vez miré para arriba. Me di cuenta de que en mi trance había llegado casi hasta la casa de Mr. Grey. Hacía 15 cuadras que escuchaba la misma canción.
Él todavía tenía mi libro de El Retrato de Dorian Gray, así que no sabiendo bien qué era lo que buscaba, fui a pedírselo.
Sin sacarme los auriculares toqué el timbre y esperé a que baje. Los seis pisos por ascensor fueron eternos, como la tarde y como todo lo que Mr Grey tocaba. Fue una suerte haber agarrado este disco, porque con otro no podría haberlo hecho.
Cuando bajó con mi libro pensé en lo lindo que se veía, y evité volver a pensarlo. Dorian Gray estaba casi igual, como era de esperarse. Mis frases subrayadas seguían ahí. Otra de mis grandes ideas, prestar un libro subrayado, como si hubiera mejor manera de descubrir a una persona.
Guardé mi libro y ninguno tenía nada para decir en voz alta, entonces sin querer mirarlo empecé a irme. Y me di cuenta de que si no lo preguntaba en voz alta nunca iba a parar de salir a caminar por su barrio, o de escuchar esa canción, o de negarme a volver a usar mi vida como inspiración.
Frené la puerta con la mano. Con él aún adentro, y yo aún afuera, solté lo que había estado pensando todo el camino.
-“Mirá, necesito que me digas que lo que leíste no te hace pensar que soy una idiota, que sabés que no todo es real, que exagero, que no vas a dejar de tomarme en serio por eso, y que podés olvidarte de lo que viste. Son muchas cosas, ya sé”.
Se quedó mirándome como si no entendiera por qué le decía todo eso, y temí que sí hubiera una forma de quedar aún peor.
- “Qué personaje que sos. Nunca podría pensar que alguien que escribe algo así sea idiota. Es buenísimo”.
Se encogió de hombros y simpáticamente dijo: “Y no me voy a olvidar de lo que leí, me reí mucho”.
- ¿Eso es bueno o malo?
- ¿A vos qué te parece?
Intenté una sonrisa entre nerviosa y aliviada.
- Que voy a tener que conformarme.
Y después de obtener la respuesta que necesitaba, sin decir nada me puse la capucha y los auriculares para volver a casa. Pensaba en seguir escuchando mi canción y así darle dramatismo a la situación, porque en el fondo siempre me gustaron las escenas trágicas, cuando Mr. Grey me agarra del brazo obligándome a frenar, y antes de que pueda anticiparlo me da un beso. Uno de esos que nunca me habían dado, y que tendría mucha suerte si alguna vez me volvieran a dar.
Aunque tuve que caminar muchas cuadras, y escuchar muchas canciones antes de entenderlo, ahí pensé que no importa cuánto maldiga ni cuántos problemas me traiga, definitivamente no podría haber elegido una mejor profesión.
FIN
De todos los que jamás deberían leer esto, particularmente él, Mr Grey, era quien me preocupaba. Y con la certeza de que nada de lo que escribiera llegaría lo suficientemente lejos como para comprometerme, me consideré impune.
Pero lo que escribí pasó por muchas manos, dio toda la vuelta, y volvió. Desafortunadamente, y por más que haya tomado las precauciones necesarias, controlar quiénes tienen acceso a eso estuvo fuera de mi alcance.
Así fue como una chica se puso a leer. Y le gustó. Y lo quiso mostrar. Y se lo mostró a su novio. Y su novio lo leyó, y él reconoció los detalles que para ninguna otra persona hubieran significado nada más que arbitrariedades que convierten a la historia en algo más tangible.
Cómo el azar me puede beneficiar tan poco, es algo que no puedo explicar, pero jugué a la ruleta rusa con las cosas que escribo por mucho tiempo, y finalmente me salió la bala. Era Mr. Grey.
Gracias a Dios el único amigo que tenemos en común me quiere más a mí, y así me enteré de que él había burlado el seudónimo y había leído todo. Y una vez que resolvió eso, el resto se une con puntos.
Todo estaba ahí. Ni siquiera disfrazado de arte. La imagen más patética que puedo haber dado estaba plasmada en esas páginas. Si aún conservaba la esperanza de que algo pasara entre nosotros, ahora sabía que no existía.
Por no querer cambiar los nombres, por caprichosamente tener que usar esos detalles que lo simbolizan todo, como si de alguna manera quisiera ser descubierta, quedé como una idiota a la que se le terminaron los secretos frente a la única persona a la que no quería desilusionar. Él con su novia, y yo con mi máquina de escribir.
Dejó de hablarme, y viendo su cara (si me animaba a mirarla) sólo podía pensar que debía estar felicitándose por no haber estado nunca conmigo ahora que sabía a quién tenía enfrente.
