31 de julio de 2007

El Que Se Acuesta Con Niños (Inicio de la segunda temporada)


Pensar que hasta no hace tantos años los chicos de 5to año te parecían tan grandes, tan hombres, tan viejos y peludos, tan lejos del alcance de una chica inmadura y sin desarrollar. Y ahora te das cuenta de que los chicos en los que te fijás cada vez tienen más canas. Sin darte cuenta pertenecés a otra generación. Te sorprendés al descubrir que en tu entorno de eterna adolescencia sos cada vez más grande, y el resto cada vez más chicos. Hasta que ya no sabés dónde están los chicos con canas, y te encontrás rechazando a un menor de edad que cree que quiere estar con vos.
El nene, de todos modos, no se resigna a que no lo quieras, ni parece siquiera notar que le llevás cinco años, y sigue convencido de que sos el hallazgo dentro de su barrio cerrado de púberes que hablan y viven a coro. Es como esos perros chiquitos que no son conscientes de su tamaño y le ladran a los perros grandes, y eso es tan tierno. Estás tan acostumbrada a que chicos más grandes que vos confiesen tenerte miedo, que no podés más que admirar a alguien tan chico y tan atrevido. Pero no dejás de pensar que mientras vos ya estabas aprendiendo a escribir y jugabas a la mamá con Eduardito Fraiman, él todavía hacía meconio.

Y en pos de ganarte, no para de hacer méritos. Te sigue a todos lados, te abraza, te toca, te da inocentes besos en la cabeza, y cuando vos no estás le dice a todos qué linda que sos y cuánto le gustás, argumentos que, dichos en tu cara, carecerían de valor alguno, pero que cuando te son ocultos, ¡son tan reales!
Podés ser muy cínica y muy mayor de edad, pero después de semanas de insistencia, después de tanto decirte que te quiere y de tanto franeleo, se volvieron una olla de presión. No aguantás ni un día más, y aunque te cueste reconocértelo hasta a vos misma, lo extrañás durante su hora del almuerzo. Te saluda con un beso en el cuello, y le escuchás esa respiración fuerte, y apoyás la cabeza en el teclado porque no podés creer que ahora tengas que seguir trabajando.

Pero fue el exceso de The Cure en tu MP3 quien le valió el golpe de suerte, fue Robert Smith quien te hizo recapacitar y pensar que después de todo, los chicos más grandes que vos tampoco te trajeron tantas satisfacciones, y podrías darle una oportunidad, para que después tus amigas no te reprochen el tener el “no” fácil, y porque un clavo saca otro clavo, y así al menos un rato no pensás en ese que sí es mayor, pero que no habla bien de vos cuando no estás, ni te da besos en el cuello, ni te respira fuerte. Y tanto te molesta cuando alguien te gusta y no te da nada, ni un abrazo, ni un beso, ni una miserable palmada en la espalda, que al menos vas a librarte de la culpa de infligir esa clase de dolor, no querés ser así, querés hacer el bien. Y por más que por razones de orgullo nunca aceptes contradecirte, por primera vez en la historia decís que sí después de decir que no.

Si él fuera más grande te sentirías la nena que siempre sos, e intimidada esperarías sumisa a que él te bese, a que él te arrastre. Pero ahora te sentís como la Coca Sarli para los chicos de los años sesenta, como un regalo de cumpleaños, como una mamá mono a la que no se le viene con bananas de plástico.
Con Robert Smith y su buena mala influencia en la cabeza, le hacés honor a tu edad y a tu fama de mujer fálica, te llevás al cachorrito y te lo agarrás en un piso abandonado. Para cuando terminás con él no sabe qué hora es, ni en dónde está y tiró al piso todas sus cosas. Qué lindo es hacer feliz a la gente. Ahora va a poder ir y contárselo a todos sus amiguitos. Has hecho tu buena obra del día.


