7 de junio de 2006
(Por Eso Y Muchas Cosas Más)...Ven A Mi Casa Esta Navidad
Las primeras citas siempre son memorables, ya sea porque fueron buenas, porque fueron excepcionalmente malas, o porque fueron completamente ridículas. De todos modos, a esta altura, y teniendo en cuenta la predisposición a juntarte con gente bizarra que acunaste desde que descubriste que la gente verosímil te aburre, no pedís mucho más de un chico en la primera cita aparte de que no saque una planta de su cartera y que no orine en los árboles. Pero Dios siempre te tiene preparada alguna broma, porque le gusta reírse de vos, y no con vos, así que te envía una cita digna de ser contada frente a una pared de ladrillos y sosteniendo un vaso de whisky.
Un chico, que te gusta lo suficiente como para haberte tomado dos colectivos para encontrarte con él, te lleva a dar una vuelta por su barrio; no sabés a dónde te está conduciendo, y preferís no preguntarlo, dejarlo como una sorpresa. En medio de la caminata se para frente a un jardín en el que hay una familia entera tomando mate y comiendo facturas. Rogás y rezás que no sea ese el destino del viaje, esperás que siga caminando, pero está detenido y agitando la mano al feliz grito de “¡Hola Abue!”. Dos padres, tres hermanos, una abuela, dos tíos, dos primos, una cuñada, un bebé, un vecino y dos cachorritos. Enfilás para la casa y te atrincherás ahí, no vaya a ser cosa que alguien te arrime una reposera y pretenda que compartas una bola de fraile con toda esa prole.
Intentando ponerle un poco de clima a la situación, buscás desesperada algún disco de Tom Jones, o Barry White, o Marvin Gaye, o quien sea que haya dedicado su carrera a la música para hacer bebés. Pero apenas suena la ronca y lujuriosa voz del difunto Barry, los gritos de la madre enfurecida comienzan a reclamar que vuelva a sonar Luis Aguilé. Y es decepcionante ver como tu hombre de pelo en pecho es regañado por su madre.
Mientras montan una escena propia de una película de Fellini, parecen carecer totalmente de vergüenza, lo cual en este caso sería un don de valor incalculable. Ya bastante poco sensual estaba la cosa como para encima tener que pilotear a Luis Aguilé.
Se va al baño y te quedas ahí sola. Hasta que entra la nave nodriza y se pone a preparar la ensalada rusa. Por supuesto que no tenés absolutamente nada de que hablar con la mujer, así que la aguja del reloj avanza dos lugares y retrocede tres, mientras una gran bola de paja pasa por debajo de la mesa. ¿Qué hacés acá? Pensás seriamente en irte y ahorrarte la cena mas cualquiera y carente de sentido de tu vida. Las primeras citas siempre son incómodas, especialmente antes de que haya contactos del tercer tipo, y si sobre todo estás en medio de una reunión familiar, es difícil imaginar que de hecho vaya a ocurrir algo. Pero él vuelve, y ves cómo los calzones grises le sobresalen del pantalón caído y te olvidás de lo que estabas pensando. Así tengas que doblar las servilletas y escuchar a un tío disfrazado de Papá Noel hablando de cómo le daría a un travesti en caso de que este sea rubio, no te pensás mover de ahí hasta haberte hecho de un buen recuerdo.
Sentada en esa mesa, rodeada de familiares de un chico al que apenas conocés, sentís como si tuvieras sobre tu cabeza un gran cartel de neón que reza “Vagabunda, bzz, bzz, vagabunda”. Todos saben que tus intenciones no son honorables, y saben que no vas a estar ahí por mucho tiempo. Pero a lo largo de la tarde le encontraste el lado pintoresco al cuadro, y si el chico no tiene pudor de haberte metido ahí, ciertamente no hay motivo para que vos lo sientas por él. Cuando todos uno a uno se van a dormir, finalmente podés disfrutar de la velada más allá de la invaluable anécdota. Horas de charla a la luz del canal Volver y siete turrones después, finalmente toma coraje y te ofrece mostrarte su cuarto. Dejás a todo el reparto de Esperando La Carroza ahí afuera, a ver si esto valió la pena.
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