Sentí cómo con un par de chistes, la idea que tenía de mí desaparecía. Toda la dignidad y fortaleza que mostré frente a él se vio franqueada, y ahora es como si tuviera 11 años y hubieran leído mi diario. Ya no puedo ocultar lo que pienso de él. O de otros. O de mí. O de nada. Haga lo que haga ya no va a ser un misterio.
Podría haber sido dentista, o contadora, pero esto es a lo que uno se enfrenta cuando juega a ser artista. Pierde la voluntad de ocultar sus secretos.
Quiero dormir y no puedo cerrar los ojos pensando en si es posible que no se lea en esas páginas, que crea que es una coincidencia, que la ficción se parece de manera escalofriante a la realidad. Pensé en todas las maneras de negar que esa era yo, y que ese era él. Pero no había ninguna.
Logré quedarme dormida, y solo pude soñar que lo encontraba en una ferretería y le preguntaba si después de leer lo que escribí creía que soy una idiota. Y en el sueño él siempre decía que sí y compraba 30 metros de hilo chanchero. Yo nunca compraba nada. A decir verdad nunca supe tampoco por qué había ido a la ferretería en primer lugar. Maldije una y otra vez el momento en el que decidí exponerme de esa manera.
Estar despierta no logró que dejara de tener el mismo sueño, y salí a despejarme con mi discman porque no podía estar sola y encerrada desde que no tengo nada más que ocultar.
Atravesé tres barrios sin siquiera notar el cambio de paisaje. Perdí la noción del tiempo, pero sobre todo del cansancio.
Wilde escribió que un artista debe crear cosas bellas, pero no debe poner nada de su propia vida en ellas. Y ahí consideré que tal vez sí debería haber sido dentista.
Empezó a llover y por primera vez miré para arriba. Me di cuenta de que en mi trance había llegado casi hasta la casa de Mr. Grey. Hacía 15 cuadras que escuchaba la misma canción.
Él todavía tenía mi libro de El Retrato de Dorian Gray, así que no sabiendo bien qué era lo que buscaba, fui a pedírselo.
Sin sacarme los auriculares toqué el timbre y esperé a que baje. Los seis pisos por ascensor fueron eternos, como la tarde y como todo lo que Mr Grey tocaba. Fue una suerte haber agarrado este disco, porque con otro no podría haberlo hecho.
Cuando bajó con mi libro pensé en lo lindo que se veía, y evité volver a pensarlo. Dorian Gray estaba casi igual, como era de esperarse. Mis frases subrayadas seguían ahí. Otra de mis grandes ideas, prestar un libro subrayado, como si hubiera mejor manera de descubrir a una persona.
Guardé mi libro y ninguno tenía nada para decir en voz alta, entonces sin querer mirarlo empecé a irme. Y me di cuenta de que si no lo preguntaba en voz alta nunca iba a parar de salir a caminar por su barrio, o de escuchar esa canción, o de negarme a volver a usar mi vida como inspiración.
Frené la puerta con la mano. Con él aún adentro, y yo aún afuera, solté lo que había estado pensando todo el camino.
-“Mirá, necesito que me digas que lo que leíste no te hace pensar que soy una idiota, que sabés que no todo es real, que exagero, que no vas a dejar de tomarme en serio por eso, y que podés olvidarte de lo que viste. Son muchas cosas, ya sé”.
Se quedó mirándome como si no entendiera por qué le decía todo eso, y temí que sí hubiera una forma de quedar aún peor.
- “Qué personaje que sos. Nunca podría pensar que alguien que escribe algo así sea idiota. Es buenísimo”.
Se encogió de hombros y simpáticamente dijo: “Y no me voy a olvidar de lo que leí, me reí mucho”.
- ¿Eso es bueno o malo?
- ¿A vos qué te parece?
Intenté una sonrisa entre nerviosa y aliviada.
- Que voy a tener que conformarme.
Y después de obtener la respuesta que necesitaba, sin decir nada me puse la capucha y los auriculares para volver a casa. Pensaba en seguir escuchando mi canción y así darle dramatismo a la situación, porque en el fondo siempre me gustaron las escenas trágicas, cuando Mr. Grey me agarra del brazo obligándome a frenar, y antes de que pueda anticiparlo me da un beso. Uno de esos que nunca me habían dado, y que tendría mucha suerte si alguna vez me volvieran a dar.
Aunque tuve que caminar muchas cuadras, y escuchar muchas canciones antes de entenderlo, ahí pensé que no importa cuánto maldiga ni cuántos problemas me traiga, definitivamente no podría haber elegido una mejor profesión.
FIN