Te vas escuchando a The Cure pensando que esa iba a ser su única vez, y que no podría haber sido mejor, lo que hiciste fue una obra de arte, y ya estaba terminada. Por mas desprejuiciada que la edad, el aburrimiento, y el afán de distraer tu mente de lo que realmente la ocupa te hayan vuelto, nada cambia el hecho de que no sepa quién es el Señor Televisor, de que nunca haya tocado un Austral, de que todavía duerma en las sábanas de los Picapiedras, de que le lleves cinco años.
Pero antes de que tu disco termine, ya te está diciendo que quiere volver a verte. Y vos no sabés dónde meterte, ¿qué hacés ahora? ¿Te ponés de novia con él? ¿Vas a sacarlo a la calle, donde todos puedan verlo?, ¿donde lo vean con vos? ¿Se lo vas a presentar a tus amigos? ¿Vas a ir al cine con él, vos a ver Los puentes de Madison y él a ver Caty la Oruga? Y él ni debe saber qué es Caty la Oruga, ¿van a ir a Coyote los sábados a la noche y tomar Fernet? ¿Van a ir a fiestas de egresados? ¿Vas a tener que reírte de los chistes de sus amigos?, ¿de los suyos? ¿Van a tener que ir a cenar juntos?, ¿él tratando de no tirarse comida encima y vos enseñándole cómo se llama a un mozo? No vas a poder usar más tu tapado de mujer grande, ni las botas. Y esa sensación rara a la que llamás vergüenza te inunda. Si el mundo fuera el piso abandonado de una oficina frente al río podrían ser felices, pero desafortunadamente no lo es.
Todas esas eran buenas razones, muy buenas, y realmente estabas decidida, pero está nevando, y te dan un beso, y no podría ser más lindo. Esto no le hace daño a nadie, y el lado bueno de que sea menor es que se esfuerza por impresionarte, creyendo que vos, solo porque acumulaste más sellos electorales en la parte de atrás de tu documento, viste más cosas. JA. Mientras todavía sea divertido pensás disfrutar de tener alguien que te abrace y te bese todos los días, bajo la nieve.
Y reincidís. En la escalera de emergencia, en el piso abandonado, en el baño de nenas. Reincidís todos los días, y lo mejor es que no sos vos la que está enganchada, no te importa si sigue, o si se termina, lo único que hacés es disfrutarlo, sobre todo si sabés que hay alguien que lo disfruta más que vos. Y en un parpadeo te convertiste al cristianismo.

¿Pero cómo te agradece tu recientemente adquirida religiosidad entonces? Tratando de levantarse a dos rubias texanas frente a tus redondos ojos, impunemente, para luego invitarlas a seguir la fiesta más tarde en su casa. ¿Qué?, What? ¿Che? ¿Qu'est-ce?, Was?, Wat?, Hva?!
Esto es más de lo que tu neo liberalidad puede soportar. Te importa un pito que vaya a Coyote y se lleve a todas las que pueda embolsar, pero lo mínimo que le pedís es la inteligencia de no hacerlo adelante tuyo.
No querés haberte convertido en el monstruo que siempre temiste, en la novia que nunca fuiste, pero tu ego no puede soportar el golpe de verse insultado ante tal falta de disimulo. Y esa sensación rara a la que llamás vergüenza vuelve a apoderarse de vos mientras todos te ven en la humillante situación de presenciar como el pendejo se hace el galancito picaflor en tu cara. Podés olvidarte de que lo pescaste hurgándose la nariz, podés olvidarte de la repugnante campera de oveja que usa, podés olvidarte de muchas cosas, pero no de esto, ni del hecho de que desde que llegaste no podías más que querer irte.

Entonces desatás al dragón, y ya no te preocupás por guardar las apariencias, ni por mantener la clandestinidad a la que venían adscribiendo, y te vas con él delante de todos.
Entre los cartoneros y un camión de basura, le hacés un planteo coherente, que a los ojos de un pendejo se interpreta como "Esta pirada me quiere cortar mis alas de macho cabrío”, aunque alas y macho cabrío no tengan mucho que ver. Entonces se enoja, se ofende, no entiende que esta escena no la hacés porque lo querés demasiado a él, ¡la hacés porque te querés demasiado a vos! Pero su mente imberbe nunca lo comprendería. Te acusa de no haber entendido que esto era algo informal, de que te portás como una pendeja haciendo una escena de celos, de estar demasiado apegada a él. ¡Oh, por Dios! Estás adentro del peor de los capítulos de La Dimensión Desconocida, ¡sos el personaje incrédulo de una película de David Lynch! Hasta hace unas horas el pibe estaba loco por vos, y ahora sos vos la que da la imagen de novia enamorada y celosa que busca explicaciones.
Ofendido te da un beso en la mejilla y se va, haciéndote pensar por una décima de segundo que tenía razón, que te volviste loca, que sos un monstruo, y que no tenías por qué pedirle explicaciones de nada, es más, tendrías que haberle hecho gancho con la texana más alta, sí, sí, eso es lo que hace una buena chica.

Pero te vuelve a buscar, y cual Arnaldo André y Marilina Ross, te besa ahí, entre los cartoneros, y los camiones de basura, y los unicornios, y las ardillas copulando, y la música de saxo, y Kenny G, y el arco iris, y el leprechaun sosteniendo una olla llena de monedas de oro que conceden deseos, y las gaviotas cantando, y la tormenta de nieve, y los picos nevados de San Fernando de fondo, y la pista de aterrizaje, y él te da una bofetada, y vuelven a besarse, y te rasga la ropa, y unos niños albinos sostienen la cola de tu vestido, y la gente en la plaza pública victorea, y sueltan cientos de palomas blancas, y ahí frente a todos él te hace mujer. No, mentira, no fue así. En realidad sólo te dio un beso con gusto a Fernet y sin ninguna disculpa, pero es así como preferís recordarlo.
Te volvés entre los saxos de Kenny G haciendo como que no ves al leprechaun que se ríe de vos, pensando en que hoy no tendrías que haber salido de casa, algo dentro tuyo te dijo que no era un buen día, algo te dijo que tenías que quedarte, acostarte temprano e irte a dormir pensando en lo placentera que era tu vida.
De acá en más lo único que querés, lo único que esperás, es una disculpa. Con un mísero pedido de perdón, que te exima de la categoría de “lunática” y que lo inscriba a él en la de “desubicado” es suficiente para fingir que no pasó nada. Solo una disculpa que valide tu reacción. Pero en vez de esto, en vez de bajar la cabeza y quedarse callado, no solo se creyó su propia mentira, si no que intenta convencer al resto de los mortales de que es cierta. Ahora sos la chica grande que se enamoró del pendejo, que le daba demasiados abrazos, que le regalaba caramelos por ninguna otra razón que porque lo ama, y que lo agobiaba con cariño y mensajes de “Te extraño” media hora después de verlo. Y vos sos la única que sabe que la verdad es inversamente proporcional a como la cuenta él, no solo no hiciste ninguna de esas cosas, ¡si no que las hizo él! Tantos años tratando de entender a los hombres para imitar su comportamiento, tanto esfuerzo puesto en no comportarte como una minita y armarte de una respetable reputación, y ahora un niño quiere convertirte en la más ñoña de las nenas.

En realidad estaba en el lugar justo, en el momento indicado, en realidad estabas escuchando demasiado a Robert Smith, en realidad tuvo un muy buen día, y lo arruinó. En realidad te levantaste con el pie derecho y el viento estaba a su favor.
Y lo que más te indigna es estar tan indignada, porque eso no es digno. Entonces hacés lo imposible para ser vos la que le corte a él, la que le llame el remís a él antes de que él te lo pueda llamar a vos. Dejás de hablarle y dejás de saludarlo, para quitarle la posibilidad de dejarte antes de que la tenga. Naturalmente en su cabeza la historia va a ser que dejó de hablarte y de saludarte, quitándote la posibilidad de rogar por su vuelta. Los niños nunca entienden de razones, y mientras él no se de cuenta de que fuiste vos quien dejaste, es lo mismo que nada.

Ahora los placeres terrenales volvieron a reducirse a la Coca-Cola y el Mantecol. Se terminó esa pasión de mentira, esa pasión de adolescente con un pié acá y otro en Bariloche.